9/04/2019, 18:23
Como esperaba, Ayame se picó con el comentario y le recordó una vez más que la última vez que se enfrentaron había ganado ella. Daruu se lo tomó a risa, aunque bien podría haberse ofendido. Antes lo hubiera hecho. La última vez que se habían enfrentado Daruu no se había acostumbrado a pelear sin Byakugan. Y ahora había estado entrenando duramente. Sinceramente, confiaba en sus capacidades. Y por desgracia, en eso, siempre estaría por delante de Ayame. Porque si algo era Ayame, era frágil de voluntad.
Claro que, Daruu tampoco sabía que la muchacha había mejorado mucho en ese aspecto.
—Será mejor que volvamos al hotel.
—¿Ya? —rio Daruu, señalando al cielo—. Pero si queda muchísima tarde por delante. —Daruu era consciente de que ambos estaban preocupados por el tema Naia, y que ese fin de semana ya no sería lo mismo, y aún así...—. Dejemos que Yuki haga su trabajo, ¿eh? Lo último que queremos es que esa cabrona nos joda también estos días de pareja. Eso sí... creo que mañana deberíamos de marcharnos ya a Amegakure. Y empezar a prepararnos seriamente. —Daruu agarró a Ayame por la cintura y comenzó a caminar hacia las calles de Notsuba de nuevo—. Pero aún mejor motivo para disfrutar de lo que queda del día de hoy.
Hacía tiempo que se había hecho de noche. Las sombras se escurrían entre las callejuelas más apartadas y estrechas de Notsuba, escondiendo a maleantes, borrachos, drogadictos y demás miembros del hampa de la ciudad. Sólo quien no tenía otra alternativa paseaba por allí. O quien tenía algo que ocultar.
—Te lo repito una sóla vez más, Jakan —habló una mujer, morena y con ojos verdes, más grande que una montaña, que amenazaba a un escuálido mercader de bienes de dudosa legalidad con el filo de un hacha arrojadiza—. ¿Dónde — está — el Uchiha?
—¡Ya... ya te he dicho que no lo sé! —se excusó él—. Lo tenía aquí mismo, e-esposado. Y, y de un día para otro s-se marchó.
—¿Con unas esposas supresoras de chakra, imagino?
—S... sí.
La mujer agarró al hombre por detrás de los hombros y estampó la enorme cabeza cuadrada contra su frente. El deshecho de hombre gimió y cayó al suelo. Levantó las manos solícito de piedad, mientras ella se subía encima a horcajadas y alzaba el hacha sobre él.
—¡Ah, claro, y con unas esposas supresoras coge y se va! ¡Claro que sí! Jakan, es el segundo Kekkei Genkai a por el que venimos y de pronto resulta que no está. La última vez dijiste que se había suicidado. Ahora, que se ha escapado. ¿Sabes por dónde voy?
—¡N-no! No sé... ¡y... yo...! ¡Es la verdad, Nioka!
—Ajá, sí. La verdad. Al menos a la próxima no nos llames y punto. ¿Por qué te arriesgas a que te pillemos, subnormal? —dijo la otra mujer, que acababa de volver de dentro de la casa. Era mucho más enjuta y delgada que su compañera, pero debía, también, ser bastante fuerte, porque cargaba con un muchacho; no debía tener más de cinco o seis años. Un niño pequeño. Lo arrojó al suelo.
—Ya veo. Pues... lo siento, Jakan, pero no habrá una próxima vez.
Lo que había en el suelo era un cadáver. El grotesco cadáver de un niño pequeño al que le habían arrancado los ojos de las cuencas. La aparente indiferencia con la que los tres trataban le habría helado la sangre a cualquiera.
—¡N-no! ¡Por favor! ¡Todo tiene una explica...!
—¡Silencio! —bramó la mujer grande—. Ya sé lo que ha pasado aquí. Tienes otro comprador, ¿verdad? Oh, pero la avaricia es muy mala, y nos llamaste a nosotras también. A ver quién te ofrecía más, ¿eh? Y luego ese otro comprador te hizo una oferta generosa, y tú necesitabas el dinero, ¿verdad, Jakan?
—Yo... sí. ¡Sí, sí, es verdad, sí! —lloriqueó el traficante de órganos—. Pero... pero no pasa nada, no no. El próximo será para v-vosotras. ¿Vale? ¿De acuerdo? S-sí. Y os lo daré a un precio especial.
—Ni precios especiales ni una puta mierda, cabrón —escupió Nioka—. Te he dicho que no habrá una próxima vez.
