16/03/2019, 00:07
Lo que sucedió a continuación quedó enredado en una caótica espiral de niebla y delirio. Ya no había momento para pensar, sus cuerpos eran los que habían tomado el control y se esmeraban en seguir en contacto con el otro. El corazón de Ayame latió desbocado al compás del de Daruu, su respiración agitada y sus suspiros terminados en débiles gemidos se entremezclaron con los suyos y sus manos buscaron con desesperación la piel del otro. Se habían abandonado por completo, en cuerpo y alma, dejándose embriagar por la fórmula del amor que les llevó a ser arrastrados por aquel torbellino, pero ninguno de los dos hizo nada por evitarlo. No deseaban evitarlo.
Y sólo ellos y la luna vigilante en el cielo serían testigos directos de lo que ocurrió aquella noche bajo aquellas sábanas.
Ayame arqueó la espalda en un arrebato, y sorprendió a su aturdido cerebro haciendo una comparación de lo más estúpida en aquellas circunstancias: aquella sensación era muy parecida a cuando perdía el control por Kokuō... pero allí donde sólo había ira primitiva y vapor abrasando su piel, ahora sólo había pasión y fuego inundando sus venas con el aquel placer que la invitaba a suplicar más. Hubo dolor, por supuesto que lo hubo. Y claro que hubieron torpezas. Las primeras veces siempre son dolorosas y torpes, y ningún relato debería mentir al respecto. Pero a Ayame no le importó: el placer que sintió junto a Daruu con cada roce y con cada beso y que la elevó hasta el séptimo cielo fue mucho mayor...
Y cuando se entregaron a la tentación de la carne, completamente rendidos, ella acabó apoyada en el pecho de Daruu, aún respirando agitadamente.
—¿Qué hemos hecho...? Voy a necesitar muchas barreras mentales para ocultar esto...
Y sólo ellos y la luna vigilante en el cielo serían testigos directos de lo que ocurrió aquella noche bajo aquellas sábanas.
Ayame arqueó la espalda en un arrebato, y sorprendió a su aturdido cerebro haciendo una comparación de lo más estúpida en aquellas circunstancias: aquella sensación era muy parecida a cuando perdía el control por Kokuō... pero allí donde sólo había ira primitiva y vapor abrasando su piel, ahora sólo había pasión y fuego inundando sus venas con el aquel placer que la invitaba a suplicar más. Hubo dolor, por supuesto que lo hubo. Y claro que hubieron torpezas. Las primeras veces siempre son dolorosas y torpes, y ningún relato debería mentir al respecto. Pero a Ayame no le importó: el placer que sintió junto a Daruu con cada roce y con cada beso y que la elevó hasta el séptimo cielo fue mucho mayor...
Y cuando se entregaron a la tentación de la carne, completamente rendidos, ella acabó apoyada en el pecho de Daruu, aún respirando agitadamente.
—¿Qué hemos hecho...? Voy a necesitar muchas barreras mentales para ocultar esto...