18/04/2019, 04:17
"Ah no, ya no." Apretó los dientes fuertemente, tratando de contener la rabia y la irritación en aquella dura sonrisa. "A mí no me van a ver la cara de idiota." Antes, no pudo sino sentir indignación ante la frialdad mostrada contra la pobre de Dae. ¿Cómo quería que se creyese que ahora le preocupaba el patrimonio de esa gente? Por muy genin que fuera, por muy inexperto que fuera, era mucho más independiente y listo de lo que cabría esperarse de su aspecto de delincuente juvenil. Pero él no iba a lanzar dardos de veneno cómo víbora, no iba a lanzar mentiras como una puta rata. Tenía una daga muy afilada, llamada verdad.
—Me cansé de este juego de tira y jala. ¡Bandō!— cruzó los brazos y miró al bandolero. —Datsue sólo te está retrasando para que el original llegue primero a la meta, este sólo es un clon. No te negaré que yo de todas formas destruiré el tesoro si te largas, pero en ti queda seguir con este circo—. Fue severo en su hablar, a pesar de que sonriese. Estaba exasperado y a pesar de que sabía que podía ocasionar represalias, se arriesgaría a ser honesto de todas formas.
El bandolero volvió a pasar la vista a su bolsa de carga y a su caballo. Estaba sudando, pero la lluvia ocultaba aquel hecho.
»Uchiha... Gracias por la ayuda, pero no tengo ganas de ser tu juguete. Que entre conveniencia y sinceridad, mejor salir sólo adelante aunque las consecuencias que me acarreen sean demasiado para mí, pero así las aceptaré.
Que Datsue le saltara a la cara o el clon desapareciese era lo de menos, su prioridad era que seguramente no estaba en la mejor condición para enfrentar al misterioso shinobi invasor. De una u otra forma se acababa de perjudicar solo, porque no iba a poder estar a la altura ni a uno ni al otro. Y aún así, se sabía jodido, pero no a costa de estar en un juego de emociones a manos de alguien que sólo se interesaba en los ceros detrás de otros dígitos.
Y hablando de estar en la mierda...
Una voz hizo eco en el cielo, cuyas nubes se arremolinaron de repente dejando ver de pronto una sombra alada capaz de batir sus extremidades aún con la enorme tempestad. Era una guacamaya cacique, de cabeza gris y corona roja y blanca. Su tamaño era exorbitante, llegando de pies a cabeza unos tres metros pero cuyas alas extendidas le daban una apariencia mucho más enorme de seis metros en su total extensión.
Con sus dedos zigodáctilos sostenía de ambos brazos a una figura: Homura.
Montado sobre ella, el tuerto se hallaba con otras dos guacamayas en cada hombro. Una verde con unas pestañas femeninas y una en color rojizo.
—Realmente, cuando yo tenga el arma y me la lleve de aquí no tendrán por qué preocuparse de qué hacer con ella. Piénsenlo, este pueblo queda libre de todo conflicto y yo se la entrego a mi amo. ¡Todos salimos ganando!— sonrío justo cuando un relámpago ensombrecía su entrada.
—¿¡Y DECÍAS QUE ESTE ERA UN BUEN TIPO!?— señaló con el dedo al uzujin.
La pelirroja tenía la cabeza colgando, mientras sus cabellos formaban una cascada roja. Probablemente estaba desmayada por el vértigo generado por las alturas además de estar sostenida en una posición antinatural.
—Homura...— Apretó los dedos con tanta fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas, sangrando. Estaba ahí, delante de sí. Y él no iba a ser quién la salvara, no estaba en su mano, no tenía las fuerzas. —... ahora lo entiendo— el bandolero subió a su caballo, echando nuevamente carrera.
Le dolía en el fondo de su alma, pero no era alguien tonto, no iba a sobrevivir a un enfrentamiento en contra de alguien cómo Asobu o Shunsuke.
—¡BRUUUUUUUTAAAAA!— gritaría a todo pulmón estando ya lejos.
Ni el Yotsuki ni el Uchiha conocían su historia, no iban a entender sus acciones. Nunca nadie se molestaba en hacerlo. Nadie, salvo Kawaraga. Nadie, salvo Utage y Homura.
—¡Oye! ¿No me harás el favor de alcanzármelas? ¡No me quiero mojar! ¡KUAAA!— fueron sus últimas alegatas mientras veía al camello alejarse con su jinete. «Oigan, el original está aún cerca buscando las flores rosadas. Díganle a Shunsuke que no pierda demasiadas energías con el clon que está en la entrada, kua. Yo estoy fuera, no puedo salir con esta agua, kua.» Y sin más, el ave estalló en una nube de huma, sin dejar una sola pluma de rastro.
