24/03/2019, 00:14
Pero la habilidad de Daruu cuerpo a cuerpo no tenía parangón, y no tenía ningún reparo a la hora de demostrarlo. Antes de que Kokuō pudiera terminar la llave que le terminaría estampando contra el suelo, el muchacho liberó un chorro de agua que le acertó en el rostro y le permitió liberarse para volver a tierra firme sobre sus pies.
—Se te ha caído un poco de dignidad, caballito.
A través de los mechones de pelo empapados, Daruu pudo ver que los ojos aguamarina de Kokuō se clavaban en él como dagas. Comenzó a acercarse al muchacho a paso lento...
Y un débil chorro de agua les acertó a ambos de lleno cuando estaban prácticamente cara a cara.
—¡PARAD DE UNA VEZ! —suplicó Ayame, con ojos llorosos y las manos entrelazadas en un último sello.
Kokuō se volvió hacia ella, destilando ira por cada uno de sus poros, y mantuvo la mirada clavada sobre la muchacha durante varios largos segundos. Apretó los puños, y cuando parecía que se iba a abalanzar sobre ella, giró sobre sus talones, les dio la espalda y comenzó a alejarse con paso lento.
—No tengo por qué aguantar las insolencias de un humano maleducado y bocazas. La próxima vez que decida sacarme a pasear que no esté ese pelopincho delante —exigió, dirigiéndose a una de las rocas que quedaba a media distancia de ellos dos.
Ayame se volvió hacia Daruu, hecha una furia.
—¿¡Por qué has tenido que hacer eso!? ¡Se suponía que era una sorpresa para ella!
—Se te ha caído un poco de dignidad, caballito.
A través de los mechones de pelo empapados, Daruu pudo ver que los ojos aguamarina de Kokuō se clavaban en él como dagas. Comenzó a acercarse al muchacho a paso lento...
Y un débil chorro de agua les acertó a ambos de lleno cuando estaban prácticamente cara a cara.
—¡PARAD DE UNA VEZ! —suplicó Ayame, con ojos llorosos y las manos entrelazadas en un último sello.
Kokuō se volvió hacia ella, destilando ira por cada uno de sus poros, y mantuvo la mirada clavada sobre la muchacha durante varios largos segundos. Apretó los puños, y cuando parecía que se iba a abalanzar sobre ella, giró sobre sus talones, les dio la espalda y comenzó a alejarse con paso lento.
—No tengo por qué aguantar las insolencias de un humano maleducado y bocazas. La próxima vez que decida sacarme a pasear que no esté ese pelopincho delante —exigió, dirigiéndose a una de las rocas que quedaba a media distancia de ellos dos.
Ayame se volvió hacia Daruu, hecha una furia.
—¿¡Por qué has tenido que hacer eso!? ¡Se suponía que era una sorpresa para ella!