4/04/2019, 16:28
Calabaza corría entre la multitud que se congregaba en la Plaza del Mercado, esquivando a los transeútes, compradores, niños, vendedores ambulantes y puestos de comercio que poblaban el lugar. Ingenuamente, el ladronzuelo esperaba que aquella muchedumbre jugase a su favor, permitiéndole camuflarse entre el gentío y dar esquinazo a sus perseguidoras. «Entre tantísima gente es imposible que me cacen, aunque, joder, he tenido que soltar la carga», se lamentaba y se consolaba al mismo tiempo el yonqui. Había sido un golpe arriesgado, no contaba con que Aotsuki Ayame estuviese presente y fuera a frustrar sus planes. «Si sólo se hubiese tratado de esa junta de imbéciles... La caja de arcancías habría sido mía». Chasqueó la lengua con disgusto mientras apartaba a un par de señores cargados con bolsas de fruta, con tan mala fortuna que uno de ellos tropezó con el otro y cayó al suelo. Pese a la edad de ambos sujetos —arrugados y canosos—, lo cual significaba que cualquier mala caída podía dar con un par de huesos rotos, y de la fruta que quedó desperdigada por el suelo, Calabaza no hizo amago siquiera de mirar atrás.
Le daba igual. A Calabaza le daba igual.
Sin embargo, pronto estaba por descubrir que sus pretensiones de escape iban a verse frustradas de una forma más que inesperada. Al salir de la plaza —Ayame no tendría ningún problema para seguirle desde las alturas, pues el rastro de Calabaza era más que visible—, el yonqui tomó un giro a la derecha y buscó adentrarse en el entramado de callejones de aquella zona de residencias humildes y comercios locales. Una vez allí, se metió en el primer callejón que tuvo a mano y se detuvo, apoyando la espalda contra la pared.
El pecho le ardía y respiraba con dificultad, como un fuelle viejo, debido a la carrera. Uchiha Akame habría podido correr aquella distancia y mucha más antes de que el cansancio empezara a hacer mella en su bien entrenado cuerpo, pero Calabaza era un yonqui con un estado físico paupérrimo.
Le daba igual. A Calabaza le daba igual.
Sin embargo, pronto estaba por descubrir que sus pretensiones de escape iban a verse frustradas de una forma más que inesperada. Al salir de la plaza —Ayame no tendría ningún problema para seguirle desde las alturas, pues el rastro de Calabaza era más que visible—, el yonqui tomó un giro a la derecha y buscó adentrarse en el entramado de callejones de aquella zona de residencias humildes y comercios locales. Una vez allí, se metió en el primer callejón que tuvo a mano y se detuvo, apoyando la espalda contra la pared.
El pecho le ardía y respiraba con dificultad, como un fuelle viejo, debido a la carrera. Uchiha Akame habría podido correr aquella distancia y mucha más antes de que el cansancio empezara a hacer mella en su bien entrenado cuerpo, pero Calabaza era un yonqui con un estado físico paupérrimo.