2/04/2019, 16:53
(Última modificación: 2/04/2019, 17:00 por Uchiha Akame. Editado 1 vez en total.)
¡Ayame no lo dudó ni un instante! Ryuka apenas tuvo tiempo de preguntar qué demonios estaba ocurriendo cuando la figura de aquella joven kunoichi se difuminó en una leve neblina antes de desaparecer justo delante de sus ojos.
¡Zas! Como un rayo, la amejin había aparecido junto al yonqui de manos largas que trataba de quedarse con la recaudación de Don Prodigio y su Compañía. El chico dio un respingo, sorprendido, al notar los finos dedos de Ayame cerrarse en torno a su brazo; rápidamente giró el rostro, medio carbonizado y oculto por la maraña de pelo negro, para ver a la jinchuuriki de la Lluvia. «¡Mierda joder, hostia puta! ¿¡Qué hace ella aquí!?» Calabaza se vio entonces en una difícil tesitura —abandonar su botín y salvarse, o arriesgarse a contraer la ira de una kunoichi por intentar conservar el tesoro—. El yonqui siseó de rabia, mostrando parte de su dentadura maltrecha y tintada de azul.
«Si intento algo me va a machacar, y es muy rápida... ¡Tengo que salir de aquí cagando leches!»
Con un movimiento más rápido del que se pudiera esperar, Calabaza se giró violentamente hacia Ayame tratando de estampar la caja de arcancías contra su rostro; en una maniobra desesperada que pretendía hacerla soltar su brazo y darle oportunidad para huir a la carrera. Si lo conseguía, el jovenzuelo echaría a correr hacia la muchedumbre, tratando de despistar a su perseguidora... Sin embargo, iría dejando un rastro de empujones, improperios y caras desagradables que sería fácil de localizar.
—¡Ayame-san! ¡Por allí! —vociferó Ryuka, señalando a la multitud—. ¡Cojamos a ese cabronazo!
¡Zas! Como un rayo, la amejin había aparecido junto al yonqui de manos largas que trataba de quedarse con la recaudación de Don Prodigio y su Compañía. El chico dio un respingo, sorprendido, al notar los finos dedos de Ayame cerrarse en torno a su brazo; rápidamente giró el rostro, medio carbonizado y oculto por la maraña de pelo negro, para ver a la jinchuuriki de la Lluvia. «¡Mierda joder, hostia puta! ¿¡Qué hace ella aquí!?» Calabaza se vio entonces en una difícil tesitura —abandonar su botín y salvarse, o arriesgarse a contraer la ira de una kunoichi por intentar conservar el tesoro—. El yonqui siseó de rabia, mostrando parte de su dentadura maltrecha y tintada de azul.
«Si intento algo me va a machacar, y es muy rápida... ¡Tengo que salir de aquí cagando leches!»
Con un movimiento más rápido del que se pudiera esperar, Calabaza se giró violentamente hacia Ayame tratando de estampar la caja de arcancías contra su rostro; en una maniobra desesperada que pretendía hacerla soltar su brazo y darle oportunidad para huir a la carrera. Si lo conseguía, el jovenzuelo echaría a correr hacia la muchedumbre, tratando de despistar a su perseguidora... Sin embargo, iría dejando un rastro de empujones, improperios y caras desagradables que sería fácil de localizar.
—¡Ayame-san! ¡Por allí! —vociferó Ryuka, señalando a la multitud—. ¡Cojamos a ese cabronazo!