No tendría que avanzar demasiado, puesto que había dos nopales más enfrente a unos diez metros. Ambos eran de color rosa, pero uno ya se hallaba cortado...
—Me cansé de este juego de tira y jala. ¡Bandō!— cruzó los brazos y miró al bandolero. —Datsue sólo te está retrasando para que el original llegue primero a la meta, este sólo es un clon. No te negaré que yo de todas formas destruiré el tesoro si te largas, pero en ti queda seguir con este circo—. Fue severo en su hablar, a pesar de que sonriese. Estaba exasperado y a pesar de que sabía que podía ocasionar represalias, se arriesgaría a ser honesto de todas formas.
El bandolero volvió a pasar la vista a su bolsa de carga y a su caballo. Estaba sudando, pero la lluvia ocultaba aquel hecho.
»Uchiha... Gracias por la ayuda, pero no tengo ganas de ser tu juguete. Que entre conveniencia y sinceridad, mejor salir sólo adelante aunque las consecuencias que me acarreen sean demasiado para mí, pero así las aceptaré.
Que Datsue le saltara a la cara o el clon desapareciese era lo de menos, su prioridad era que seguramente no estaba en la mejor condición para enfrentar al misterioso shinobi invasor. De una u otra forma se acababa de perjudicar solo, porque no iba a poder estar a la altura ni a uno ni al otro. Y aún así, se sabía jodido, pero no a costa de estar en un juego de emociones a manos de alguien que sólo se interesaba en los ceros detrás de otros dígitos.
Y hablando de estar en la mierda...
¿Saben? Las personas deberían ser más amables y sinceras. ¡Se evitarían muchos problemas!
Una voz hizo eco en el cielo, cuyas nubes se arremolinaron de repente dejando ver de pronto una sombra alada capaz de batir sus extremidades aún con la enorme tempestad. Era una guacamaya cacique, de cabeza gris y corona roja y blanca. Su tamaño era exorbitante, llegando de pies a cabeza unos tres metros pero cuyas alas extendidas le daban una apariencia mucho más enorme de seis metros en su total extensión.
Con sus dedos zigodáctilos sostenía de ambos brazos a una figura: Homura.
Montado sobre ella, el tuerto se hallaba con otras dos guacamayas en cada hombro. Una verde con unas pestañas femeninas y una en color rojizo.
—Realmente, cuando yo tenga el arma y me la lleve de aquí no tendrán por qué preocuparse de qué hacer con ella. Piénsenlo, este pueblo queda libre de todo conflicto y yo se la entrego a mi amo. ¡Todos salimos ganando!— sonrío justo cuando un relámpago ensombrecía su entrada.
—¿¡Y DECÍAS QUE ESTE ERA UN BUEN TIPO!?— señaló con el dedo al uzujin.
La pelirroja tenía la cabeza colgando, mientras sus cabellos formaban una cascada roja. Probablemente estaba desmayada por el vértigo generado por las alturas además de estar sostenida en una posición antinatural.
—Homura...— Apretó los dedos con tanta fuerza que las uñas se clavaron en sus palmas, sangrando. Estaba ahí, delante de sí. Y él no iba a ser quién la salvara, no estaba en su mano, no tenía las fuerzas. —... ahora lo entiendo— el bandolero subió a su caballo, echando nuevamente carrera.
Le dolía en el fondo de su alma, pero no era alguien tonto, no iba a sobrevivir a un enfrentamiento en contra de alguien cómo Asobu o Shunsuke.
—¡BRUUUUUUUTAAAAA!— gritaría a todo pulmón estando ya lejos.
Ni el Yotsuki ni el Uchiha conocían su historia, no iban a entender sus acciones. Nunca nadie se molestaba en hacerlo. Nadie, salvo Kawaraga. Nadie, salvo Utage y Homura.
***
—¡Oye! ¿No me harás el favor de alcanzármelas? ¡No me quiero mojar! ¡KUAAA!— fueron sus últimas alegatas mientras veía al camello alejarse con su jinete. «Oigan, el original está aún cerca buscando las flores rosadas. Díganle a Shunsuke que no pierda demasiadas energías con el clon que está en la entrada, kua. Yo estoy fuera, no puedo salir con esta agua, kua.» Y sin más, el ave estalló en una nube de huma, sin dejar una sola pluma de rastro.
No tendría que avanzar demasiado, puesto que había dos nopales más enfrente a unos diez metros. Ambos eran de color rosa, pero uno ya se hallaba cortado...