28/10/2015, 11:37
(Última modificación: 28/10/2015, 11:37 por Aotsuki Ayame.)
Para su completa estupefacción, no parecía que a la madre de Daruu le importara la lluvia como lo hacía Zetsuo. De hecho, según las palabras de Daruu, iban sin paraguas siempre que podían.
—Vaya... Y a mí me cae una buena regañina cada vez que se me olvida el paraguas en casa... —balbuceó, nerviosa. Ahora que no se le había, ¿cómo le explicaría a su padre por qué llegaba empapada?
Pero Daruu tenía una nueva solución a su dilema, y a Ayame se le encendieron los ojos. ¡La calefacción de la pastelería! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Con suerte podría terminar de secarse antes de volver a casa, y Zetsuo ni siquiera lo notaría.
—¡Sí! —sonrió abiertamente, liberada de aquel angustioso peso que se había instalado en su pecho hacía apenas unos momentos.
Ayame siguió a Daruu con pasos ágiles hacia el interior del ascensor. El trayecto sería corto, pero desde que se cerraron las puertas hasta que volvieron a abrirse, Ayame se sumió en un tenso silencio que no sabía cómo romper el hielo. Le daba vueltas, una y otra vez, pero no se le ocurría ningún tema lo suficientemente inteligente como para entablar una conversación. Y en un gesto casi igual de ridículo , Ayame abrió el paraguas cuando salieron al exterior de la torre y lo colocó por encima de sus cabezas. Como si así fueran a secarse más rápido. Sin embargo era buenamente consciente de su propia ridiculez, así lo reflejaba el turbio brillo de sus ojos avergonzados, y se sentía como si hubiese salido a la calle después de ducharse envuelta con toallas.
Sólo esperaba que fuera verdad que a su madre no le importara que llegaran ambos empapados.
—Bueno... ¿a qué conclusión has llegado al final? ¿Estamos a la altura de nuestros padres? —sonrió, nerviosa.
—Vaya... Y a mí me cae una buena regañina cada vez que se me olvida el paraguas en casa... —balbuceó, nerviosa. Ahora que no se le había, ¿cómo le explicaría a su padre por qué llegaba empapada?
Pero Daruu tenía una nueva solución a su dilema, y a Ayame se le encendieron los ojos. ¡La calefacción de la pastelería! ¿Cómo no se le había ocurrido antes? Con suerte podría terminar de secarse antes de volver a casa, y Zetsuo ni siquiera lo notaría.
—¡Sí! —sonrió abiertamente, liberada de aquel angustioso peso que se había instalado en su pecho hacía apenas unos momentos.
Ayame siguió a Daruu con pasos ágiles hacia el interior del ascensor. El trayecto sería corto, pero desde que se cerraron las puertas hasta que volvieron a abrirse, Ayame se sumió en un tenso silencio que no sabía cómo romper el hielo. Le daba vueltas, una y otra vez, pero no se le ocurría ningún tema lo suficientemente inteligente como para entablar una conversación. Y en un gesto casi igual de ridículo , Ayame abrió el paraguas cuando salieron al exterior de la torre y lo colocó por encima de sus cabezas. Como si así fueran a secarse más rápido. Sin embargo era buenamente consciente de su propia ridiculez, así lo reflejaba el turbio brillo de sus ojos avergonzados, y se sentía como si hubiese salido a la calle después de ducharse envuelta con toallas.
Sólo esperaba que fuera verdad que a su madre no le importara que llegaran ambos empapados.
—Bueno... ¿a qué conclusión has llegado al final? ¿Estamos a la altura de nuestros padres? —sonrió, nerviosa.