5/03/2019, 20:52
—Ñaña, ñañeñe ñe ñaña ñeñe ñueñe —Daruu se burló de ella, y Ayame le sacó la lengua en respuesta.
Pero antes de que ninguno de los dos pudiera añadir nada más al respecto o responder al otro, un camarero vestido con un elegante traje de color blanco y negro de plantó ante ellos. La repentina aparición del hombre hizo que Ayame pegara un respingo, pero enseguida recobró la compostura.
—Pizza margarita —exigió Daruu, antes de que el camarero pudiera formular una simple sílaba.
—Esto... disculpe, pero les iba a preguntar por la...
—¡Pizza margari...!
—...bebida.
Ayame trató de contener una carcajada, pero apenas consiguió que se le escapara una risilla entre dientes.
—Ah... ah. Agua.
El camarero lanzó un largo suspiro antes de volverse a Ayame, a quien aún le lloraban los ojos por la risa.
—Agua para mí también, por favor.
—Vale. Ahora sí. ¿Pizza margarita, no?
—Bueno, mejor la barbacoa —rectificó Daruu—. Sí, esa.
Si las miradas matasen, los ojos del camarero le habrían acuchillado mil veces. Los dedos que sujetaban el bolígrafo se crisparon como si en realidad deseasen cerrarse sobre el cuello del pobre muchacho. Sin embargo, terminó por lanzar otro suspiro y apuntó la comanda.
—¿Y... la señorita?
Ayame torció ligeramente el gesto. Aún no había terminado de escoger, y se decantaba entre varias opciones, pero al final dejó que fuera su impulsividad la que tomara la iniciativa.
—Espagueti a la carbonara, por favor —respondió rápidamente, antes de agotar la escasa paciencia que le debía quedar al camarero.
Pero antes de que ninguno de los dos pudiera añadir nada más al respecto o responder al otro, un camarero vestido con un elegante traje de color blanco y negro de plantó ante ellos. La repentina aparición del hombre hizo que Ayame pegara un respingo, pero enseguida recobró la compostura.
—Pizza margarita —exigió Daruu, antes de que el camarero pudiera formular una simple sílaba.
—Esto... disculpe, pero les iba a preguntar por la...
—¡Pizza margari...!
—...bebida.
Ayame trató de contener una carcajada, pero apenas consiguió que se le escapara una risilla entre dientes.
—Ah... ah. Agua.
El camarero lanzó un largo suspiro antes de volverse a Ayame, a quien aún le lloraban los ojos por la risa.
—Agua para mí también, por favor.
—Vale. Ahora sí. ¿Pizza margarita, no?
—Bueno, mejor la barbacoa —rectificó Daruu—. Sí, esa.
Si las miradas matasen, los ojos del camarero le habrían acuchillado mil veces. Los dedos que sujetaban el bolígrafo se crisparon como si en realidad deseasen cerrarse sobre el cuello del pobre muchacho. Sin embargo, terminó por lanzar otro suspiro y apuntó la comanda.
—¿Y... la señorita?
Ayame torció ligeramente el gesto. Aún no había terminado de escoger, y se decantaba entre varias opciones, pero al final dejó que fuera su impulsividad la que tomara la iniciativa.
—Espagueti a la carbonara, por favor —respondió rápidamente, antes de agotar la escasa paciencia que le debía quedar al camarero.