—Aaah, es verdad... La jefa dijo que...
—...nadie se ríe de las Náyades. —La mujerzota bajó el brazo y clavó el hacha justo entre ceja y ceja del hombrecillo escuálido, que gritó durante unos segundos antes de emitir un gruñido infernal de muerte y empezar a sangrar por la herida a borbotones. Nioka retiró el filo del arma y se lo enfundó en el cinturón.
—Bueno... allá va otro contacto.
—No necesitamos un contacto que pueda vendernos en cualquier momento —dijo Nioka—. Aunque quizás deberíamos haberle interrogado sobre la competencia antes de matarlo. Bueno. Es igual. Vámonos, Shannako.
Las mujeres se desvanecieron hacia el otro extremo de la calle y se deslizaron a través de un callejón.
—Al final, no hemos conseguido una puta mierda. Ya verás la jefa cómo se pone.
—Me da igual cómo se ponga la jefa —dijo la grande. Se detuvo, rio, se encogió de hombros y añadió—: Bueno, no. La verdad es que da un poco de miedo cuando quiere. Pero joder, ¿qué hacemos? Nosotros no podemos prevenir que la gente sea una puta rata traidora.
—Ya... joder, y ahora de vuelta a Shinogi-To. Por cierto, ¿a ti que te parece la nueva guarida?
—Fua, una puta mierda. ¡El olor a pescado, joder, qué asco! Y además a pescado rancio. ¿A quién se le ocurre poner una puta taberna tan cerca de ese mercado, joder?
—Supongo que por eso no va nadie —respondió Shannako, riéndose—. Mejor para nosotras, ¿no?
—Espera.
La mujer grande se detuvo un momento y se dio la vuelta de golpe. Arrojó el hacha arrojadiza contra una caja particularmente grande que había en una esquina, que tembló y salió rodando.
—¡¡MEEEEEAAAAAAOOOOOOOOOOW!! —Un gato blanco salió despedido, asustado, de detrás de la madera.
—Tía, que sólo es un gato —se burló Shannako.
—Nunca se sabe, joder.
—Bueno, voy al baño. Ahora salgo —dijo Daruu, y se encerró en el servicio.
Ayame se quedó sóla en la habitación. Hacía un rato que habían vuelto y ya se habían puesto cómodos. Era algo más de medianoche, así que estaban bastante nerviosos, porque Yuki no había vuelto.
Y de pronto...
Una cabecita blanca asomó por la ventana y se puso a dar golpes con la patita.
—¡Meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow!
Claro que, Daruu tampoco sabía que la muchacha había mejorado mucho en ese aspecto.
—Será mejor que volvamos al hotel.
—¿Ya? —rio Daruu, señalando al cielo—. Pero si queda muchísima tarde por delante. —Daruu era consciente de que ambos estaban preocupados por el tema Naia, y que ese fin de semana ya no sería lo mismo, y aún así...—. Dejemos que Yuki haga su trabajo, ¿eh? Lo último que queremos es que esa cabrona nos joda también estos días de pareja. Eso sí... creo que mañana deberíamos de marcharnos ya a Amegakure. Y empezar a prepararnos seriamente. —Daruu agarró a Ayame por la cintura y comenzó a caminar hacia las calles de Notsuba de nuevo—. Pero aún mejor motivo para disfrutar de lo que queda del día de hoy.
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Hacía tiempo que se había hecho de noche. Las sombras se escurrían entre las callejuelas más apartadas y estrechas de Notsuba, escondiendo a maleantes, borrachos, drogadictos y demás miembros del hampa de la ciudad. Sólo quien no tenía otra alternativa paseaba por allí. O quien tenía algo que ocultar.
—Te lo repito una sóla vez más, Jakan —habló una mujer, morena y con ojos verdes, más grande que una montaña, que amenazaba a un escuálido mercader de bienes de dudosa legalidad con el filo de un hacha arrojadiza—. ¿Dónde — está — el Uchiha?
—¡Ya... ya te he dicho que no lo sé! —se excusó él—. Lo tenía aquí mismo, e-esposado. Y, y de un día para otro s-se marchó.
—¿Con unas esposas supresoras de chakra, imagino?
—S... sí.
La mujer agarró al hombre por detrás de los hombros y estampó la enorme cabeza cuadrada contra su frente. El deshecho de hombre gimió y cayó al suelo. Levantó las manos solícito de piedad, mientras ella se subía encima a horcajadas y alzaba el hacha sobre él.
