4/03/2019, 17:57
—¡La llave... la llave! —exclamó Daruu, dándole varios golpecitos en el hombro.
—Ah... ¡Ah, sí! ¡La llave! —masculló Ayame, roja como un tomate, mientras buscaba desesperadamente la llave en el interior de su bolso. No tardó más que unos pocos segundos en sacarla, pero a ella se le hicieron eternos—: Estamos alojados en la suite.
El recepcionista los contempló con ojos entrecerrados, como si no terminara de creer que un par de chiquillos como ellos pudieran permitirse el alojamiento en una habitación así. Pasaron varios tensos segundos hasta que al fin se apartó de la puerta y dibujó una cruz en algún punto de la lista de clientes del hotel que llevaba consigo.
—Adelante, pueden pasar. Pueden sentarse donde quieran, enseguida pasarán a servirles.
El restaurante resultó ser una amplia sala rectangular surcada de mesas y sillas. El estilo seguía la misma estética que el resto del hotel, y junto a las esquinas se podían apreciar pequeñas fuentes de piedra a modo de decoración. Las mesas estaban cubiertas con impecables manteles blancos y los cubiertos ya estaban dispuestos, perfectamente colocados, junto a cada plato. Sobre estos se habían colocado una servilleta de tela enrollada para cada comensal. Ayame se dirigió con Daruu a una de las mesas que se encontraban junto a la ventana que daba al exterior a través de unas cortinas semicerradas de color blanco. Se sentó en una de las sillas y tomó una de las cartas para echarle una ojeada. Entre sus líneas había una gran variedad de platos: desde carnes y verduras de todos los tipos, pasando por las pastas y las pizzas y, por supuesto, el tan temido pescado.
—Vaya, parece que vas a tener suerte —le dijo a su acompañante.
—Ah... ¡Ah, sí! ¡La llave! —masculló Ayame, roja como un tomate, mientras buscaba desesperadamente la llave en el interior de su bolso. No tardó más que unos pocos segundos en sacarla, pero a ella se le hicieron eternos—: Estamos alojados en la suite.
El recepcionista los contempló con ojos entrecerrados, como si no terminara de creer que un par de chiquillos como ellos pudieran permitirse el alojamiento en una habitación así. Pasaron varios tensos segundos hasta que al fin se apartó de la puerta y dibujó una cruz en algún punto de la lista de clientes del hotel que llevaba consigo.
—Adelante, pueden pasar. Pueden sentarse donde quieran, enseguida pasarán a servirles.
El restaurante resultó ser una amplia sala rectangular surcada de mesas y sillas. El estilo seguía la misma estética que el resto del hotel, y junto a las esquinas se podían apreciar pequeñas fuentes de piedra a modo de decoración. Las mesas estaban cubiertas con impecables manteles blancos y los cubiertos ya estaban dispuestos, perfectamente colocados, junto a cada plato. Sobre estos se habían colocado una servilleta de tela enrollada para cada comensal. Ayame se dirigió con Daruu a una de las mesas que se encontraban junto a la ventana que daba al exterior a través de unas cortinas semicerradas de color blanco. Se sentó en una de las sillas y tomó una de las cartas para echarle una ojeada. Entre sus líneas había una gran variedad de platos: desde carnes y verduras de todos los tipos, pasando por las pastas y las pizzas y, por supuesto, el tan temido pescado.
—Vaya, parece que vas a tener suerte —le dijo a su acompañante.