31/03/2019, 22:14
(Última modificación: 31/03/2019, 22:54 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
Ryuka soltó un bufido de resignación mientras sus iris anaranjados rodaban por las cuencas de sus ojos.
—Ni te imaginas, tía. La semana pasada, en Minori, se nos atascó la trampilla. Se suponía que Kuma la había arreglado —agregó, señalando con el dedo pulgar hacia su espalda, a donde estaba el grandullón con cara de memo—, pero ya has visto que sigue sin funcionar bien. Y allí no teníamos a un voluntario tan... Guay como tú —admitió, con un ligero tinte de admiración que tiñó su mirada—. Otra de las veces Ichi se puso enfermo y yo tuve que sustituirle, pero claro, no tengo tanta práctica en el truco de montar y desmontar los armarios, así que lo hice mal y en mitad del número mi armario se vino abajo...
Parecía que aquella Compañía de desgraciados tenía suficientes anécdotas malas como para llenar un libro, de modo que Ryuka simplemente dejó que la kunoichi se hiciera una idea. Aun así, en ella se podía notar un ligero toque de ternura cuando contaba todas aquellas veces que las funciones les habían salido mal; como una madre que habla de las travesuras de sus hijos pero que, a pesar de todo, no puede dejar de quererlos tal y como son.
—Así que ya ves, hoy ha sido uno de nuestros mejores números... Y te lo debemos a ti. Aunque, si te digo la verdad, no sé cómo compensártelo. De dinero olvídate —declaró abruptamente—. Pero... Podría enseñarte alguno de mis trucos. Soy una tragafuego de primera, aunque Don Prodigio no confía en mi desde una vez que, bueno... Prendí fuego a su capa favorita.
Ryuka soltó una risilla nerviosa mientras se rascaba la nuca con gesto culpable.
—¡Pero sólo me ha pasado una vez! —se excusó—. En... El último mes —admitió luego, con otra risilla—. ¡Como sea! ¿Quieres verlo? En Inaka me hice bastante famosa, aunque claro, allí el público no es tan fácil como aquí... Supongo que es la vida en el desierto, nos vuelve bastante pragmáticos y aburridos. ¡Por eso me largué!
—Ni te imaginas, tía. La semana pasada, en Minori, se nos atascó la trampilla. Se suponía que Kuma la había arreglado —agregó, señalando con el dedo pulgar hacia su espalda, a donde estaba el grandullón con cara de memo—, pero ya has visto que sigue sin funcionar bien. Y allí no teníamos a un voluntario tan... Guay como tú —admitió, con un ligero tinte de admiración que tiñó su mirada—. Otra de las veces Ichi se puso enfermo y yo tuve que sustituirle, pero claro, no tengo tanta práctica en el truco de montar y desmontar los armarios, así que lo hice mal y en mitad del número mi armario se vino abajo...
Parecía que aquella Compañía de desgraciados tenía suficientes anécdotas malas como para llenar un libro, de modo que Ryuka simplemente dejó que la kunoichi se hiciera una idea. Aun así, en ella se podía notar un ligero toque de ternura cuando contaba todas aquellas veces que las funciones les habían salido mal; como una madre que habla de las travesuras de sus hijos pero que, a pesar de todo, no puede dejar de quererlos tal y como son.
—Así que ya ves, hoy ha sido uno de nuestros mejores números... Y te lo debemos a ti. Aunque, si te digo la verdad, no sé cómo compensártelo. De dinero olvídate —declaró abruptamente—. Pero... Podría enseñarte alguno de mis trucos. Soy una tragafuego de primera, aunque Don Prodigio no confía en mi desde una vez que, bueno... Prendí fuego a su capa favorita.
Ryuka soltó una risilla nerviosa mientras se rascaba la nuca con gesto culpable.
—¡Pero sólo me ha pasado una vez! —se excusó—. En... El último mes —admitió luego, con otra risilla—. ¡Como sea! ¿Quieres verlo? En Inaka me hice bastante famosa, aunque claro, allí el público no es tan fácil como aquí... Supongo que es la vida en el desierto, nos vuelve bastante pragmáticos y aburridos. ¡Por eso me largué!