27/04/2019, 04:03
(Última modificación: 27/04/2019, 14:39 por King Roga. Editado 8 veces en total.)
El Yotsuki estaba listo para la acción, aunque no consideraba muy prudente que su seguro de vida llamado clon de Datsue estuviese poniendo la cara por delante. Aún cuando las aves ya no fuesen a representar una molestia, quedaba claro que el tuerto no era un idiota cualquiera. Escondía muchos trucos que ellos desconocían, pese a que aparentemente les había estado teniendo clemencia hasta esos momento. "Pudo matarme cuando quiso, pero no lo hizo." Aquella espinita seguía en su cabeza. Datsue había asegurado que era un buen tipo, ¿entonces porqué estaba del lado de un desgraciado como Asobu? ¿Por qué el afán del arma? No se permitía dudar, Shishio le enseñó a no hacerlo. "Pero..." Estaba expectante mientras Datsue abría una ranura.
La estancia estaba ténuemente iluminada por antorchas de mecha de aceite, mucho más ominosa que la de maquinaria. Era imposible no notar la pintura en el fondo de la estancia, representando al mismo desierto mientras una mujer parecía vertir un cubo con viento en las arenas. Un trono de piedra, rodeado de cientos de cristales rotos que estaban desperdigados por todo el suelo. El mismo techo de la misma, lleno de lo que pudo haber sido un hermoso rosetón, ahora reducido a añicos. El salón era mucho más grande de lo esperado, llegando a medir unos veinte metros cúbicos en su totalidad. Observaría y distinguiría todo su alrededor en un santiamén, y sin embargo, no había rastros de Shunsuke ni de su mandona guacamaya verde.
Para cuando Datsue se diera cuenta de esto...
De pronto tendría el ojo de Shunsuke asomándose por la misma rendija, de cabeza al igual que él. El portal se abriría con violencia y sentirían que sus tobillos eran sujetados, siendo despegados del techo y jalados con fuerza hasta la sala, quedando suspendidos en el aire, de cabeza. No había necesidad de sharingan, los hilos de chakra que les ataron eran perfectamente visibles. El propio castaño se sostenía del techo con un trapecio improvisado.
Los hilos que les atrapaban provenían de su mano derecha, existiendo una distancia de ocho metros entre ellos y el tuerto, mientras que los hilos con los que él se sujetaba salían de sus codos y estaban pegados al techo. Se mantenía de brazos cruzados, únicamente teniendo alzados los dedos índice y corazón de la diestra.
—Oigan, ¡fueron muy mala gente con el pobre Wiraqocha! ¡No maltraten a los animales!— Frunciría el ceño.
La estancia estaba ténuemente iluminada por antorchas de mecha de aceite, mucho más ominosa que la de maquinaria. Era imposible no notar la pintura en el fondo de la estancia, representando al mismo desierto mientras una mujer parecía vertir un cubo con viento en las arenas. Un trono de piedra, rodeado de cientos de cristales rotos que estaban desperdigados por todo el suelo. El mismo techo de la misma, lleno de lo que pudo haber sido un hermoso rosetón, ahora reducido a añicos. El salón era mucho más grande de lo esperado, llegando a medir unos veinte metros cúbicos en su totalidad. Observaría y distinguiría todo su alrededor en un santiamén, y sin embargo, no había rastros de Shunsuke ni de su mandona guacamaya verde.
Para cuando Datsue se diera cuenta de esto...
¡BOOOOOOOOOHHHHH!
De pronto tendría el ojo de Shunsuke asomándose por la misma rendija, de cabeza al igual que él. El portal se abriría con violencia y sentirían que sus tobillos eran sujetados, siendo despegados del techo y jalados con fuerza hasta la sala, quedando suspendidos en el aire, de cabeza. No había necesidad de sharingan, los hilos de chakra que les ataron eran perfectamente visibles. El propio castaño se sostenía del techo con un trapecio improvisado.
Los hilos que les atrapaban provenían de su mano derecha, existiendo una distancia de ocho metros entre ellos y el tuerto, mientras que los hilos con los que él se sujetaba salían de sus codos y estaban pegados al techo. Se mantenía de brazos cruzados, únicamente teniendo alzados los dedos índice y corazón de la diestra.
—Oigan, ¡fueron muy mala gente con el pobre Wiraqocha! ¡No maltraten a los animales!— Frunciría el ceño.