5/04/2019, 19:52
—Ahhh... —exhaló él, en un suspiro de envenenado placer tras ver complacida su necesidad tras el tercer trago. Para cuando volvió a mirar a Ayame, sus ojos, oscuros como dos pozos de petróleo, habían adquirido un cierto brillo vidrioso. Sus labios se curvaron, pero la muchacha no supo distinguir si aquella era una sonrisa o una extraña mueca. Aquellos repugnantes dientes azulados, prueba irrefutable de su pecado, hicieron que la muchacha torciera el gesto con profundo desagrado—. Ehm... Cof, cof —se le escapó una tos gorjeante, pero finalmente respondió con indiferencia—. Me dicen Calabaza.
—¿Calabaza? —repitió ella, aunque estaba más que claro por qué le llamaban así.
Con un último trago de su tesoro, Calabaza colocó la calabaza en su sitio, miró a Ayame por última vez y se dio media vuelta mientras balbuceaba de forma incomprensible. Parecía haberse olvidado de las preguntas de la muchacha.
Pero ella no.
—¡Eh, espera! —exclamó y, movida por el coraje de una curiosidad no satisfecha, se plantó junto a él con un par de zancadas y le retuvo por el brazo—. ¿Quiénes me van a traicionar? ¿A qué te referías?
—¿Calabaza? —repitió ella, aunque estaba más que claro por qué le llamaban así.
Con un último trago de su tesoro, Calabaza colocó la calabaza en su sitio, miró a Ayame por última vez y se dio media vuelta mientras balbuceaba de forma incomprensible. Parecía haberse olvidado de las preguntas de la muchacha.
Pero ella no.
—¡Eh, espera! —exclamó y, movida por el coraje de una curiosidad no satisfecha, se plantó junto a él con un par de zancadas y le retuvo por el brazo—. ¿Quiénes me van a traicionar? ¿A qué te referías?