—¡Ah, claro, y con unas esposas supresoras coge y se va! ¡Claro que sí! Jakan, es el segundo Kekkei Genkai a por el que venimos y de pronto resulta que no está. La última vez dijiste que se había suicidado. Ahora, que se ha escapado. ¿Sabes por dónde voy?
—¡N-no! No sé... ¡y... yo...! ¡Es la verdad, Nioka!
—Ajá, sí. La verdad. Al menos a la próxima no nos llames y punto. ¿Por qué te arriesgas a que te pillemos, subnormal? —dijo la otra mujer, que acababa de volver de dentro de la casa. Era mucho más enjuta y delgada que su compañera, pero debía, también, ser bastante fuerte, porque cargaba con un muchacho; no debía tener más de cinco o seis años. Un niño pequeño. Lo arrojó al suelo.
—Ya veo. Pues... lo siento, Jakan, pero no habrá una próxima vez.
Lo que había en el suelo era un cadáver. El grotesco cadáver de un niño pequeño al que le habían arrancado los ojos de las cuencas. La aparente indiferencia con la que los tres trataban le habría helado la sangre a cualquiera.
—¡N-no! ¡Por favor! ¡Todo tiene una explica...!
—¡Silencio! —bramó la mujer grande—. Ya sé lo que ha pasado aquí. Tienes otro comprador, ¿verdad? Oh, pero la avaricia es muy mala, y nos llamaste a nosotras también. A ver quién te ofrecía más, ¿eh? Y luego ese otro comprador te hizo una oferta generosa, y tú necesitabas el dinero, ¿verdad, Jakan?
—Yo... sí. ¡Sí, sí, es verdad, sí! —lloriqueó el traficante de órganos—. Pero... pero no pasa nada, no no. El próximo será para v-vosotras. ¿Vale? ¿De acuerdo? S-sí. Y os lo daré a un precio especial.
—Ni precios especiales ni una puta mierda, cabrón —escupió Nioka—. Te he dicho que no habrá una próxima vez.
—Aaah, es verdad... La jefa dijo que...
—...nadie se ríe de las Náyades. —La mujerzota bajó el brazo y clavó el hacha justo entre ceja y ceja del hombrecillo escuálido, que gritó durante unos segundos antes de emitir un gruñido infernal de muerte y empezar a sangrar por la herida a borbotones. Nioka retiró el filo del arma y se lo enfundó en el cinturón.
—Bueno... allá va otro contacto.
—No necesitamos un contacto que pueda vendernos en cualquier momento —dijo Nioka—. Aunque quizás deberíamos haberle interrogado sobre la competencia antes de matarlo. Bueno. Es igual. Vámonos, Shannako.
Las mujeres se desvanecieron hacia el otro extremo de la calle y se deslizaron a través de un callejón.
—Al final, no hemos conseguido una puta mierda. Ya verás la jefa cómo se pone.
—Me da igual cómo se ponga la jefa —dijo la grande. Se detuvo, rio, se encogió de hombros y añadió—: Bueno, no. La verdad es que da un poco de miedo cuando quiere. Pero joder, ¿qué hacemos? Nosotros no podemos prevenir que la gente sea una puta rata traidora.
—Ya... joder, y ahora de vuelta a Shinogi-To. Por cierto, ¿a ti que te parece la nueva guarida?
—Fua, una puta mierda. ¡El olor a pescado, joder, qué asco! Y además a pescado rancio. ¿A quién se le ocurre poner una puta taberna tan cerca de ese mercado, joder?
—Supongo que por eso no va nadie —respondió Shannako, riéndose—. Mejor para nosotras, ¿no?
—Espera.
La mujer grande se detuvo un momento y se dio la vuelta de golpe. Arrojó el hacha arrojadiza contra una caja particularmente grande que había en una esquina, que tembló y salió rodando.
—¡¡MEEEEEAAAAAAOOOOOOOOOOW!! —Un gato blanco salió despedido, asustado, de detrás de la madera.
—Tía, que sólo es un gato —se burló Shannako.
—Nunca se sabe, joder.
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—Bueno, voy al baño. Ahora salgo —dijo Daruu, y se encerró en el servicio.
Ayame se quedó sóla en la habitación. Hacía un rato que habían vuelto y ya se habían puesto cómodos. Era algo más de medianoche, así que estaban bastante nerviosos, porque Yuki no había vuelto.
Y de pronto...
Una cabecita blanca asomó por la ventana y se puso a dar golpes con la patita.
—¡Meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow meow!