22/04/2019, 13:52
«¿Pero qué...?»
Si Momochi Ebisu pensaba que había tenido suerte, o al menos no mala suerte con los genin asignados a su equipo, el destino parecía empeñado en demostrarle lo contrario. Él mismo era un tipo desganado con la vida y que normalmente apenas buscaba la forma de pasar el día sin tener que esforzarse demasiado en prácticamente nada, pero si él se pensaba que era un Perezoso de rango S, aquellos dos chicos acababan de darle una lección de humildad. Le habían puesto en su sitio, y es que cuando tanto Samidare como Raitaro vieron el pergamino de misión y leyeron su contenido, ninguno de los dos dio muestras de emoción más allá de las que se esperaría de una ameba.
—¡Pero coño, espabilad! —exclamó el chuunin, chascándose los dedos frente a ambos—. Joder, menudo ímpetu, no tengáis tantas ganas por favor que me va a dar un infarto. Madre mía, tenéis menos sangre que una lechuga.
«Al menos», pensó Ebisu, «el pequeño parece que sigue vivo. ¿Qué cojones le pasa al otro?»
Y es que Raitaro acababa de quedarse embobado mirando al infinito, en algún punto indeterminado frente a la mesa que ocupaban sensei y alumnos. Su cara componía una mueca de total inexpresión, los orificios de su nariz apenas se abrían para delatar que su dueño seguía respirando, y un hilillo de baba había empezado a caerle por la comisura de los labios entreabiertos, manchando la mesa.
—¡Coño, el pergamino! —Ebisu salvó el rollo de pergamino justo a tiempo de ser babeado por Raitaro versión Vegetal—. ¿Y a este qué demonios le pasa? —preguntó a Samidare—. Tú ya le conocías, ¿no? ¿Siempre se comporta así? ¿Lo está haciendo para tocar las narices? ¿Va a volver en sí pronto? Como esto sea una inocentada en mi primer día como sensei, me cago en todo, la Arashikage me va a oír... ¡Qué lata!
Si Momochi Ebisu pensaba que había tenido suerte, o al menos no mala suerte con los genin asignados a su equipo, el destino parecía empeñado en demostrarle lo contrario. Él mismo era un tipo desganado con la vida y que normalmente apenas buscaba la forma de pasar el día sin tener que esforzarse demasiado en prácticamente nada, pero si él se pensaba que era un Perezoso de rango S, aquellos dos chicos acababan de darle una lección de humildad. Le habían puesto en su sitio, y es que cuando tanto Samidare como Raitaro vieron el pergamino de misión y leyeron su contenido, ninguno de los dos dio muestras de emoción más allá de las que se esperaría de una ameba.
—¡Pero coño, espabilad! —exclamó el chuunin, chascándose los dedos frente a ambos—. Joder, menudo ímpetu, no tengáis tantas ganas por favor que me va a dar un infarto. Madre mía, tenéis menos sangre que una lechuga.
«Al menos», pensó Ebisu, «el pequeño parece que sigue vivo. ¿Qué cojones le pasa al otro?»
Y es que Raitaro acababa de quedarse embobado mirando al infinito, en algún punto indeterminado frente a la mesa que ocupaban sensei y alumnos. Su cara componía una mueca de total inexpresión, los orificios de su nariz apenas se abrían para delatar que su dueño seguía respirando, y un hilillo de baba había empezado a caerle por la comisura de los labios entreabiertos, manchando la mesa.
—¡Coño, el pergamino! —Ebisu salvó el rollo de pergamino justo a tiempo de ser babeado por Raitaro versión Vegetal—. ¿Y a este qué demonios le pasa? —preguntó a Samidare—. Tú ya le conocías, ¿no? ¿Siempre se comporta así? ¿Lo está haciendo para tocar las narices? ¿Va a volver en sí pronto? Como esto sea una inocentada en mi primer día como sensei, me cago en todo, la Arashikage me va a oír... ¡Qué lata!