20/02/2019, 12:51
Pero Daruu colocó una mano sobre su hombro y la abrazó.
—No... no pasa nada, estoy bien. Estoy bien —afirmó, intentando esbozar una sonrisa pese a su nariz enrojecida. Si tan solo la técnica curativa de Ayame funcionara con otras personas...—. Ha sido una tontería. Venga, sonrie, ¡que estamos de vacaciones!
—S... sí... —asintió la muchacha, infinitamente aliviada de que Daruu no estuviera enfadado con ella, de no haber estropeado las vacaciones desde el primer instante...
Un débil tintineó indicó que habían llegado a su destino, y las puertas de metal se abrieron con un ligero susurro. Frente a ellos quedaba un largo pasillo recto que terminaba en una puerta de madera exquisitamente cuidada. A la izquierda, unos enormes ventanales daban vista a las incontables casitas y calles y plazas de Notsuba y al valle de hierba verde salpicada por flores de diferentes colores que se extendía a su alrededor, circundado por las enormes cordilleras del País de la Tierra y cuyas cimas aún seguían nevadas.
—Mira qué vistas. Esto es... muy bonito —dijo Daruu, pasando su brazo por detrás de su hombro.
Y ella se ruborizó al mismo tiempo que él.
—Es incluso más bonito que el Valle de los Dojos —respondió ella, con la mirada perdida en el sobrecogedor paisaje.
Y así estuvieron durante varios segundos, abrazados mientras observaban un panorama que les era tan hermoso como extraño. Para ellos, que vivían casi permanentemente bajo el amparo de la lluvia, a la sombra de gigantes de hierro e iluminados por letreros de neón, aquel era un paraje de lo más exótico. Ayame terminó por separarse de Daruu para abrir la puerta de la habitación.
Y se quedó con la boca abierta nada más poner un pie dentro.
Aquello no tenía nada que ver con todas las posadas y tabernas en las que habían pasado la noche durante sus anteriores viajes. Porque aquello era mucho más que una simple habitación con una cama: Toda la estancia estaba exquisitamente cuidada y limpia, con las paredes y los suelos de madera brillante y encerada. Lo primero que se encontraron fue un enorme salón con un sofá de dos plazas que daba a un televisor apoyado en un mueble. En la pared contraria había una cocina con un mueble bar, una nevera, un fregadero y una mesa alargada para sentarse a comer. Y tras la puerta del fondo quedaba la habitación. ¡Y qué habitación! Una enorme cama para dos ocupaba su centro, con sendas mesitas de noche a sus dos lados. Sobre el colchón, alguien —seguramente los encargados de la limpieza— se habían molestado en doblar las toallas dándoles forma de grulla de papiroflexia. Aquí y allá, múltiples cuadros fotografiaban la belleza de Notsuba y sus alrededores.
—Pero... pero... ¡esto es demasiado! —exclamó una anonadada Ayame, que no estaba acostumbrada a unos lujos así.
—No... no pasa nada, estoy bien. Estoy bien —afirmó, intentando esbozar una sonrisa pese a su nariz enrojecida. Si tan solo la técnica curativa de Ayame funcionara con otras personas...—. Ha sido una tontería. Venga, sonrie, ¡que estamos de vacaciones!
—S... sí... —asintió la muchacha, infinitamente aliviada de que Daruu no estuviera enfadado con ella, de no haber estropeado las vacaciones desde el primer instante...
Un débil tintineó indicó que habían llegado a su destino, y las puertas de metal se abrieron con un ligero susurro. Frente a ellos quedaba un largo pasillo recto que terminaba en una puerta de madera exquisitamente cuidada. A la izquierda, unos enormes ventanales daban vista a las incontables casitas y calles y plazas de Notsuba y al valle de hierba verde salpicada por flores de diferentes colores que se extendía a su alrededor, circundado por las enormes cordilleras del País de la Tierra y cuyas cimas aún seguían nevadas.
—Mira qué vistas. Esto es... muy bonito —dijo Daruu, pasando su brazo por detrás de su hombro.
Y ella se ruborizó al mismo tiempo que él.
—Es incluso más bonito que el Valle de los Dojos —respondió ella, con la mirada perdida en el sobrecogedor paisaje.
Y así estuvieron durante varios segundos, abrazados mientras observaban un panorama que les era tan hermoso como extraño. Para ellos, que vivían casi permanentemente bajo el amparo de la lluvia, a la sombra de gigantes de hierro e iluminados por letreros de neón, aquel era un paraje de lo más exótico. Ayame terminó por separarse de Daruu para abrir la puerta de la habitación.
Y se quedó con la boca abierta nada más poner un pie dentro.
Aquello no tenía nada que ver con todas las posadas y tabernas en las que habían pasado la noche durante sus anteriores viajes. Porque aquello era mucho más que una simple habitación con una cama: Toda la estancia estaba exquisitamente cuidada y limpia, con las paredes y los suelos de madera brillante y encerada. Lo primero que se encontraron fue un enorme salón con un sofá de dos plazas que daba a un televisor apoyado en un mueble. En la pared contraria había una cocina con un mueble bar, una nevera, un fregadero y una mesa alargada para sentarse a comer. Y tras la puerta del fondo quedaba la habitación. ¡Y qué habitación! Una enorme cama para dos ocupaba su centro, con sendas mesitas de noche a sus dos lados. Sobre el colchón, alguien —seguramente los encargados de la limpieza— se habían molestado en doblar las toallas dándoles forma de grulla de papiroflexia. Aquí y allá, múltiples cuadros fotografiaban la belleza de Notsuba y sus alrededores.
—Pero... pero... ¡esto es demasiado! —exclamó una anonadada Ayame, que no estaba acostumbrada a unos lujos así.