23/03/2019, 12:56
—Ay... aaaaaaaaeao, que me lo pegaaas... —protestó Daruu, bostezando también antes de responder a su pregunta y abrazarla con fuerza—: Mejor que nunca, cariño.
Ayame esbozó una radiante sonrisa, más feliz que nunca.
—Bueno... ¿qué hacemos hoy? —preguntó él, separándose de ella para desperezarse y rascarse su despeinada cocorota—. Ayer ya nos dimos un día de descanso y nos abstuvimos de hacer cosas de ninja. Hoy tampoco quiero hablar de misiones, ni de Generales ni mierdas, ¿pero qué te parece si salimos a las praderas de las afueras y te enseño a utilizar el Chishio? O al menos te doy el fundamento básico para que lo entrenes tú. Y ya de paso, me contarás lo de tu técnica. No hay excusas ya —añadió, girándose hacia ella con una sonrisa maliciosa.
Y Ayame, con la ropa en los brazos, soltó una risilla:
—Lo sé, lo sé. No iba a haceros esperar más —aclaró, y mientras Daruu se metía en el baño para arreglarse, ella se cambió en la habitación.
Era algo estúpido, si se paraba a pensarlo dos veces, pero Ayame seguía siendo muy pudorosa con su desnudez incluso enfrente de su pareja. Además, cuando sus ojos cayeron sobre las sábanas deshechas y le vino a la mente los recuerdos de la noche anterior, un extraño cosquilleo invadió su pecho: un sentimiento muy extraño, mitad felicidad absoluta, mitad vergüenza, mitad angustia... ¿Qué habían hecho? ¿Qué había hecho ella? Sus manos temblaron, apoyadas en el lavabo. El sexo era lo más normal en una pareja, o al menos debería serlo, ¿entonces por qué se sentía así?
Ayame sacudió la cabeza y comenzó a vestirse con un sencilla camiseta de manga corta de color azul y pantalones de media altura oscuros.
«¿Habré... habré actuado bien...?» No pudo evitar volver a preguntarse. «Y si... ¿Y si no he cumplido sus expectativas? ¿Y si no soy lo que él esperaba que fuera? No me abandonará después de esto... ¿no?» Una angustiante congoja la invadió ante aquella sola idea. Se había desnudado por completo ante él, había terminado de revelar todos sus secretos para él...
Los dos muchachos pararon en una pradera de las afueras de Notsuba. El terreno, cubierto por una interminable alfombra de hierba verde, se veía de vez en cuando salpicado por rocas gigantes que la agujereaban, sobresalientes en forma de montículos. Daruu se apoyó en una de aquellas rocas de piedra clara.
—Bien, lo primero es lo primero —dijo—. ¿Qué tienes que enseñarme con tanta discrección, a ver?
—¿Oh? Creía que lo primero era el Chishio —dijo Ayame, completamente seria, esperando la reacción de Daruu. Sólo entonces soltó una carcajada y agitó una mano en el aire—. ¡Es broma, es broma! Veamos... —murmuró, parándose en mitad de la pradera con las piernas ligeramente separadas—. Es la primera vez que hago esto, así que no sé cómo va a salir. Pero allá va.
Entrelazó las manos en lo que Daruu reconocería como el característico sello del Clon de Sombras. Pero Ayame se estaba tomando mucho más tiempo del que sería lo normal para crear un clon. Había cerrado los ojos y respiraba hondo, tratando de concentrarse. Tenía las notas que había ido tomando perfectamente grabadas en la memoria, conocía la teoría que ella misma había creado, pero aún necesitaba algo más.
«Kokuō, necesito que confíes en mí un momento.»
«No quiero tu poder. Ya te lo dije. Pero para esto necesito que confíes en mí, por favor. Si te fallo, puedes hacer conmigo lo que quieras.»
Kokuō no respondió ni añadió nada más. Y Ayame procedió. No dividió su propio chakra como solía hacer para crear las réplicas de sombra; en su lugar, tiró del chakra de Kokuō hacia el exterior. Y entonces...
—Bijū Bunshin no Jutsu —pronunció.
Una nube de humo estalló junto a ella y al desvanecerse dejó a la vista una réplica de la kunoichi. Pero no era una réplica como la que crearía cualquier técnica de clonación, pues ni siquiera era idéntica a ella. Aunque mantenía su misma forma, aquella réplica difería en colores: el cabello era de un color blanco que terminaba difuminándose hacia el crema en sus puntas, y sus ojos, en lugar de castaños, eran de color aguamarina y lucían una inquietante sombra rojiza en sus párpados inferiores. La réplica se volvió estupefacta hacia Ayame, que le dedicó una radiante pero ligeramente fatigada sonrisa.
