18/04/2019, 17:14
Y de pronto, la situación se puso bizarra de la forma más inverosímil posible. El Yotsuki no podía creerse lo que estaba viendo. Abrió los ojos cómo platos al ver al bandolero salir repulsado con una violenta fuerza invisible, directo a chocar con el ave y su extraño invocador.
—¡LAMAAAAAAAAAAADRE!— gritó el rubio sin saber muy bien qué pasaba. Por mucho que intentase bajar, en ese momento sólo subía.
—¡RUUUUAAA!
—¡TUUUAAAA!
Las dos guacamayas se quitaron de los hombros del tuerto, dejándolo vendido. En cambio, la más grande de las aves puso una enorme cara de espanto abriendo el pico al ver el inminente impacto con aquel proyectil humano. Con esa lluvia, iba a ser imposible maniobrar para evadirle. Shunsuke estaba perplejo y con el ojo cuadrado, aunque todavía pudo reaccionar para dar una orden.
—¡WIRAQOCHA SUÉLTALA!
Pero cuando terminó de pronunciar aquello el bandido volador ya había chocado con la barriga del ave. El ave hizo el aplomo de lo posible para mantenerse en el aire, dejando libre a la pelirroja en el proceso. Perdió algo de altura y el invicador tuvo que pegarse abrazadito al pájaro para no caerse mientras este aleteaba.
Quién estaba ahora en problemas era Bandō, quién ahora caía, junto a Homura. Hizo lo imposible, tomándola entre sus brazos y tratando de poner su propio cuerpo por delante para servir cómo colchoneta en la caída. Su fiel caballo, Galante, galopó nervioso debajo, cómo intentando cazarlos al vuelo. Al final, el par cayó, amortiguados levemente por el lomo del equino antes de terminar comiendo lodo en el suelo.
—¡AAAAAHHHRGG!— Despertó, adolorida ante semejante impacto. Su pie izquierdo se torció cuando rebotó, terminando en una fractura de tobillo cuando impactó directamente en el piso.
—¡CALLA BRUTA!— espetó un adolorido bandido, el cuál ahora no podía mover al brazo. Algo no estaba bien... Se había dislocado el hombro, pero creía poder manejarlo a su modo.
Cuando el animal recuperó la compostura, viró para posarse en el borde de la entrada del alto templo. Shunsuke se bajó, rascándose la cabeza.
—¡Tepeu, Huracán! ¡VUELVAN, COBARDES!— Gritó a sus aves pequeñas que habían volado un poco más abajo, posándose entre las grietas y rocas expuestas.
—¡Yo no voy a meterme a camisa de once varas! TUUUAA
La lora verdosa aleteó y brincó en su sitio, para luego alzar el ala y señalar al tuerto.
—¡Deja de distraerte imbécil! Este es un clon, Kukulkán dijo que el original aún estaba centrado en la carrera. ¡No lo dejes ir!— Avisó a vivo pulmón.
La más grande de las aves negó con la cabeza y se tapó el rostro con el ala, avergonzada del tremendo espectáculo montado.
Ahí, desde su sitio, el rostro del Yotsuki se desfiguró en una mueca entre la risa y la incredulidad. Tardaría un rato en procesarlo, hasta que finalmente empezó a carcajear de una manera psicótica. No sabía que reacción mostrar, pero tenía que sacárselo y expresarlo de alguna forma porque si no iba a pelar cables.
—¿PERO QUÉ MIERDA ES ESTA?— lo único que sabía es que Datsue había usado alguna de sus magias negras para causar aquello. Si no, no se explica cómo demonios el bandolero de repente se convirtió en un súperhéroe.
Tardó en serenarse, sacudiendo la cabeza varias veces.
—Ya, lo que sea...— Miró al Uchiha. —Escucha, Homura tenía una mitad del mapa. Seguramente se la ha quitado, pero yo aún tengo la otra parte. La lluvia dentro de poco llenará el mecanismo que da el acceso al templo, así que si tienes un plan mejor ponerlo en marcha pero ya— se volteó para observar directamente al tuerto.
El clima era inclemente, tanto que el agua estaba por encima de sus suelas. Para Rōga era el pan de cada día, pero dudaba muchísimo que Datsue o ese tal Shunsuke pudieran moverse adecuadamente en ese terreno.
Entre tanto, Bandō hizo el esfuerzo por ayudar a la pelirroja a montarse sobre el caballo negro. Estaba llorando, mezclando sus gritos con el fragor de la tempestad. El bandolero tenía inutilizada su extremidad, pero aguantaba con todo el temple posible. Ya no iba a correr por la carrera, ahora debía asegurarse de que la chica recibiese atención médica.
—Me las van a pagar...— mascullaba mientras intentaba que la chica quedase frente a él, recostada en su regazo. —¡ARRRRREEE!— Y Galante empezó a galopar con fiereza.
La fiesta de locos había terminado.
***
El camino de regreso no iba a ser fácil, puesto que era muchísimo pero de lo habitual. De hecho, muchos corredores ni siquiera pudieron cruzar la zona de las dunas y se habían quedado varados. Las patas de los animales se quedaban atascadas en la removida arena, convertidas en un fango mortal. Frío, viento, rayos. La primavera iba a agradecerlo, pero no ahora.
Escalar una duna era imposible, por lo que debía avanzar únicamente en las zonas bajas donde el terreno aún se mantuviese medianamente firme.