5/03/2019, 00:12
Daruu entró en el amplio salón y pareció ligeramente decepcionado. Él había imaginado que en aquél hotel habría uno de esos buffets libres. Ya se imaginaba con su plato, capa sobre capa de una torre hecha de trozos de pizza rebosantes de queso. Bueno. Pues nada, qué se le iba a hacer.
El muchacho se sentó en la mesa y tomó la carta con los ojitos brillosos. Enseguida se le animó algo la cara. Ayame debió de notarlo, porque...
—Vaya, parece que vas a tener suerte —le dijo a su acompañante.
—Ñaña, ñañeñe ñe ñaña ñeñe ñueñe —se burló Daruu.
Un camarero de estirado traje formal de color blanco y negro se materializó entre ellos como si se hubiese movido con un Sunshin no Jutsu. El hombre, atusándose el bigote, no pronunció la primera sílaba antes de que fuese interrump
—Pizza margarita.
—Esto... disculpe, pero les iba a preguntar por la...
—¡Pizza margari...!
—...bebida.
—Ah... ah. Agua.
El camarero tomó nota suspirando y echando una mirada apesadumbrada a Ayame, a quien también le pidió saber qué bebida iba a tomar.
—Vale. Ahora sí. ¿Pizza margarita, no?
—Bueno, mejor la barbacoa. Sí, esa.
—... —El camarero observó a Daruu, que mantenía los ojos fijos en la carta, durante unos largos cinco segundos. El boli con el que anotaba las comandas temblaba entre sus firmes y arrugados dedos iracundos.
Ris, ris, ris... anotado.
Suspiró.
—¿Y... la señorita?
El muchacho se sentó en la mesa y tomó la carta con los ojitos brillosos. Enseguida se le animó algo la cara. Ayame debió de notarlo, porque...
—Vaya, parece que vas a tener suerte —le dijo a su acompañante.
—Ñaña, ñañeñe ñe ñaña ñeñe ñueñe —se burló Daruu.
Un camarero de estirado traje formal de color blanco y negro se materializó entre ellos como si se hubiese movido con un Sunshin no Jutsu. El hombre, atusándose el bigote, no pronunció la primera sílaba antes de que fuese interrump
—Pizza margarita.
—Esto... disculpe, pero les iba a preguntar por la...
—¡Pizza margari...!
—...bebida.
—Ah... ah. Agua.
El camarero tomó nota suspirando y echando una mirada apesadumbrada a Ayame, a quien también le pidió saber qué bebida iba a tomar.
—Vale. Ahora sí. ¿Pizza margarita, no?
—Bueno, mejor la barbacoa. Sí, esa.
—... —El camarero observó a Daruu, que mantenía los ojos fijos en la carta, durante unos largos cinco segundos. El boli con el que anotaba las comandas temblaba entre sus firmes y arrugados dedos iracundos.
Ris, ris, ris... anotado.
Suspiró.
—¿Y... la señorita?