8/04/2019, 00:02
La primera reacción del joven Calabaza cuando Ayame se inclinó frente a él fue la de volver a encogerse, de vuelta a su madriguera como una rata asustada. Sin embargo, la reprimió, contra todos sus instintos más básicos. Se quedó mirándola, allí, sentado sobre sus cartones y con su fiel manta cubriéndole las piernas delgaduchas. Parpadeó, y por un momento creyó ver en el rostro de aquella kunoichi a una chica, una chica que conocía muy bien. Una chica de pelo blanco como el algodón y ojos tan dispares como penetrantes. Un escalofrío le recorrió la espalda.
Las palabras de Ayame, como pronunciadas por algún dios, parecían tener tanto la propiedad de aliviar sus heridas como de hacerle zozobrar. «¿Ayudar a los demás? No, no... Los ninja... Eso es una mentira... Una mentira...» Se estremeció, e incluso la kunoichi podría notarlo. Calabaza no era un tipo precisamente estable. Cuando ella le confesó que su rostro le resultaba familiar, el yonqui retrocedió para encogerse de nuevo, incómodo. Uchiha Akame estaba muerto. Él era Calabaza...
—Yo... No... Lo siento, señorita... Yo... No me suena para nada. No nos hemos visto antes, no lo creo —negó categóricamente, y luego se revolvió en su manta. «Quiero que me deje en paz... ¡Aotsuki Ayame!»—. Lo... Lo siento. Es mi... El mon... El... Ya sabe.
Los ojos del yonqui buscaron instintivamente su preciado chivato entre los dedos de Ayame, aun sin hallarlo.
—Solo necesito... Dormir... Se me p... p... pasará.
Las palabras de Ayame, como pronunciadas por algún dios, parecían tener tanto la propiedad de aliviar sus heridas como de hacerle zozobrar. «¿Ayudar a los demás? No, no... Los ninja... Eso es una mentira... Una mentira...» Se estremeció, e incluso la kunoichi podría notarlo. Calabaza no era un tipo precisamente estable. Cuando ella le confesó que su rostro le resultaba familiar, el yonqui retrocedió para encogerse de nuevo, incómodo. Uchiha Akame estaba muerto. Él era Calabaza...
—Yo... No... Lo siento, señorita... Yo... No me suena para nada. No nos hemos visto antes, no lo creo —negó categóricamente, y luego se revolvió en su manta. «Quiero que me deje en paz... ¡Aotsuki Ayame!»—. Lo... Lo siento. Es mi... El mon... El... Ya sabe.
Los ojos del yonqui buscaron instintivamente su preciado chivato entre los dedos de Ayame, aun sin hallarlo.
—Solo necesito... Dormir... Se me p... p... pasará.