2/04/2019, 21:16
El indigente le dedicó una afilada mirada por debajo de unos cabellos tan oscuros como sus iris en aquella mitad de su rostro donde lucía aquella terrorífica cicatriz. Pero Ayame no retrocedió, aunque sí se vio sorprendida cuando le mostró los dientes en un siseo lleno de rabia. Unos dientes extrañamente coloreados de azul.
«¿Qué es...?»
Pero ni siquiera tuvo tiempo de pensar en ello, pues el pordiosero le arrojó el cofre directo a la cabeza. En un acto reflejo, Ayame le soltó y se cubrió el rostro con sendos brazos, y cuando la caja impactó con todo su peso contra ella liberó un estallido de agua cuando su cuerpo se licuó por sí mismo. Terminó cayendo al suelo, y rebotó con un seco y pesado estruendo.
—¡Maldito...!
—¡Ayame-san! ¡Por allí! —vociferaba Ryuka, que se había acercado entre largas zancadas, mientras señalaba a la multitud—. ¡Cojamos a ese cabronazo!
Pero Ayame no necesitaba que se lo dijera dos veces. Para cuando había terminado la frase, Ayame ya había saltado en el aire con el sello del pájaro desenvainado en sus manos. Su espalda estalló súbitamente en agua, y el líquido se modeló hasta formar dos espléndidas alas que utilizó para mantenerse en el aire.
—¡Lo sé! ¡Me adelantaré! —gritó, mientras batía sus nuevas extremidades con todas sus fuerzas para elevarse en el aire y después se lanzó al frente, siguiendo la estela de empujones y maldiciones que el pordiosero iba dejando tras su paso.
Ayame era bien consciente de que volando era más lenta que corriendo, pero había demasiada gente en el camino, y la multitud sólo la ralentizaría aún más. Tendría que ocuparse de aquel ladrón desde las alturas.
«¿Qué es...?»
Pero ni siquiera tuvo tiempo de pensar en ello, pues el pordiosero le arrojó el cofre directo a la cabeza. En un acto reflejo, Ayame le soltó y se cubrió el rostro con sendos brazos, y cuando la caja impactó con todo su peso contra ella liberó un estallido de agua cuando su cuerpo se licuó por sí mismo. Terminó cayendo al suelo, y rebotó con un seco y pesado estruendo.
—¡Maldito...!
—¡Ayame-san! ¡Por allí! —vociferaba Ryuka, que se había acercado entre largas zancadas, mientras señalaba a la multitud—. ¡Cojamos a ese cabronazo!
Pero Ayame no necesitaba que se lo dijera dos veces. Para cuando había terminado la frase, Ayame ya había saltado en el aire con el sello del pájaro desenvainado en sus manos. Su espalda estalló súbitamente en agua, y el líquido se modeló hasta formar dos espléndidas alas que utilizó para mantenerse en el aire.
—¡Lo sé! ¡Me adelantaré! —gritó, mientras batía sus nuevas extremidades con todas sus fuerzas para elevarse en el aire y después se lanzó al frente, siguiendo la estela de empujones y maldiciones que el pordiosero iba dejando tras su paso.
Ayame era bien consciente de que volando era más lenta que corriendo, pero había demasiada gente en el camino, y la multitud sólo la ralentizaría aún más. Tendría que ocuparse de aquel ladrón desde las alturas.