4/04/2019, 22:21
De todas las contestaciones posibles que Calabaza habría esperado en aquella situación, la que Ayame le dio en realidad fue una que ni siquiera había contemplado. Como una persona a la que se le había olvidado que todavía existía bondad en el mundo, el joven yonqui se quedó paralizado en el sitio, con una expresión de auténtica incredulidad plasmada en el rostro. Parpadeó varias veces y la mandíbula casi se le desencajó. «Ella... Realmente... ¿No va a entregarme?»
La vida en la calle era dura. Más dura todavía si estabas huyendo de tu pasado, si te refugiabas en la magia azul y el whisky. Más dura todavía si sólo guardabas pensamientos destructivos para contigo mismo. Una vida así era capaz de transformar al ninja más modélico en una penosa sombra de lo que algún día fuese. Y, aun así, para Aotsuki Ayame todavía quedaba algo que mereciese la pena ser salvado. Incluso en Calabaza.
El joven negó con la cabeza.
—No, señorita. No —replicó, tajante, cuando ella le propuso que se alistase en una Aldea ninja—. Yo... Para mí... Para mí es demasiado tarde. Ya no me queda nada, nada que valga la pena salvar... Me... M... Me lo han arrebatado. Todo ello...
Sus manos, nerviosas, rebuscaron entre los bolsillos de su andrajoso pantalón hasta que dieron con el pequeño tesoro que guardaban. Como si quisiera mostrar sus más profundas vergüenzas a Ayame, o justificarse en ellas, Calabaza alzó aquella bolsita de plástico transparente, de apenas tres dedos de tamaño, que contenía una plasta azul y viscosa.
—Esto es todo lo que me queda... Esto... Y mi fiel calabaza —agregó, acariciando el recipiente que llevaba colgado del cinturón.
La vida en la calle era dura. Más dura todavía si estabas huyendo de tu pasado, si te refugiabas en la magia azul y el whisky. Más dura todavía si sólo guardabas pensamientos destructivos para contigo mismo. Una vida así era capaz de transformar al ninja más modélico en una penosa sombra de lo que algún día fuese. Y, aun así, para Aotsuki Ayame todavía quedaba algo que mereciese la pena ser salvado. Incluso en Calabaza.
El joven negó con la cabeza.
—No, señorita. No —replicó, tajante, cuando ella le propuso que se alistase en una Aldea ninja—. Yo... Para mí... Para mí es demasiado tarde. Ya no me queda nada, nada que valga la pena salvar... Me... M... Me lo han arrebatado. Todo ello...
Sus manos, nerviosas, rebuscaron entre los bolsillos de su andrajoso pantalón hasta que dieron con el pequeño tesoro que guardaban. Como si quisiera mostrar sus más profundas vergüenzas a Ayame, o justificarse en ellas, Calabaza alzó aquella bolsita de plástico transparente, de apenas tres dedos de tamaño, que contenía una plasta azul y viscosa.
—Esto es todo lo que me queda... Esto... Y mi fiel calabaza —agregó, acariciando el recipiente que llevaba colgado del cinturón.