5/04/2019, 20:23
Cuando Ayame dio un fuerte agarrón a aquel tipo del brazo, Calabaza se volvió con la mirada perdida y ojos vidriosos. Parecía totalmente ido, aunque no se podía saber si era a causa del alcohol —el muy condenado se había metido cuatro tragos en el cuerpo de golpe— o por los recuerdos que la bandana de Ayame le había evocado. Sea como fuere, la expresión de su rostro era de una placidez inesperada, muy diferente del nerviosismo o temor que mostrase antes.
—¿Uhm...? No... No sé de qué me habla... Señorita... Sólo soy un despojo —contestó, con tono calmo y lenta cadencia—. Tengo... Tengo que ir a un sitio.
Persistente en su trance, Calabaza trató tranquilamente de zafarse del agarre de aquella kunoichi y seguir su camino, zigzageando a un lado y otro de la calle.
—¿Uhm...? No... No sé de qué me habla... Señorita... Sólo soy un despojo —contestó, con tono calmo y lenta cadencia—. Tengo... Tengo que ir a un sitio.
Persistente en su trance, Calabaza trató tranquilamente de zafarse del agarre de aquella kunoichi y seguir su camino, zigzageando a un lado y otro de la calle.