24/04/2019, 22:52
Etsu no quiso pensar que pudiese ser cosa del músico, pero a decir verdad... habían ciertas sospechas sobre él, y sobre sus últimas acciones y palabras. Era un gran sospechoso, aunque tampoco podían achacarle los hurtos, puesto que había estado allí en mitad de todo el jaleo, todo el tiempo. Era imposible que hubiese sido él, ¿no?
La chica no tardó en buscar entre sus pertenencias también, topando con la no demasiado grata sorpresa. Su tez palideció al instante, tanto o más que la de Etsu. Pero ella no titubeó un solo segundo, sin mirar otras posibilidades, lanzó su acusación al vagabundo. EL hombre, que había intentado sesgar algo de distancia, trazó un respingo a la par que alzaba ambas manos. Quedó quieto, no se atrevió a moverse más de lo que había hecho hasta el momento, que en realidad tampoco habían sido mas de un par de metros.
—¡Yo... icenteno soy! ¡Lo roju! —inquirió con temblorosa voz.
Pero la chica tenía clara su acusación, Etsu... aún dudaba un poco, no entendía cómo podría haberlo hecho. Además, había robado hasta a shinobis. El tipo debía ser realmente diestro, un verdadero ladrón de guante blanco.
«Pero él no se movió... estuvo en ese escenario —por llamarlo de alguna manera— todo el tiempo...»
El Inuzuka no se retiró demasiado, aunque aún pensaba en cómo, no iba a dejar a un sospechoso tan nervioso irse de buenas. Aunque fuese inocente, tal y como decía, algo había de saber. De lo contrario, ¿a qué venían esos nervios y manera de actuar? ¿a qué venía tanta prisa por irse?
Algo escondía.
—¿Ababaur?
Etsu miró a Akane, y chasqueó los dedos —eso tiene bastante sentido, hermano... bastante sentido —confirmó el rastas, para poco después buscar de nuevo con su mirada al indigente —tío, vamos a hacerlo por las buenas. Sabemos que algo tienes que ver tú con todo ésto, así que... facilitanos el trabajo, y dinos. ¿Quienes son tus cómplices?
»Tú eras solo el cebo, ¿verdad?.
El hombre no pudo disimular demasaido otro respingo, lo habían calado... o no. Ante la acusación, el hombre entrecruzó varias veces los brazos, alarmado. El sudor frío resbalaba por su sien, y su mirada a cada escasos segundos se perdía entre los pequeños grupos de personas que aún persistían en la zona. Esos grupos de personas que en su mayoría se peleaban, reclamando sus pertenencias y acusándose los unos a los otros.
—¡Roju lo! ¡roju lo! ¡se no nada yo! —insistía el hombre —¡Ancremé!
La chica no tardó en buscar entre sus pertenencias también, topando con la no demasiado grata sorpresa. Su tez palideció al instante, tanto o más que la de Etsu. Pero ella no titubeó un solo segundo, sin mirar otras posibilidades, lanzó su acusación al vagabundo. EL hombre, que había intentado sesgar algo de distancia, trazó un respingo a la par que alzaba ambas manos. Quedó quieto, no se atrevió a moverse más de lo que había hecho hasta el momento, que en realidad tampoco habían sido mas de un par de metros.
—¡Yo... icenteno soy! ¡Lo roju! —inquirió con temblorosa voz.
Pero la chica tenía clara su acusación, Etsu... aún dudaba un poco, no entendía cómo podría haberlo hecho. Además, había robado hasta a shinobis. El tipo debía ser realmente diestro, un verdadero ladrón de guante blanco.
«Pero él no se movió... estuvo en ese escenario —por llamarlo de alguna manera— todo el tiempo...»
El Inuzuka no se retiró demasiado, aunque aún pensaba en cómo, no iba a dejar a un sospechoso tan nervioso irse de buenas. Aunque fuese inocente, tal y como decía, algo había de saber. De lo contrario, ¿a qué venían esos nervios y manera de actuar? ¿a qué venía tanta prisa por irse?
Algo escondía.
—¿Ababaur?
Etsu miró a Akane, y chasqueó los dedos —eso tiene bastante sentido, hermano... bastante sentido —confirmó el rastas, para poco después buscar de nuevo con su mirada al indigente —tío, vamos a hacerlo por las buenas. Sabemos que algo tienes que ver tú con todo ésto, así que... facilitanos el trabajo, y dinos. ¿Quienes son tus cómplices?
»Tú eras solo el cebo, ¿verdad?.
El hombre no pudo disimular demasaido otro respingo, lo habían calado... o no. Ante la acusación, el hombre entrecruzó varias veces los brazos, alarmado. El sudor frío resbalaba por su sien, y su mirada a cada escasos segundos se perdía entre los pequeños grupos de personas que aún persistían en la zona. Esos grupos de personas que en su mayoría se peleaban, reclamando sus pertenencias y acusándose los unos a los otros.
—¡Roju lo! ¡roju lo! ¡se no nada yo! —insistía el hombre —¡Ancremé!
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~