5/04/2019, 20:58
Había intuido que algo así podría pasar. Era lo lógico después de todo, tratándose de un indigente adicto a las drogas y al alcohol. Y aún así, pese a sus previsiones, aquella mueca de ira primitiva la tomó completamente desprevenida.
—¡Raaaaaargh! —aulló, como un animal sediento de sangre. Completamente ido de sí, y con los ojos inyectados en sangre, Calabaza se abalanzó sobre Ayame con una rapidez y una agresividad que para nada habría esperado de alguien como él.
Ella jadeó dolorida cuando Calabaza chocó contra ella y la hizo caer al suelo. El pestilente olor del alcohol volvió a inundar sus sentidos cuando su espalda dio contra el suelo y le hizo expulsar todo el aire de sus pulmones y Calabaza acudió a sujetar su muñeca.
—¡Dámelo! ¡Dámelo! ¡DÁMELO! ¡MI... TESORO!
Pero igual que no puedes agarrar la luna reflejada en un estanque, sus dedos terminaron cerrándose sobre agua. Ayame levantó la rodilla súbitamente, buscando golpearle en sus partes nobles, y después se giraría para retomar la bolsa con su mano libre. Si conseguía reincorporarse, saltaría a la pared cercana para impulsarse hacia el tejado del edificio.
—¡Respóndeme! —volvió a gritarle, esta vez con las uñas peligrosamente clavadas en el pequeño tesoro de Calabaza.
—¡Raaaaaargh! —aulló, como un animal sediento de sangre. Completamente ido de sí, y con los ojos inyectados en sangre, Calabaza se abalanzó sobre Ayame con una rapidez y una agresividad que para nada habría esperado de alguien como él.
Ella jadeó dolorida cuando Calabaza chocó contra ella y la hizo caer al suelo. El pestilente olor del alcohol volvió a inundar sus sentidos cuando su espalda dio contra el suelo y le hizo expulsar todo el aire de sus pulmones y Calabaza acudió a sujetar su muñeca.
—¡Dámelo! ¡Dámelo! ¡DÁMELO! ¡MI... TESORO!
Pero igual que no puedes agarrar la luna reflejada en un estanque, sus dedos terminaron cerrándose sobre agua. Ayame levantó la rodilla súbitamente, buscando golpearle en sus partes nobles, y después se giraría para retomar la bolsa con su mano libre. Si conseguía reincorporarse, saltaría a la pared cercana para impulsarse hacia el tejado del edificio.
—¡Respóndeme! —volvió a gritarle, esta vez con las uñas peligrosamente clavadas en el pequeño tesoro de Calabaza.