23/02/2019, 12:49
Aquellos fueron los veinte minutos más largos de toda su vida. Mientras escuchaba el rumor del agua al otro lado de la puerta, Ayame se dedicó a vaciar su equipaje y guardarlo con cuidado en el armario empotrado de la habitación, a excepción de la ropa que se pondría después del tan ansiado baño. Aquello no le llevó más que unos pocos minutos, por lo que el resto del tiempo se entretuvo estudiando meticulosamente una página en concreto de la libreta que siempre llevaba consigo, mordisqueando la punta del lápiz y garabateando de vez en cuando en la misma.
Para cuando la puerta del baño volvió a abrirse, Ayame cerró la libreta, la dejó sobre la cama y, tras coger la ropa que habría de ponerse después, se levantó con una sonrisa en los labios.
—¿Qué tal estoy? —preguntó un confiado Daruu... al que le temblaban las piernas.
El muchacho se había recogido el cabello en una pequeña coleta y había cambiado habitual indumentaria de shinobi a una mucho más cómoda e informal: con un yukata de color verde y manga corta que llevaba atado a la cintura con un cinturón negro. En la parte inferior de su cuerpo, unos pantalones negros y unas sandalias de paja.
—Estás guapísimo —le respondió, con una risilla divertida y un beso en la mejilla—. Es tu turno de esperarme —añadió, justo antes de cerrar la puerta tras de sí.
Ella tardó un poco más que su pareja, y no fue tanto porque solía demorarse duchándose sino porque gran parte del tiempo se lo pasó estirándose de los pelos bajo el chorro de agua caliente. ¡¿Pero cómo podía estar tan nerviosa con una tontería así?!
Cuando salió del baño, Ayame también se había vestido con una camiseta de color azul tirantes que se entrecruzaba detrás del cuello y una falda negra con un gracioso vuelo que la hacía oscilar con cada paso que daba. De hecho, a Ayame le gustaba tanto aquella prenda que dio un par de vueltas sobre sí misma sólo para ver como flotaba a su alrededor. A modo de calzado llevaba unas sandalias también oscuras, pero no eran las típicas calzas de goma de kunoichi que solía llevar: aquellas sandalias estaban confeccionadas con finas tiras de cuero que se entrelazaban con sus pies.
La pobre muchacha, roja hasta las orejas, buscó con la mirada a Daruu, esperando su reacción.
Para cuando la puerta del baño volvió a abrirse, Ayame cerró la libreta, la dejó sobre la cama y, tras coger la ropa que habría de ponerse después, se levantó con una sonrisa en los labios.
—¿Qué tal estoy? —preguntó un confiado Daruu... al que le temblaban las piernas.
El muchacho se había recogido el cabello en una pequeña coleta y había cambiado habitual indumentaria de shinobi a una mucho más cómoda e informal: con un yukata de color verde y manga corta que llevaba atado a la cintura con un cinturón negro. En la parte inferior de su cuerpo, unos pantalones negros y unas sandalias de paja.
—Estás guapísimo —le respondió, con una risilla divertida y un beso en la mejilla—. Es tu turno de esperarme —añadió, justo antes de cerrar la puerta tras de sí.
Ella tardó un poco más que su pareja, y no fue tanto porque solía demorarse duchándose sino porque gran parte del tiempo se lo pasó estirándose de los pelos bajo el chorro de agua caliente. ¡¿Pero cómo podía estar tan nerviosa con una tontería así?!
Cuando salió del baño, Ayame también se había vestido con una camiseta de color azul tirantes que se entrecruzaba detrás del cuello y una falda negra con un gracioso vuelo que la hacía oscilar con cada paso que daba. De hecho, a Ayame le gustaba tanto aquella prenda que dio un par de vueltas sobre sí misma sólo para ver como flotaba a su alrededor. A modo de calzado llevaba unas sandalias también oscuras, pero no eran las típicas calzas de goma de kunoichi que solía llevar: aquellas sandalias estaban confeccionadas con finas tiras de cuero que se entrelazaban con sus pies.
La pobre muchacha, roja hasta las orejas, buscó con la mirada a Daruu, esperando su reacción.