26/03/2019, 21:13
—¡Oye, yo no le veo la gracia! —protestó Ayame, mientras Daruu terminaba de limpiarse las lágrimas de risa con el dorso de la mano y se reincorporaba de nuevo. Pensó entonces en lo feliz que era, pudiendo reír con tanta tranquilidad mientras el mundo a su alrededor seguía avanzando. No era sólo por tener a Ayame de vuelta, debió reconocer, sino por la Paz. La Alianza de las Tres Grandes les permitía respirar en paz, y era... refrescante.
—Pues debes de estar cegata —se burló, mientras se sacudía las briznas de hierba de su pantalón.
Y así, Ayame, henchida de orgullo y determinación, volvió a intentarlo una vez más. Formuló los sellos, dio una palmada, y tras un destello carmesí consiguió desaparecer. Daruu abrió la boca de par en par. ¡Lo... lo había conseguido! ¡Pero si él había tardado muchas, muchas semanas! ¡No se lo podía creer, al final iba a resultar que Ayame era un gen...!
—¡Agh! ¡S... SEÑORITA! —La voz de Kokuo retumbó a lo lejos. Daruu giró instantáneamente el cuello, como un perro que pone el oído cuando escucha jaleo fuera de la puerta de la casa de su amo.
—¡LOSIENTOLOSIENTOLOSIENTOLOSIENTO!
«¿¡PERO CÓMO LO HA HECHO!? ¡SI LA SANGRE ESTABA EN LA OTRA DIRECCIÓN!»
Sólo Ayame era capaz de hacer algo tan mal que daba la vuelta y se convertía en un milagro del Ninjutsu. Por supuesto, Daruu estaba seguro de que el rastro de sangre había desaparecido del kunai —así debía ser, si no iba a ser él el que tuviera que aprender de ella—. Si la kunoichi intentaba realizar la técnica de nuevo, esta ni siquiera surgiría efecto.
De hecho, debería dejarlo estar. Uno de los motivos por el que se tardaba tanto en dominarla era que el jutsu era terriblemente agotador. Consumía rápidamente el chakra y además moverse o mover a clones contigo —oh, no, eso aún no se lo había dicho a Ayame. «Verás tú cuando haya cinco Ayames intentando hacer la técnica a la vez. Notsuba, prepárate»— tenía un efecto curioso: como si el movimiento lo hubieras realizado corriendo. Salvando las distancias, claro. Un Sunshin no podía llevarte a la otra punta de Oonindo.
Pero desde luego la técnica tenía su revés. Y ahora Ayame ni siquiera disponía de esa vitalidad adicional que le proporcionaba Kokuo.
—Pues debes de estar cegata —se burló, mientras se sacudía las briznas de hierba de su pantalón.
Y así, Ayame, henchida de orgullo y determinación, volvió a intentarlo una vez más. Formuló los sellos, dio una palmada, y tras un destello carmesí consiguió desaparecer. Daruu abrió la boca de par en par. ¡Lo... lo había conseguido! ¡Pero si él había tardado muchas, muchas semanas! ¡No se lo podía creer, al final iba a resultar que Ayame era un gen...!
—¡Agh! ¡S... SEÑORITA! —La voz de Kokuo retumbó a lo lejos. Daruu giró instantáneamente el cuello, como un perro que pone el oído cuando escucha jaleo fuera de la puerta de la casa de su amo.
—¡LOSIENTOLOSIENTOLOSIENTOLOSIENTO!
«¿¡PERO CÓMO LO HA HECHO!? ¡SI LA SANGRE ESTABA EN LA OTRA DIRECCIÓN!»
Sólo Ayame era capaz de hacer algo tan mal que daba la vuelta y se convertía en un milagro del Ninjutsu. Por supuesto, Daruu estaba seguro de que el rastro de sangre había desaparecido del kunai —así debía ser, si no iba a ser él el que tuviera que aprender de ella—. Si la kunoichi intentaba realizar la técnica de nuevo, esta ni siquiera surgiría efecto.
De hecho, debería dejarlo estar. Uno de los motivos por el que se tardaba tanto en dominarla era que el jutsu era terriblemente agotador. Consumía rápidamente el chakra y además moverse o mover a clones contigo —oh, no, eso aún no se lo había dicho a Ayame. «Verás tú cuando haya cinco Ayames intentando hacer la técnica a la vez. Notsuba, prepárate»— tenía un efecto curioso: como si el movimiento lo hubieras realizado corriendo. Salvando las distancias, claro. Un Sunshin no podía llevarte a la otra punta de Oonindo.
Pero desde luego la técnica tenía su revés. Y ahora Ayame ni siquiera disponía de esa vitalidad adicional que le proporcionaba Kokuo.