8/04/2019, 20:23
—No —respondió Daruu, firme como un roble—. No. Recuerda lo que hablamos antes, en el valle. Recuerda lo que te dije. Confía en mí, sólo por esta vez. Sólo por esta vez.
Ayame le miró largamente a los ojos, aquellos ojos púrpura que nunca habían terminado de ser suyos. y después descendió por su cuello, siguiendo el trayecto de su brazo buscando una placa que en esos momentos no estaba allí. No le estaba dando una orden, pese a que como Chūnin, podría hacerlo. Se lo estaba pidiendo. ¿Fue por eso por lo que Ayame terminó cediendo a abandonar el fuego de la venganza que ardía en sus venas? Quizás. Fuera como fuese, la muchacha terminó sentándose de nuevo.
Mientras tanto, Daruu había entrelazado las manos en una serie de sellos y terminó por restregar su sangre en la tela de su pantalón. De forma casi inmediata estalló una pequeña nube de humo que Daruu ocultó con un par de tosidos, y tras ella, un gato blanco de ojos azules apareció de la nada. Un gato que tanto Kokuō como Ayame ya conocían bien.
—Escúchame, Yuki —susurró Daruu, tapándole el hocico antes de que el animal pudiera formular una sola palabra—. Esto es muy serio, hay dos mujeres que andan hablando sobre una tal Naia, mis antiguos ojos, una venganza. Son traficantes de órganos. Están por aquí atrás, en alguna mesa. Localízalas, sígueles el rastro y averigua todo lo que puedas sobre ellas. Ten paciencia y no te metas en líos. Y esta noche, nos vemos en la cornisa de la ventana de la suite del hotel El Patito Montés. A medianoche. ¿De acuerdo?
Ayame alzó ambas cejas, sorprendida. Aquella era una muy buena idea. Un gato era un animal que no llamaba nada la atención en un ambiente urbano, y mucho menos en los sitios donde había comida de por medio, por lo que era altamente improbable que le sorprendieran siendo sospechoso.
Yuki se subió a la mesa, maulló alegremente y, tras dedicarle un guiño de ojos de Ayame, saltó con agilidad felina, escurriéndose entre las piernas de Daruu y terminó por desaparecer.
—Ayame. Tranquilidad. Seamos metódicos. Aprendamos de sensei —dijo Daruu, mirándola a los ojos—. Aprende de mi.
—Está bien... —terminó por suspirar, al cabo de varios segundos, y se llevó otro torrezno a la boca.
«Ojalá algún día llegue a tener una invocación tan guay...» Pensó, con cierta envidia.
Sin embargo, no había dejado de poner el oído, por si podía llegar a escuchar algo más.
Ayame le miró largamente a los ojos, aquellos ojos púrpura que nunca habían terminado de ser suyos. y después descendió por su cuello, siguiendo el trayecto de su brazo buscando una placa que en esos momentos no estaba allí. No le estaba dando una orden, pese a que como Chūnin, podría hacerlo. Se lo estaba pidiendo. ¿Fue por eso por lo que Ayame terminó cediendo a abandonar el fuego de la venganza que ardía en sus venas? Quizás. Fuera como fuese, la muchacha terminó sentándose de nuevo.
Mientras tanto, Daruu había entrelazado las manos en una serie de sellos y terminó por restregar su sangre en la tela de su pantalón. De forma casi inmediata estalló una pequeña nube de humo que Daruu ocultó con un par de tosidos, y tras ella, un gato blanco de ojos azules apareció de la nada. Un gato que tanto Kokuō como Ayame ya conocían bien.
—Escúchame, Yuki —susurró Daruu, tapándole el hocico antes de que el animal pudiera formular una sola palabra—. Esto es muy serio, hay dos mujeres que andan hablando sobre una tal Naia, mis antiguos ojos, una venganza. Son traficantes de órganos. Están por aquí atrás, en alguna mesa. Localízalas, sígueles el rastro y averigua todo lo que puedas sobre ellas. Ten paciencia y no te metas en líos. Y esta noche, nos vemos en la cornisa de la ventana de la suite del hotel El Patito Montés. A medianoche. ¿De acuerdo?
Ayame alzó ambas cejas, sorprendida. Aquella era una muy buena idea. Un gato era un animal que no llamaba nada la atención en un ambiente urbano, y mucho menos en los sitios donde había comida de por medio, por lo que era altamente improbable que le sorprendieran siendo sospechoso.
Yuki se subió a la mesa, maulló alegremente y, tras dedicarle un guiño de ojos de Ayame, saltó con agilidad felina, escurriéndose entre las piernas de Daruu y terminó por desaparecer.
—Ayame. Tranquilidad. Seamos metódicos. Aprendamos de sensei —dijo Daruu, mirándola a los ojos—. Aprende de mi.
—Está bien... —terminó por suspirar, al cabo de varios segundos, y se llevó otro torrezno a la boca.
«Ojalá algún día llegue a tener una invocación tan guay...» Pensó, con cierta envidia.
Sin embargo, no había dejado de poner el oído, por si podía llegar a escuchar algo más.