25/03/2019, 16:12
Ayame esperaba, tan impaciente como recelosa: una presentación, indicaciones sobre lo que debía hacer... ¡cualquier cosa! Cuanto antes terminara con aquel numerito, antes podría volver a sumergirse y diluirse en el anonimato de la multitud. Sin embargo, Don Prodigio se había quedado mirándola como si acabara de ver a un fantasma. Detrás de ambos, los ayudantes abrieron sendos armarios para demostrarle al público que estaban completamente vacíos; y, justo cuando Ayame estaba a punto de preguntarle si ocurría algo, Don Prodigio pareció recuperar la compostura.
—¡JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —volvió a aullar, sobresaltándola—. ¡Querido público! ¡Ilustres asistentes! ¡Prepárense... Porque esto... Va... A... Comenzar!
Dos nuevas canicas estallaron contra el suelo del escenario, levantando sendas nubes de gas y chispas violetas. Ayame había vuelto a cruzar el brazo frente al rostro, pero eso no evitó que la primera bocanada de aire le arrancara un acceso de tos. Y ella no fue la única que se vio afectada, el propio Don Prodigio y sus dos ayudantes también estaban tosiendo.
—Mediante la Teletransportación Cuántica de Vibrones Enlazados de Don Prodigio, enviaré a esta muchacha desde uno de los armarios al otro, en apenas un parpadeo... ¡De alguien que parpadee muy lentamente! —bromeó.
Pero Ayame había girado la cabeza para observar los dos armarios. Ambos estaban completamente huecos, vacíos de cualquier estantería. Eran perfectos para que ella cupiera en su interior pero... ¿De verdad Don Prodigio sería capaz de teletransportarla de uno a otro?
—¡Ahora, por favor, si es tan amable la señorita, entre en el armario a mi izquierda!
—S... sí —asintió ella, girando sobre sus talones.
Siguiendo las indicaciones de uno de los ayudantes, Ayame se metió en el armario indicado. Lo hizo con tiento y mucho cuidado, como si temiera que el armario se fuera a hundir sobre ella o que el suelo bajo sus pies fuera a desaparecer. Quién le diría que no andaba muy desencaminada. La puerta se cerró, sumiéndola en una suave oscuridad que le hizo contener la respiración, con el corazón palpitándole con fuerza.
—¡Así es, así es! ¡Abran bien los ojos, porque están a punto de presenciar el poder de las magias arcanas que se han convocado aquí! —escuchaba la enlatada voz de Don Prodigio a través de la puerta.
Y entonces sintió el suelo agitarse bajo sus pies. Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, se la tragó. Ayame ahogó una exclamación de sorpresa, pero la caída apenas duró un instante. Ni siquiera tuvo que licuar su cuerpo.
—Q... ¿Qué...? —farfulló, presa del pánico. No le hizo más que un simple vistazo para saber que se encontraba en la parte baja del escenario. Junto a ella había una chica de piel muy bronceada y ojos que brillaban como el fuego. La saludó con una sonrisa, en completo silencio, y entonces le indicó con un gesto que se colocara en cierta posición: bajo la trampilla del otro armario. Todo hizo encajó entonces en su mente—. Así que las fuerzas místicas del Arcano y el éter... —repitió en voz baja, con una risilla.
Pero aún así decidió seguirles el juego. Se colocó donde la otra joven le había indicado, pero pronto se encontraron con un problema.
—Mierda, ¡coño! Está atrancada. ¿Por qué está atrancada? Le dije a ese bobo de Kuma que la arreglase, ¿¡por qué está atrancada!? —mascullaba, presa del pánico. Pero enseguida retomó la postura, tratando de serenarse—. Mierda, joder. ¿Qué demonios hacemos ahora? Dioses, si este número vuelve a salir mal...
—Espera —le susurró Ayame, haciéndola a un lado para intentarlo ella misma.
