23/03/2019, 14:36
—Un desafortunado accidente se... Señorita. No... No se preocupe —respondió, tan aterrorizado como si Ayame acabara de ponerle un kunai en el cuello.
Y la muchacha se removió en el sitio, inquieta. ¿Qué podría haberle pasado? Quizás había perdido su casa en un terrible incendio y las llamas le hubiesen carcomido el rostro... O quizás aquellas terribles heridas eran fruto del ajuste de cuentas entre hombres de la calle. Fuera como fuese, y aunque se sentía verdaderamente intrigada por aquel suceso, Ayame decidió no meter más el dedo en la llaga por respeto. Aunque una parte de ella lamentó no tener la habilidad que tenía su padre con la medicina, quizás podría haberle ayudado. O, al menos, haberlo intentado...
—Señorita, usted... Usted es ninja, ¿no? —le preguntó de repente, sacándola de sus pensamientos—. Es... Es por sus sandalias, son sandalias de ninja, ¿verdad? Sí, yo creo que lo son...
—Sí, bueno... Kunoichi de Amegakure —asintió ella, levantando uno de sus pies enfundados en aquellas cómodas botas de goma y golpeando varias con la punta el suelo. Era la primera vez que la reconocían como ninja por sus botas, y no por la placa metálica que llevaba atornillada en su hombro derecho. Aunque no era demasiado extraño, teniendo en cuenta que aquel extraño e inquietante mercader no apartaba la mirada del suelo.
—Usted... Bueno, ¿podría...? ¿Podría decirme si hay noticias sobre las otras Aldeas? —preguntó, con la voz temblorosa—. Aquí hacemos frontera con Uzu no Kuni, y... Y hace tiempo corrían rumores de que algo muy... Muy malo había pasado allí. Pero ya no sé nada, la gente no habla de ello... Usted... ¿Usted sabe qué ha pasado?
Ayame se removió, inquieta. ¿Qué clase de información podía darle a un simple civil de un país ajeno al Remolino? ¿Que en Uzushiogakure se habían colado unos infiltrados que habían asesinado a uno de los Jinchūriki y que ahora tenían tras su cuello a ocho poderosos shinobi a las órdenes de la Bestia de Nueve Colas que planeaban dominar a toda la humanidad? No. Definitivamente no. No podía arriesgarse a abrir la boca más de lo debido y poner en riesgo información confidencial: la Alianza y su resistencia frente a los Generales de Kurama dependía de ello.
—Todo está bien, ciudadano —respondió, de la forma más neutral que fue capaz—. Las tres aldeas vuelven a estar en paz, así que... todo está bien. Muchas gracias por las tallas, espero que tenga un buen día —concluyó, inclinando la cabeza para después girar sobre sus propios talones y dirigirse hacia el cúmulo de gente que estaba por presenciar el espectáculo de Don Prodigio.
Y la muchacha se removió en el sitio, inquieta. ¿Qué podría haberle pasado? Quizás había perdido su casa en un terrible incendio y las llamas le hubiesen carcomido el rostro... O quizás aquellas terribles heridas eran fruto del ajuste de cuentas entre hombres de la calle. Fuera como fuese, y aunque se sentía verdaderamente intrigada por aquel suceso, Ayame decidió no meter más el dedo en la llaga por respeto. Aunque una parte de ella lamentó no tener la habilidad que tenía su padre con la medicina, quizás podría haberle ayudado. O, al menos, haberlo intentado...
—Señorita, usted... Usted es ninja, ¿no? —le preguntó de repente, sacándola de sus pensamientos—. Es... Es por sus sandalias, son sandalias de ninja, ¿verdad? Sí, yo creo que lo son...
—Sí, bueno... Kunoichi de Amegakure —asintió ella, levantando uno de sus pies enfundados en aquellas cómodas botas de goma y golpeando varias con la punta el suelo. Era la primera vez que la reconocían como ninja por sus botas, y no por la placa metálica que llevaba atornillada en su hombro derecho. Aunque no era demasiado extraño, teniendo en cuenta que aquel extraño e inquietante mercader no apartaba la mirada del suelo.
—Usted... Bueno, ¿podría...? ¿Podría decirme si hay noticias sobre las otras Aldeas? —preguntó, con la voz temblorosa—. Aquí hacemos frontera con Uzu no Kuni, y... Y hace tiempo corrían rumores de que algo muy... Muy malo había pasado allí. Pero ya no sé nada, la gente no habla de ello... Usted... ¿Usted sabe qué ha pasado?
Ayame se removió, inquieta. ¿Qué clase de información podía darle a un simple civil de un país ajeno al Remolino? ¿Que en Uzushiogakure se habían colado unos infiltrados que habían asesinado a uno de los Jinchūriki y que ahora tenían tras su cuello a ocho poderosos shinobi a las órdenes de la Bestia de Nueve Colas que planeaban dominar a toda la humanidad? No. Definitivamente no. No podía arriesgarse a abrir la boca más de lo debido y poner en riesgo información confidencial: la Alianza y su resistencia frente a los Generales de Kurama dependía de ello.
—Todo está bien, ciudadano —respondió, de la forma más neutral que fue capaz—. Las tres aldeas vuelven a estar en paz, así que... todo está bien. Muchas gracias por las tallas, espero que tenga un buen día —concluyó, inclinando la cabeza para después girar sobre sus propios talones y dirigirse hacia el cúmulo de gente que estaba por presenciar el espectáculo de Don Prodigio.