30/10/2015, 12:25
«Un paraguas... Por favor, qué chapado a la antigua» —pensó Daruu sobre el padre de Ayame.
No todos los ninjas de Ame salían al amparo del Dios de la Lluvia sin nada para protegerse de su llanto de llovizna, especialmente los días que la tormenta parecía una catarata furiosa salida de un cuento de terror para niños. Pero existían capas impermeables, sombreros cónicos especiales para evitar el agua en el rostro y otras herramientas. Los pocos paraguas que había visto habían resultado ser armas muy útiles cargadas de agujas, y cosas así.
Un paraguas podía taparte de la lluvia, pero mantenía tus manos ocupadas, y eso, siendo un shinobi, no era recomendable. Tampoco te protegía del viento.
Pero Ayame había aceptado ir a la pastelería y eso le había alegrado el día, así que evitó hacer ningún comentario que pudiera herir sensibilidades y separar de él a su única amiga, ahora que la había hecho.
En el ascensor, Daruu se limitó a meter las manos en los bolsillos y mirar de reojo, de vez en cuando, el paraguas que su compañera había cogido antes de entrar al mecanismo y que, ya poco práctico que le parecía, ahora menos que ya estaban empapados y llenos de agua y hechos un desastre, y con el pelo desbaratado y algunos moratones de pegarse y de dar vueltas por el suelo.
Los jóvenes salieron del ascensor y empezaron a caminar rumbo a su casa. En la planta baja, les esperaba la Pastelería de Kiroe-chan. Ayame preguntó que si había llegado a la conclusión de que estaban a la altura de sus padres. Daruu rió.
—Podemos rivalizar. Pero supongo que si nos hubieran visto se habrían reído de nosotros. Es normal. Pero les alcanzaremos —aseguró Daruu, y asintió con la cabeza con determinación.
No todos los ninjas de Ame salían al amparo del Dios de la Lluvia sin nada para protegerse de su llanto de llovizna, especialmente los días que la tormenta parecía una catarata furiosa salida de un cuento de terror para niños. Pero existían capas impermeables, sombreros cónicos especiales para evitar el agua en el rostro y otras herramientas. Los pocos paraguas que había visto habían resultado ser armas muy útiles cargadas de agujas, y cosas así.
Un paraguas podía taparte de la lluvia, pero mantenía tus manos ocupadas, y eso, siendo un shinobi, no era recomendable. Tampoco te protegía del viento.
Pero Ayame había aceptado ir a la pastelería y eso le había alegrado el día, así que evitó hacer ningún comentario que pudiera herir sensibilidades y separar de él a su única amiga, ahora que la había hecho.
En el ascensor, Daruu se limitó a meter las manos en los bolsillos y mirar de reojo, de vez en cuando, el paraguas que su compañera había cogido antes de entrar al mecanismo y que, ya poco práctico que le parecía, ahora menos que ya estaban empapados y llenos de agua y hechos un desastre, y con el pelo desbaratado y algunos moratones de pegarse y de dar vueltas por el suelo.
Los jóvenes salieron del ascensor y empezaron a caminar rumbo a su casa. En la planta baja, les esperaba la Pastelería de Kiroe-chan. Ayame preguntó que si había llegado a la conclusión de que estaban a la altura de sus padres. Daruu rió.
—Podemos rivalizar. Pero supongo que si nos hubieran visto se habrían reído de nosotros. Es normal. Pero les alcanzaremos —aseguró Daruu, y asintió con la cabeza con determinación.