16/04/2019, 23:14
(Última modificación: 17/04/2019, 00:06 por Inuzuka Etsu. Editado 1 vez en total.)
Dicen las leyendas, que cuando el frío sopla bajo, vuela un grajo del carajo.
O algo parecido, la culpa de seguro no era de ese pobre trovador disléxico a la entrada de Taikarune. El hombre lo daba todo, se desvivía por su labor. Tocaba un desconchado ukelele color celeste, y vestía un roído y rasgado kimono azul sin decoración alguna. La única salvedad era ese obi negro que llevaba, y que apenas cumplía su función. Las uñas las tenía largas como un águila, aunque no podía compararse a semejante animal. El pobre tenía las uñas llenas de moho, así como quebradas por algunos lados. Un rostro y una constitución que claramente daban a entender que el hombre vivía en la mas absoluta miseria, escuálido y delgado como un hombre que apenas conoce la comida. Sus ojos eran los de un hombre que pese a todo, y contra todo pronóstico... al menos era feliz. Hacía lo que le gustaba, entretenía a la gente.
Pobre iluso... del aire no se vive.
Quizás por compasión, o meramente por altruismo, algunas personas le dejaban alguna moneda en el cesto de mimbre que tenía a los pies. Pero, en su mayoría estaban allí tan solo para reírse de sus disparatadas sandeces. Si bien no merecía el titulo, era alabado por muchos con el sobre nombre de payaso.
No, obviamente, las mofas y burlas no faltaban por esos lares.
En un día tan seco como un marido viendo la final de las Shinobiolimpiadas, y con un calor semejante al de un chancletazo por parte de una madre, Etsu había terminado encontrando al hombre en una de las calles derivadas a la principal de la ciudad. Quizás, solo quizás, era de los pocos que no lo miraban ni con ganas de burlarse ni con pena...
Quería ayudarlo, pero no sabía cómo hacerlo. Quería ser el mejor shinobi de todos los tiempos. El mejor en todos los sentidos. Era imposible que dejase de lado éste tipo de situaciones.
—Maldita sea... ¿qué podríamos hacer, Akane?
El huskie enorme que había a su lado miró al chico de rastas, torció la cabeza ladeandola, y no soltó prenda. Al menos no pareció hacerlo, pero si que había hablado con el Inuzuka.
—¡Tsk! —chasqueó la lengua —pero no puedo hacer eso... el dinero solo le valdría para vivir un poco mas. Pero lo gastaría en cualquier momento, y seguiría estando en las mismas... ¿no crees?
—¿Ababaur? —preguntó el can.
El chico se posicionó de cuclillas, aún algo alejado de la trama principal. Alzó la diestra, señalando al gentío —el problema en realidad no es ese hombre, el problema son ellos —aseguraba, indicando a los que se burlaban del pobre hombre —en una sociedad con humanos como esos, no merece ni la pena esforzarse por ser el mejor shinobi. Porque para cuando cometas un fallo, estarán ahí para burlarse y reírse, sin importar todos tus esfuerzos previos...
»No es que los odie... pero, me resulta difícil entenderlos... es complicado entender a las personas, incluso siendo una...
El Inzuka cesó en su gesto anterior, bajando la mano. Resopló, algo decepcionado.
O algo parecido, la culpa de seguro no era de ese pobre trovador disléxico a la entrada de Taikarune. El hombre lo daba todo, se desvivía por su labor. Tocaba un desconchado ukelele color celeste, y vestía un roído y rasgado kimono azul sin decoración alguna. La única salvedad era ese obi negro que llevaba, y que apenas cumplía su función. Las uñas las tenía largas como un águila, aunque no podía compararse a semejante animal. El pobre tenía las uñas llenas de moho, así como quebradas por algunos lados. Un rostro y una constitución que claramente daban a entender que el hombre vivía en la mas absoluta miseria, escuálido y delgado como un hombre que apenas conoce la comida. Sus ojos eran los de un hombre que pese a todo, y contra todo pronóstico... al menos era feliz. Hacía lo que le gustaba, entretenía a la gente.
Pobre iluso... del aire no se vive.
Quizás por compasión, o meramente por altruismo, algunas personas le dejaban alguna moneda en el cesto de mimbre que tenía a los pies. Pero, en su mayoría estaban allí tan solo para reírse de sus disparatadas sandeces. Si bien no merecía el titulo, era alabado por muchos con el sobre nombre de payaso.
No, obviamente, las mofas y burlas no faltaban por esos lares.
En un día tan seco como un marido viendo la final de las Shinobiolimpiadas, y con un calor semejante al de un chancletazo por parte de una madre, Etsu había terminado encontrando al hombre en una de las calles derivadas a la principal de la ciudad. Quizás, solo quizás, era de los pocos que no lo miraban ni con ganas de burlarse ni con pena...
Quería ayudarlo, pero no sabía cómo hacerlo. Quería ser el mejor shinobi de todos los tiempos. El mejor en todos los sentidos. Era imposible que dejase de lado éste tipo de situaciones.
—Maldita sea... ¿qué podríamos hacer, Akane?
El huskie enorme que había a su lado miró al chico de rastas, torció la cabeza ladeandola, y no soltó prenda. Al menos no pareció hacerlo, pero si que había hablado con el Inuzuka.
—¡Tsk! —chasqueó la lengua —pero no puedo hacer eso... el dinero solo le valdría para vivir un poco mas. Pero lo gastaría en cualquier momento, y seguiría estando en las mismas... ¿no crees?
—¿Ababaur? —preguntó el can.
El chico se posicionó de cuclillas, aún algo alejado de la trama principal. Alzó la diestra, señalando al gentío —el problema en realidad no es ese hombre, el problema son ellos —aseguraba, indicando a los que se burlaban del pobre hombre —en una sociedad con humanos como esos, no merece ni la pena esforzarse por ser el mejor shinobi. Porque para cuando cometas un fallo, estarán ahí para burlarse y reírse, sin importar todos tus esfuerzos previos...
»No es que los odie... pero, me resulta difícil entenderlos... es complicado entender a las personas, incluso siendo una...
El Inzuka cesó en su gesto anterior, bajando la mano. Resopló, algo decepcionado.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~