—Bienvenida, Kokuō.
Ayame esbozó una radiante sonrisa, más feliz que nunca.
—Bueno... ¿qué hacemos hoy? —preguntó él, separándose de ella para desperezarse y rascarse su despeinada cocorota—. Ayer ya nos dimos un día de descanso y nos abstuvimos de hacer cosas de ninja. Hoy tampoco quiero hablar de misiones, ni de Generales ni mierdas, ¿pero qué te parece si salimos a las praderas de las afueras y te enseño a utilizar el Chishio? O al menos te doy el fundamento básico para que lo entrenes tú. Y ya de paso, me contarás lo de tu técnica. No hay excusas ya —añadió, girándose hacia ella con una sonrisa maliciosa.
Y Ayame, con la ropa en los brazos, soltó una risilla:
—Lo sé, lo sé. No iba a haceros esperar más —aclaró, y mientras Daruu se metía en el baño para arreglarse, ella se cambió en la habitación.
Era algo estúpido, si se paraba a pensarlo dos veces, pero Ayame seguía siendo muy pudorosa con su desnudez incluso enfrente de su pareja. Además, cuando sus ojos cayeron sobre las sábanas deshechas y le vino a la mente los recuerdos de la noche anterior, un extraño cosquilleo invadió su pecho: un sentimiento muy extraño, mitad felicidad absoluta, mitad vergüenza, mitad angustia... ¿Qué habían hecho? ¿Qué había hecho ella? Sus manos temblaron, apoyadas en el lavabo. El sexo era lo más normal en una pareja, o al menos debería serlo, ¿entonces por qué se sentía así?
Ayame sacudió la cabeza y comenzó a vestirse con un sencilla camiseta de manga corta de color azul y pantalones de media altura oscuros.
«¿Habré... habré actuado bien...?» No pudo evitar volver a preguntarse. «Y si... ¿Y si no he cumplido sus expectativas? ¿Y si no soy lo que él esperaba que fuera? No me abandonará después de esto... ¿no?» Una angustiante congoja la invadió ante aquella sola idea. Se había desnudado por completo ante él, había terminado de revelar todos sus secretos para él...
. . .
Los dos muchachos pararon en una pradera de las afueras de Notsuba. El terreno, cubierto por una interminable alfombra de hierba verde, se veía de vez en cuando salpicado por rocas gigantes que la agujereaban, sobresalientes en forma de montículos. Daruu se apoyó en una de aquellas rocas de piedra clara.
—Bien, lo primero es lo primero —dijo—. ¿Qué tienes que enseñarme con tanta discrección, a ver?
—¿Oh? Creía que lo primero era el Chishio —dijo Ayame, completamente seria, esperando la reacción de Daruu. Sólo entonces soltó una carcajada y agitó una mano en el aire—. ¡Es broma, es broma! Veamos... —murmuró, parándose en mitad de la pradera con las piernas ligeramente separadas—. Es la primera vez que hago esto, así que no sé cómo va a salir. Pero allá va.
Entrelazó las manos en lo que Daruu reconocería como el característico sello del Clon de Sombras. Pero Ayame se estaba tomando mucho más tiempo del que sería lo normal para crear un clon. Había cerrado los ojos y respiraba hondo, tratando de concentrarse. Tenía las notas que había ido tomando perfectamente grabadas en la memoria, conocía la teoría que ella misma había creado, pero aún necesitaba algo más.
«Kokuō, necesito que confíes en mí un momento.»
«¿Me está pidiendo poder? Ya le dije, Señorita...»
«No quiero tu poder. Ya te lo dije. Pero para esto necesito que confíes en mí, por favor. Si te fallo, puedes hacer conmigo lo que quieras.»
Kokuō no respondió ni añadió nada más. Y Ayame procedió. No dividió su propio chakra como solía hacer para crear las réplicas de sombra; en su lugar, tiró del chakra de Kokuō hacia el exterior. Y entonces...
—Bijū Bunshin no Jutsu —pronunció.
Una nube de humo estalló junto a ella y al desvanecerse dejó a la vista una réplica de la kunoichi. Pero no era una réplica como la que crearía cualquier técnica de clonación, pues ni siquiera era idéntica a ella. Aunque mantenía su misma forma, aquella réplica difería en colores: el cabello era de un color blanco que terminaba difuminándose hacia el crema en sus puntas, y sus ojos, en lugar de castaños, eran de color aguamarina y lucían una inquietante sombra rojiza en sus párpados inferiores. La réplica se volvió estupefacta hacia Ayame, que le dedicó una radiante pero ligeramente fatigada sonrisa.
—Bienvenida, Kokuō.