25/02/2019, 22:46
Pero, tal y como esperaba, él se rio en respuesta:
—Te he dicho que no. —Daruu detuvo sus pasos y la agarró por los mofletes. Ayame, pillada por la sorpresa, no pudo hacer otra cosa que mirarle con el ceño fruncido mientras seguía jugueteando con sus mejillas—. Además, son también cosas de ninja. Y acabas de admitir lo agradable que es caminar sin ellas en la cabeza. ¿No? —añadió, sacándole la lengua.
Y Ayame se retiró sacudiendo la cabeza.
—¡Jo, no es justo! ¡Con eso de que son "cosas de ninja" me dejas aún más intrigada que antes! ¡Moriré de la expectación! —dramatizó.
Pero Daruu no debía estar escuchándola, o la ignoraba deliberadamente. Se había sentado en el borde de la fuente y ahora señalaba tras su espalda. Cuando Ayame se giró, quedó ante sus ojos el edificio más despampanante de todo Notsuba: un auténtico palacio construido en piedra maciza que aún así conservaba las tradicionales siluetas de los dojos que lo rodeaban. Era como ver a un rey intentando hacerse pasar por un plebeyo.
—El palacio del Señor Feudal es enorme —dijo Daruu—. Qué rabia. Un grupo de cabrones que por nacer ya tienen derecho a poseer un pedazo de mundo como si fueran la gran cosa, salvo posar su orondo culo sobre una pila de oro y sangre. Al menos los kages se lo han tenido que ganar antes.
Ayame suspiró por la nariz y apoyó las manos sobre las caderas, meditativa.
—Es injusto. Tanta gente pasando hambre y en las calles y ellos... —murmuró en voz baja, antes de sacudir la cabeza—. Pero es lo que hay, esta es la sociedad en la que vivimos, y poco podemos hacer por cambiarla. Por mucha rabia que nos dé. Por otra parte, la presencia del Daimyo le da estabilidad al país, poder, favores con los shinobi... y protección frente a otros invasores.
»Además, de ellos depende gran parte de nuestro sueldo —añadió, con una carcajada.
—Te he dicho que no. —Daruu detuvo sus pasos y la agarró por los mofletes. Ayame, pillada por la sorpresa, no pudo hacer otra cosa que mirarle con el ceño fruncido mientras seguía jugueteando con sus mejillas—. Además, son también cosas de ninja. Y acabas de admitir lo agradable que es caminar sin ellas en la cabeza. ¿No? —añadió, sacándole la lengua.
Y Ayame se retiró sacudiendo la cabeza.
—¡Jo, no es justo! ¡Con eso de que son "cosas de ninja" me dejas aún más intrigada que antes! ¡Moriré de la expectación! —dramatizó.
Pero Daruu no debía estar escuchándola, o la ignoraba deliberadamente. Se había sentado en el borde de la fuente y ahora señalaba tras su espalda. Cuando Ayame se giró, quedó ante sus ojos el edificio más despampanante de todo Notsuba: un auténtico palacio construido en piedra maciza que aún así conservaba las tradicionales siluetas de los dojos que lo rodeaban. Era como ver a un rey intentando hacerse pasar por un plebeyo.
—El palacio del Señor Feudal es enorme —dijo Daruu—. Qué rabia. Un grupo de cabrones que por nacer ya tienen derecho a poseer un pedazo de mundo como si fueran la gran cosa, salvo posar su orondo culo sobre una pila de oro y sangre. Al menos los kages se lo han tenido que ganar antes.
Ayame suspiró por la nariz y apoyó las manos sobre las caderas, meditativa.
—Es injusto. Tanta gente pasando hambre y en las calles y ellos... —murmuró en voz baja, antes de sacudir la cabeza—. Pero es lo que hay, esta es la sociedad en la que vivimos, y poco podemos hacer por cambiarla. Por mucha rabia que nos dé. Por otra parte, la presencia del Daimyo le da estabilidad al país, poder, favores con los shinobi... y protección frente a otros invasores.
»Además, de ellos depende gran parte de nuestro sueldo —añadió, con una carcajada.