4/04/2019, 20:41
Ayame voló por encima de los ciudadanos de Tanzaku Gai, ágil y rápida como una golondrina. La kunoichi perseguía los pasos del indigente y la ristra de empujones e improperios que dejaba tras su paso, aleteando con energía para no perderle de vista. En un momento, el ladrón comenzó a esquivar a los transeúntes con una agilidad que Ayame no habría creído posible en alguien como él: como una pequeña rata, se colaba por los huecos que dejaban las personas entre sí, tratando de camuflarse entre la multitud. Pero los ojos de Ayame le perseguían como los de un halcón sobre su presa. No le dejaría escapar. El ladrón chocó de repente contra dos hombres cargados con bolsas. Uno de ellos cayó, de mala manera además. La fruta que portaba se desperdigó por el suelo. Pero el ladrón no miró atrás.
Y Ayame chasqueó la lengua, con repudio. Le habría gustado ayudar al hombre que había caído, pero aquella persecución era más importante. La kunoichi llegó a juntar las manos, pero justo en ese instante el ladrón salió de la plaza y se adentró en el primer callejón que quedaba a su derecha. Ella le siguió, tirándose en picado y agarrándose con su mano a una farola para realizar aquel giro tan brusco. Aterrizó de puntillas bruscamente, y sus alas volvieron a sumergirse en su cuerpo.
El ladrón estaba allí, apoyado contra la pared del edificio con la respiración agitada. Presentaba un aspecto tan lamentable, que Ayame tardó algunos segundos en reaccionar.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo ahora, eh? ¿Entregarte a las autoridades de la ciudad? —le preguntó, cruzándose de brazos.
Y Ayame chasqueó la lengua, con repudio. Le habría gustado ayudar al hombre que había caído, pero aquella persecución era más importante. La kunoichi llegó a juntar las manos, pero justo en ese instante el ladrón salió de la plaza y se adentró en el primer callejón que quedaba a su derecha. Ella le siguió, tirándose en picado y agarrándose con su mano a una farola para realizar aquel giro tan brusco. Aterrizó de puntillas bruscamente, y sus alas volvieron a sumergirse en su cuerpo.
El ladrón estaba allí, apoyado contra la pared del edificio con la respiración agitada. Presentaba un aspecto tan lamentable, que Ayame tardó algunos segundos en reaccionar.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo ahora, eh? ¿Entregarte a las autoridades de la ciudad? —le preguntó, cruzándose de brazos.