19/02/2019, 12:49
—¿Y... y tenías que...? —masculló Daruu, separándose de la pared del ascensor como un pobre monigote. Con las piernas temblorosas, se dio la vuelta y pulsó el botón del último piso. Las puertas del ascensor se cerraron, aislándolos al fin de las reprobatorias miradas de la recepción, y el rumor del motor no tardó en inundar sus oídos—. ¿...tenías que pararme con tanta urgencia? Joé —protestó, frotándose la nariz con gesto dolorido. Tenía todo el rostro enrojecido, pero en aquella ocasión no era debido a la vergüenza. Más bien tenía que ver con el golpetazo que la muchacha le había pegado.
Pero Ayame, encogida sobre sí misma, entrelazaba las manos con un nerviosismo más que evidente. Le habría encantado que en aquel mismo momento el suelo del ascensor se la tragase por completo. Cualquier cosa con tal de dejar de sentir aquella vergüenza.
—Yo... yo... lo... lo siento... —balbuceó, con un hilo de voz y los ojos enrojecidos, a punto de echarse a llorar.
Pero Ayame, encogida sobre sí misma, entrelazaba las manos con un nerviosismo más que evidente. Le habría encantado que en aquel mismo momento el suelo del ascensor se la tragase por completo. Cualquier cosa con tal de dejar de sentir aquella vergüenza.
—Yo... yo... lo... lo siento... —balbuceó, con un hilo de voz y los ojos enrojecidos, a punto de echarse a llorar.