22/03/2019, 15:04
Caída del Pétalo, Primavera del año 219
¡La Primavera! Probablemente la estación favorita de cualquier habitante de Hi no Kuni que se preciase de serlo. Lejos de los gélidos vientos invernales, las lluvias otoñales y el calor abrasador del Verano, la Primavera era aquella época del año en la que los bosques y montes del país lucían más verdes, floridos y frescos que nunca. Incluso el ambiente primaveral parecía haber añadido una nota festiva a la enorme urbe de Tanzaku Gai aquel día, como si sus calles pareciesen menos abarrotadas y su bullicio más amable. Uno podría jurar que incluso la gente parecía de mejor humor, con el Sol brillando sobre sus cabezas tras los duros meses de Otoño e Invierno, el sake tenía mejor sabor, y la comida lucía más jugosa. No resultaba extraño, pues, que el famoso —o al menos a él le gustaba pensar que lo era— mago Don Prodigio y su compañía de ayudantes hubieran elegido aquel día para anunciar su fabuloso espectáculo de magia.
«¡Damas y caballeros, niños y niñas! ¡Se hace saber que durante el día de hoy, el misterioso prestidigitador conocido como Don Prodigio y su compañía intinerante están en la ciudad! ¡Vayan a disfrutar del espectáculo en la Plaza del Mercado!»
Pese a que el autodeclarado mago contaba con una compañía muy modesta, que podía resumirse en un par de ayudantes de escenario, una malabarista, una trafaguego de piel bronceada venida de Kaze no Kuni y un corpulento hombretón que hacía las veces de mozo de cuadra y guardaespaldas, el mensaje había sido pregonado a los cuatro vientos con sorprendente eficacia. El Sol apenas había llegado a su punto más alto del día cuando la Plaza del Mercado, llamada así porque allí solían ubicarse todo tipo de vendedores ambulantes, comerciantes y otras gentes de ingenio agudo y gusto por el color verde, ya estaba abarrotada de transeútes. No todos estaban allí para ver el espectáculo de Don Prodigio —aunque él solía omitir esa clase de detalles cuando hablaba de sus actuaciones—, pero sí que se podía ver a un buen gentío congregado en torno al precario escenario de madera que habían montado en un extremo de la plaza. El modesto carromato en el que viajaba la compañía —junto con sus bártulos— se encontraba aparcado tras el mismo.
En una consecuencia apenas lógica de tal evento, no faltaban entre el público raterillos, timadores y otras gentes de malvivir que quisieran aprovechar la ocasión para sacar una buena tajada de algún asistente menos espabilado de la cuenta. También vendedores de baratijas supuestamente mágicas, bálsamos de Fierabrás, abalorios y similares recorrían el bullicio anunciando "a puerta caliente" sus productos. En una noble medianía entre ambos grupos —el de los carteristas y el de los timadores—, un joven de figura delgaducha, piel aceitunada y pelo negro enmarañado que le caía por el rostro y hasta los hombros, trataba de ganarse algunos ryos vendiendo pequeñas tallas de madera. Animales, símbolos sagrados e incluso objetos en miniatura que —supuestamente— traían suerte desfilaban por las manos del desmejorado joven mientras intentaba convencer a su clientela de que le soltara unos cuantos ryos.
—Son... Son cinco ryos por esta talla, señora, una auténtica ganga... —decía, con la voz quebrada y ronca por el alcohol y el tabaco de mala calidad—. Si se lle... Lleva dos, se las puedo dejar en ocho en total.
El joven rara vez se dignaba a levantar la vista demasiado del suelo, pues había aprendido —por las malas— que la visión de su rostro parcialmente calcinado era un pésimo aditivo a su ya de por sí mal aspecto y escaso carisma personal. Por la misma razón cubría su cabeza con un kasa de paja bien calado, que disimulaba también parte de sus facciones.
—Señor... ¿Quisiera usted comprarme... Comprarme una talla? Son de excelente calidad, se lo aseguro... De la mejor madera de Hi no Kuni —una mirada de indiferencia y una negativa seca después, el muchacho se volteaba en busca de otro intento por ganarse algnos cuartos.
Dando tumbos se acercó a una jovencita de melena azabache que andaba por allí —no quedaba claro si esperando a que el espectáculo de Don Prodigio diese comienzo o en otros menesteres—. Uchiha Akame sacó una preciosa talla de un delfín, manufacturada claramente por unas manos expertas en el uso del cuchillo, y se la mostró a su potencial cliente sin siquiera levantar la vista de sus propios pies.
—Señorita, ¿querría una talla? Esta representa un delfín, un curioso mamífero que vive en el agua y... —se detuvo de repente, consciente de que se estaba dejando llevar. «¿A quién demonios le importaría semejante cosa en Tanzaku Gai?» Suspirando con resignación, se limitó a añadir—. Son sólo cinco ryos, señorita.