14/04/2019, 21:16
¿Cuantos minutos pasaron? ¿Cuantas horas? Las suficientes para divisar a lo lejos una marea de arena grisácea, sin lucir su habitual dorado producto del sol. Amenokami había decidido pasarse por el sitio y darse un caprichito, regalándoles migajas de su benevolencia a aquel pueblo alejado de su mano. Eso si, aquello no las volvía más transitables.
La pata del camello no solía hundirse en la arena gracias a la forma de sus huesos, pero la leve humedad fastidiaba un poco esta característica. Sin embargo, algo más preocupante tenía por delante.
Una hilera muy larga, dejando un rastro que le dictaba que desde hace muchísimo tiempo se le había adelantado. Una pata poco habitual para los animales propios del desierto, pero que aquella cruza rara le venía cómo anillo al dedo. Por eso, es que el bandolero nunca desconfío de su montura. Porque era única en el mundo.
La pata del camello no solía hundirse en la arena gracias a la forma de sus huesos, pero la leve humedad fastidiaba un poco esta característica. Sin embargo, algo más preocupante tenía por delante.
Huellas.
Huellas anchas.
Huellas anchas de un casco sin herradura.
Las huellas de Galante.
Huellas anchas.
Huellas anchas de un casco sin herradura.
Las huellas de Galante.
Una hilera muy larga, dejando un rastro que le dictaba que desde hace muchísimo tiempo se le había adelantado. Una pata poco habitual para los animales propios del desierto, pero que aquella cruza rara le venía cómo anillo al dedo. Por eso, es que el bandolero nunca desconfío de su montura. Porque era única en el mundo.