22/03/2019, 20:05
No se lo podía creer. ¡Es que no cabía en sí de las tonterías que estaba escuchando! ¡Y encima seguía sonriendo con aquella cara de bobalicón! ¿Acaso le estaba tomando el pelo?
—¿Pero tú te estás escuchando a ti mismo? ¿Has escuchado siquiera una palabra de lo que yo he dicho? —le espetó, abriendo ambos brazos. Puede que Nabi no estuviera alterado, pero desde luego había conseguido sacarla de sus casillas. El fuego de la rabia ardía en sus entrañas y, desde luego, ganas de golpearle no le faltaban después de todo lo que acababa de escuchar—. No he dicho que no te crea a ti, ¡he dicho que no puedo creeros a ninguno de los dos porque no tengo manera de saber cuál es la verdad! ¡Y yo no he dicho que sea toda la culpa vuestra, maldita sea! ¡Deja de inventarte cosas que yo no he dicho! —Se acercó aún más a él, con ojos chispeantes y húmedos—. Si no comprendiera que estuve a punto de arrasar con una grada llena de gente inocente no me estaría disculpando. Si no comprendiera que Eri y Daruu me salvaron devolviéndome a la normalidad no les habría dado las gracias a ambos. Y mis disculpas son sinceras, pero puedes hacer con ellas lo que te dé la real gana, Nabi. El victimismo no es nuestro, ni siquiera es de Uzushiogakure, ¡es sólo tuyo! Hablé con Eri, ambas nos entendimos, ambas nos disculpamos por nuestros errores, y ambas quedamos como amigas. Debes tener las orejas llenas de mierda de perro, porque no me explico que tú seas incapaz de entender nada de lo que estoy diciendo.
Volvió a retroceder, pero aquella vez no le dio la espalda. Había aprendido de su error.
—Gente como tú es la que pone en peligro la paz entre las tres aldeas. Yo ya he tenido suficiente. Hasta nunca Nabi, espero que no nos volvamos a encontrar.
Y, con un sello de su mano diestra, Ayame desapareció en apenas una brisa. No tenía por qué estar soportando aquella sarta de sinsentidos e invenciones. Buscaría a su hermano para emprender el viaje de regreso a casa.
—¿Pero tú te estás escuchando a ti mismo? ¿Has escuchado siquiera una palabra de lo que yo he dicho? —le espetó, abriendo ambos brazos. Puede que Nabi no estuviera alterado, pero desde luego había conseguido sacarla de sus casillas. El fuego de la rabia ardía en sus entrañas y, desde luego, ganas de golpearle no le faltaban después de todo lo que acababa de escuchar—. No he dicho que no te crea a ti, ¡he dicho que no puedo creeros a ninguno de los dos porque no tengo manera de saber cuál es la verdad! ¡Y yo no he dicho que sea toda la culpa vuestra, maldita sea! ¡Deja de inventarte cosas que yo no he dicho! —Se acercó aún más a él, con ojos chispeantes y húmedos—. Si no comprendiera que estuve a punto de arrasar con una grada llena de gente inocente no me estaría disculpando. Si no comprendiera que Eri y Daruu me salvaron devolviéndome a la normalidad no les habría dado las gracias a ambos. Y mis disculpas son sinceras, pero puedes hacer con ellas lo que te dé la real gana, Nabi. El victimismo no es nuestro, ni siquiera es de Uzushiogakure, ¡es sólo tuyo! Hablé con Eri, ambas nos entendimos, ambas nos disculpamos por nuestros errores, y ambas quedamos como amigas. Debes tener las orejas llenas de mierda de perro, porque no me explico que tú seas incapaz de entender nada de lo que estoy diciendo.
Volvió a retroceder, pero aquella vez no le dio la espalda. Había aprendido de su error.
—Gente como tú es la que pone en peligro la paz entre las tres aldeas. Yo ya he tenido suficiente. Hasta nunca Nabi, espero que no nos volvamos a encontrar.
Y, con un sello de su mano diestra, Ayame desapareció en apenas una brisa. No tenía por qué estar soportando aquella sarta de sinsentidos e invenciones. Buscaría a su hermano para emprender el viaje de regreso a casa.