4/03/2019, 16:17
Y Daruu chasqueó la lengua en respuesta.
—¡Pero mira que es soso, eh! Pues... ¡no te preocupes! Cuando salgamos por Amegakure te llevaré a una tiendecita tradicional para que pruebes alguna.
Ayame asintió, inmensamente feliz. Los dos muchachos siguieron paseando por Notsuba agarrados de la mano, y Ayame se sorprendió al descubrir lo cómoda que se sentía, simplemente, caminando junto a su pareja. Ni siquiera los momentos de silencio eran un problema, porque eran silencios cómodos, cómplices, compartidos. No habían podido disfrutar de un momento tan relajado hasta el momento, y Ayame estaba dispuesta a saborear cada segundo junto a él. El algodón de azúcar no les duró más de un cuarto de hora y, después de deshacerse de los palos que restaban, se dedicaron a investigar varios parques de la ciudad y se pararon a contemplar algún que otro templo. Ambos se sorprendieron al descubrir que uno de ellos estaba dedicado a Amenokami. No fue hasta que el sol comenzó a caer cuando decidieron volver a hotel. El hambre acuciaba, y la hora de cenar se acercaba.
—Ayame, crees... ¿crees que habrá pizza? —le preguntó Daruu, cuando se hubieron colocado en la cola de acceso al comedor. Habían llegado los primeros.
Ella no pudo evitar echarse a reír.
—Eres incorregible, ¿comes algo que no sea pizza? Quien sabe... a lo mejor sólo tienen... pescado —bromeó, con voz tenebrosa.
Justo en ese momento, un hombre joven vestido con un traje elegante y formal a partes iguales abrió las puertas.
—Bienvenidos. ¿De qué habitación son? —les preguntó.
Y Ayame se quedó en blanco. No se le había ocurrido mirar el número de la habitación.
—¡Pero mira que es soso, eh! Pues... ¡no te preocupes! Cuando salgamos por Amegakure te llevaré a una tiendecita tradicional para que pruebes alguna.
Ayame asintió, inmensamente feliz. Los dos muchachos siguieron paseando por Notsuba agarrados de la mano, y Ayame se sorprendió al descubrir lo cómoda que se sentía, simplemente, caminando junto a su pareja. Ni siquiera los momentos de silencio eran un problema, porque eran silencios cómodos, cómplices, compartidos. No habían podido disfrutar de un momento tan relajado hasta el momento, y Ayame estaba dispuesta a saborear cada segundo junto a él. El algodón de azúcar no les duró más de un cuarto de hora y, después de deshacerse de los palos que restaban, se dedicaron a investigar varios parques de la ciudad y se pararon a contemplar algún que otro templo. Ambos se sorprendieron al descubrir que uno de ellos estaba dedicado a Amenokami. No fue hasta que el sol comenzó a caer cuando decidieron volver a hotel. El hambre acuciaba, y la hora de cenar se acercaba.
—Ayame, crees... ¿crees que habrá pizza? —le preguntó Daruu, cuando se hubieron colocado en la cola de acceso al comedor. Habían llegado los primeros.
Ella no pudo evitar echarse a reír.
—Eres incorregible, ¿comes algo que no sea pizza? Quien sabe... a lo mejor sólo tienen... pescado —bromeó, con voz tenebrosa.
Justo en ese momento, un hombre joven vestido con un traje elegante y formal a partes iguales abrió las puertas.
—Bienvenidos. ¿De qué habitación son? —les preguntó.
Y Ayame se quedó en blanco. No se le había ocurrido mirar el número de la habitación.