Estaba claro que la trampilla por la que debía subir estaba atrancada. Chasqueó la lengua, irritada. Si no estuviera por encima de su cabeza, podría colarse por las hendiduras que dejaban la abertura. Pero ni siendo el Agua podía desafiar las leyes de la gravedad. Por eso, acumuló el agua en un brazo, hipertrofiándolo de manera casi monstruosa, y con su nueva fuerza trató de tirar de la trampilla, pero con cuidado para no terminar arrancándola de cuajo.
—¡JAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —volvió a aullar, sobresaltándola—. ¡Querido público! ¡Ilustres asistentes! ¡Prepárense... Porque esto... Va... A... Comenzar!
Dos nuevas canicas estallaron contra el suelo del escenario, levantando sendas nubes de gas y chispas violetas. Ayame había vuelto a cruzar el brazo frente al rostro, pero eso no evitó que la primera bocanada de aire le arrancara un acceso de tos. Y ella no fue la única que se vio afectada, el propio Don Prodigio y sus dos ayudantes también estaban tosiendo.
—Mediante la Teletransportación Cuántica de Vibrones Enlazados de Don Prodigio, enviaré a esta muchacha desde uno de los armarios al otro, en apenas un parpadeo... ¡De alguien que parpadee muy lentamente! —bromeó.
Pero Ayame había girado la cabeza para observar los dos armarios. Ambos estaban completamente huecos, vacíos de cualquier estantería. Eran perfectos para que ella cupiera en su interior pero... ¿De verdad Don Prodigio sería capaz de teletransportarla de uno a otro?
—¡Ahora, por favor, si es tan amable la señorita, entre en el armario a mi izquierda!
—S... sí —asintió ella, girando sobre sus talones.
Siguiendo las indicaciones de uno de los ayudantes, Ayame se metió en el armario indicado. Lo hizo con tiento y mucho cuidado, como si temiera que el armario se fuera a hundir sobre ella o que el suelo bajo sus pies fuera a desaparecer. Quién le diría que no andaba muy desencaminada. La puerta se cerró, sumiéndola en una suave oscuridad que le hizo contener la respiración, con el corazón palpitándole con fuerza.
—¡Así es, así es! ¡Abran bien los ojos, porque están a punto de presenciar el poder de las magias arcanas que se han convocado aquí! —escuchaba la enlatada voz de Don Prodigio a través de la puerta.
Y entonces sintió el suelo agitarse bajo sus pies. Antes de que pudiera hacer nada por evitarlo, se la tragó. Ayame ahogó una exclamación de sorpresa, pero la caída apenas duró un instante. Ni siquiera tuvo que licuar su cuerpo.
—Q... ¿Qué...? —farfulló, presa del pánico. No le hizo más que un simple vistazo para saber que se encontraba en la parte baja del escenario. Junto a ella había una chica de piel muy bronceada y ojos que brillaban como el fuego. La saludó con una sonrisa, en completo silencio, y entonces le indicó con un gesto que se colocara en cierta posición: bajo la trampilla del otro armario. Todo hizo encajó entonces en su mente—. Así que las fuerzas místicas del Arcano y el éter... —repitió en voz baja, con una risilla.
Pero aún así decidió seguirles el juego. Se colocó donde la otra joven le había indicado, pero pronto se encontraron con un problema.
—Mierda, ¡coño! Está atrancada. ¿Por qué está atrancada? Le dije a ese bobo de Kuma que la arreglase, ¿¡por qué está atrancada!? —mascullaba, presa del pánico. Pero enseguida retomó la postura, tratando de serenarse—. Mierda, joder. ¿Qué demonios hacemos ahora? Dioses, si este número vuelve a salir mal...
—Espera —le susurró Ayame, haciéndola a un lado para intentarlo ella misma.
Estaba claro que la trampilla por la que debía subir estaba atrancada. Chasqueó la lengua, irritada. Si no estuviera por encima de su cabeza, podría colarse por las hendiduras que dejaban la abertura. Pero ni siendo el Agua podía desafiar las leyes de la gravedad. Por eso, acumuló el agua en un brazo, hipertrofiándolo de manera casi monstruosa, y con su nueva fuerza trató de tirar de la trampilla, pero con cuidado para no terminar arrancándola de cuajo.