23/03/2019, 01:49
—Ay... aaaaaaaaeao, que me lo pegaaas... —bostezó Daruu también—. Mejor que nunca, cariño —dijo, y la abrazó con fuerza.
Se separó de ella, se desperezó y se sentó en el colchón. Se dio la vuelta y puso los pies en el suelo. Se rascó la desordenada cabellera.
—Bueno... ¿qué hacemos hoy? —preguntó—. Ayer ya nos dimos un día de descanso y nos abstuvimos de hacer cosas de ninja. Hoy tampoco quiero hablar de misiones, ni de Generales ni mierdas, ¿pero qué te parece si salimos a las praderas de las afueras y te enseño a utilizar el Chishio? O al menos te doy el fundamento básico para que lo entrenes tú.
»Y ya de paso, me contarás lo de tu técnica. No hay excusas ya. —Se giró y la miró con una sonrisila diabólica.
Daruu se levantó, y tras varios bostezos y desperezos más entró al aseo. Se arregló la coleta y se vistió con un yukata y pantalones negros. Los muchachos salieron de la habitación del hotel y tomaron un sobrio desayuno —no extento de poco nutritivos pero ricos dulces—. Tras despedirse del recepcionista con una sombra de vergüenza en el rostro, se encaminaron a la puerta de salida de la ciudad. Como buscaban algo de tranquilidad, rodearon la muralla y prefirieron perderse en el horizonte de la parte trasera, donde no había camino por el que mercaderes y demás visitantes husmearan lo que estaban haciendo.
Daruu condujo a Ayame hacia un lugar en el que la pradera comenzaba a vestirse con accesorios: trozos de roca clara gigantes aquí y allá, vigilantes estáticos en el pasar de los años. Se apoyó en una de las piedras.
—Bien, lo primero es lo primero —dijo—. ¿Qué tienes que enseñarme con tanta discrección, a ver?
Se separó de ella, se desperezó y se sentó en el colchón. Se dio la vuelta y puso los pies en el suelo. Se rascó la desordenada cabellera.
—Bueno... ¿qué hacemos hoy? —preguntó—. Ayer ya nos dimos un día de descanso y nos abstuvimos de hacer cosas de ninja. Hoy tampoco quiero hablar de misiones, ni de Generales ni mierdas, ¿pero qué te parece si salimos a las praderas de las afueras y te enseño a utilizar el Chishio? O al menos te doy el fundamento básico para que lo entrenes tú.
»Y ya de paso, me contarás lo de tu técnica. No hay excusas ya. —Se giró y la miró con una sonrisila diabólica.
Daruu se levantó, y tras varios bostezos y desperezos más entró al aseo. Se arregló la coleta y se vistió con un yukata y pantalones negros. Los muchachos salieron de la habitación del hotel y tomaron un sobrio desayuno —no extento de poco nutritivos pero ricos dulces—. Tras despedirse del recepcionista con una sombra de vergüenza en el rostro, se encaminaron a la puerta de salida de la ciudad. Como buscaban algo de tranquilidad, rodearon la muralla y prefirieron perderse en el horizonte de la parte trasera, donde no había camino por el que mercaderes y demás visitantes husmearan lo que estaban haciendo.
Daruu condujo a Ayame hacia un lugar en el que la pradera comenzaba a vestirse con accesorios: trozos de roca clara gigantes aquí y allá, vigilantes estáticos en el pasar de los años. Se apoyó en una de las piedras.
—Bien, lo primero es lo primero —dijo—. ¿Qué tienes que enseñarme con tanta discrección, a ver?