19/02/2019, 12:03
Pero Ayame ni siquiera llegó a terminar la frase: Daruu emitió un agudo chillido, como un pequeño ratoncillo atrapado entre las garras de un halcón. Sobresaltada, Ayame le soltó de inmediato mientras contemplaba cómo la miraba a ella y después al ascensor de nuevo. El cartel de "Montacargas" estaba adosado justo en la parte superior de la puerta de metal; además, sobre el botón que había estado pulsado tan frenéticamente había una pequeña cerradura de forma triangular que esperaba a su llave para poder funcionar.
—Anda, pues... pues es verdad, jejejeje... —respondió, dirigiéndole una apurada sonrisa al recepcionista, quien debía de estar alucinando pepinillos ante la escena.
Ayame alzó la mano, en una muda despedida y para indicar que todo estaba bien antes de seguir a su pareja hacia el verdadero ascensor. Una vez dentro, el chico volvió a levantar el dedo índice. Y cuando Ayame se temía que comenzara a pulsar de nuevo los botones de aquella manera tan desesperada:
—¡Ahí va, la llave de la habitación!
—¡Daruu, espera! —Ayame casi tuvo que abalanzarse sobre él para evitar que saliera del ascensor antes de que las puertas se cerraran. Pilló lo primero que le quedó al alcance de la mano, que resultó ser la parte posterior de su capucha, y tiró con fuerza de él hacia atrás para mantenerle dentro del cuadrilátero.
Claro que Ayame no calculó bien su fuerza. Y con el escaso espacio disponible terminó echándoselo prácticamente encima. La acción causó una reacción, y la muchacha, aterrorizada, terminó por empujar a Daruu hacia la pared contraria.
—Yo... tengo la llave. La habitación está en el último piso... —le informó, roja como un tomate. ¡Menudo numerito estaban montando? Las cosas no podían ir peor...
—Anda, pues... pues es verdad, jejejeje... —respondió, dirigiéndole una apurada sonrisa al recepcionista, quien debía de estar alucinando pepinillos ante la escena.
Ayame alzó la mano, en una muda despedida y para indicar que todo estaba bien antes de seguir a su pareja hacia el verdadero ascensor. Una vez dentro, el chico volvió a levantar el dedo índice. Y cuando Ayame se temía que comenzara a pulsar de nuevo los botones de aquella manera tan desesperada:
—¡Ahí va, la llave de la habitación!
—¡Daruu, espera! —Ayame casi tuvo que abalanzarse sobre él para evitar que saliera del ascensor antes de que las puertas se cerraran. Pilló lo primero que le quedó al alcance de la mano, que resultó ser la parte posterior de su capucha, y tiró con fuerza de él hacia atrás para mantenerle dentro del cuadrilátero.
Claro que Ayame no calculó bien su fuerza. Y con el escaso espacio disponible terminó echándoselo prácticamente encima. La acción causó una reacción, y la muchacha, aterrorizada, terminó por empujar a Daruu hacia la pared contraria.
—Yo... tengo la llave. La habitación está en el último piso... —le informó, roja como un tomate. ¡Menudo numerito estaban montando? Las cosas no podían ir peor...