7/04/2019, 21:07
—Morro de cerdo frito y crujiente —respondió la camarera, y Ayame torció el gesto, no demasiado convencida. Le gustaba la carne, sí, pero cuando se trataba de partes tan específicas no podía evitar sentir cierto repelús—. A mi no me gusta, tiene mucha grasa. Pero como te veo cara de confundida, te lo voy a traer, lo pruebas y me dices. Si no te mola me lo llevo a otra mesa, ¿vale?
—Vale, lo probaré. Muchas gracias —dijo, inclinando la cabeza.
—Bua, pues los torreznos están tope ricos —intervino Daruu, cuando la camarera ya se había alejado canturreando de forma tranquila—. Eso sí, luego tendrás que darle un par de vueltas a Notsuba para bajarlos.
La camarera no tardó en regresar con los pedidos, y ambos se quedaron boquiabiertos ante el tamaño de los platos. Al final decidieron pactar compartir las dos famosas tapas, y así poder probar ambas cosas. Al final resultó los torreznos no estaban nada mal, estaban bastante salados y el sabor frito les quedaba muy bien. Aunque, tal y como les había advertido, tenían bastante grasa. Sobre las patatas bravas, tal y como se temía Ayame, picaban bastante, pero la muchacha se conformó con coger los trozos que tenían menos salsa y así lo esquivaba con ayuda de su fiel vaso de agua. Mientras tanto, Daruu y Ayame conversaron de cosas triviales, sin importancia, cosas que no eran de ninjas, como habían acordado.
Pero el peso de la bandana nunca les abandonaba, ni siquiera cuando no la llevaban encima.
—Yo no sé qué es lo que quiere la jefa con los Byakugan de aquél crío, tía —Una voz femenina sonó tras la espalda de Daruu. De forma casi instantánea, ambos enmudecieron, ella rígida como una tabla, él pálido como la cera. Él intercambió una mirada con ella, y se llevó el dedo índice a los labios—. Los podía haber vendido hace ya meses, habríamos sacado una fortuna.
—A mi me da igual, nos sigue pagando bien. Por lo visto con esto es diferente —respondió otra mujer—. Se trata de algo personal. ¿Sabes, es el hijo de aquella puta de Amegakure que nos obligó a huir de la aldea.
«No puede ser... no puede ser...» Pensó Ayame, con el fuego comenzando a hervir en sus venas.
—¿La cornuda aquella? Pff, todavía pienso que engatusar a Hanaiko Danbaku fue una muy mala idea. Mira lo que nos trajo. El exilio. Estábamos a punto de hacernos con la aldea.
—Tampoco es que nos vaya mal en el negocio de ahora, ¿eh? ¡Venga, tómate otra, joder!
Ayame vio cómo Daruu apretaba los puños, y le dirigió una mirada cargada de preocupación.
—Entonces, ¿qué es lo que pretende la jefa, socia?
—Venganza. Que venga esa puta y que pague por lo que nos hizo. Quiere hundirla, a ella y a toda su familia.
—Oh, sí. Eso suena mucho a Naia.
«Naia...» El rostro de Ayame terminó de ensombrecerse y sus dedos acariciaron momentáneamente la pequeña libreta que siempre llevaba consigo, ahora en el bolso. Tanto tiempo... ¡Llevaba tanto tiempo buscando alguna pista sobre aquella harpía! ¡Y ahora la tenía justo frente a sus ojos!
Ni siquiera se dio cuenta de que Daruu se había llevado una mano a la boca y se había mordido el dedo pulgar. Ayame se levantó, con la mirada gacha.
—Voy al baño, dame un momento —murmuró, y sus labios se contrajeron en una falsa sonrisa.
Porque su verdadera intención era rastrear la dirección de aquellas dos voces, ver de quiénes eran, y grabar sus rostros a fuego en su memoria.
—Vale, lo probaré. Muchas gracias —dijo, inclinando la cabeza.
—Bua, pues los torreznos están tope ricos —intervino Daruu, cuando la camarera ya se había alejado canturreando de forma tranquila—. Eso sí, luego tendrás que darle un par de vueltas a Notsuba para bajarlos.
La camarera no tardó en regresar con los pedidos, y ambos se quedaron boquiabiertos ante el tamaño de los platos. Al final decidieron pactar compartir las dos famosas tapas, y así poder probar ambas cosas. Al final resultó los torreznos no estaban nada mal, estaban bastante salados y el sabor frito les quedaba muy bien. Aunque, tal y como les había advertido, tenían bastante grasa. Sobre las patatas bravas, tal y como se temía Ayame, picaban bastante, pero la muchacha se conformó con coger los trozos que tenían menos salsa y así lo esquivaba con ayuda de su fiel vaso de agua. Mientras tanto, Daruu y Ayame conversaron de cosas triviales, sin importancia, cosas que no eran de ninjas, como habían acordado.
Pero el peso de la bandana nunca les abandonaba, ni siquiera cuando no la llevaban encima.
—Yo no sé qué es lo que quiere la jefa con los Byakugan de aquél crío, tía —Una voz femenina sonó tras la espalda de Daruu. De forma casi instantánea, ambos enmudecieron, ella rígida como una tabla, él pálido como la cera. Él intercambió una mirada con ella, y se llevó el dedo índice a los labios—. Los podía haber vendido hace ya meses, habríamos sacado una fortuna.
—A mi me da igual, nos sigue pagando bien. Por lo visto con esto es diferente —respondió otra mujer—. Se trata de algo personal. ¿Sabes, es el hijo de aquella puta de Amegakure que nos obligó a huir de la aldea.
«No puede ser... no puede ser...» Pensó Ayame, con el fuego comenzando a hervir en sus venas.
—¿La cornuda aquella? Pff, todavía pienso que engatusar a Hanaiko Danbaku fue una muy mala idea. Mira lo que nos trajo. El exilio. Estábamos a punto de hacernos con la aldea.
—Tampoco es que nos vaya mal en el negocio de ahora, ¿eh? ¡Venga, tómate otra, joder!
Ayame vio cómo Daruu apretaba los puños, y le dirigió una mirada cargada de preocupación.
—Entonces, ¿qué es lo que pretende la jefa, socia?
—Venganza. Que venga esa puta y que pague por lo que nos hizo. Quiere hundirla, a ella y a toda su familia.
—Oh, sí. Eso suena mucho a Naia.
«Naia...» El rostro de Ayame terminó de ensombrecerse y sus dedos acariciaron momentáneamente la pequeña libreta que siempre llevaba consigo, ahora en el bolso. Tanto tiempo... ¡Llevaba tanto tiempo buscando alguna pista sobre aquella harpía! ¡Y ahora la tenía justo frente a sus ojos!
Ni siquiera se dio cuenta de que Daruu se había llevado una mano a la boca y se había mordido el dedo pulgar. Ayame se levantó, con la mirada gacha.
—Voy al baño, dame un momento —murmuró, y sus labios se contrajeron en una falsa sonrisa.
Porque su verdadera intención era rastrear la dirección de aquellas dos voces, ver de quiénes eran, y grabar sus rostros a fuego en su memoria.