2/05/2019, 21:13
Lo importaba un pepino quién fuese, o que fuese. No tenía que repetirle que era un clon, él estaba más que consciente de ello. Y por eso mismo, es que no iba a permitir que se quedara tan tranquilo.
—Tienes razón, ¿para qué me preocupo por lo que le pase a un clon?— Sabía que daba igual que desapareciera, pero ese clon en específico no se esfumó al tener la misión cumplida. Eso, sólo le confirmó lo que siempre pensó de él.
En lugar de ir a la puerta, se dio la vuelta, quedando a unos dos pasos del clon que soltó una lenta pero potente técnica de suiton.
Lo sospechó, en un inicio. Lo dudó, en el momento en el que confesó sus intenciones allá en la barra del bar, pero no era nada que no tuviese contemplado. "Es un error creer que puedes merodear en el terreno del lobo acechante y faltarle el respeto." Podía ser un vagabundo, un carpintero, el propio Rikudo si quería. Iba a pelarle tres hectáreas de verga. Cuando se mentalizó el alejar el arma de todos los posibles enemigos, ese todos incluía a Datsue en la ecuación. Le daba igual que él parase bijuudamas con los ojos, o que soltara katones de destrucción masiva.
Rōga no era el más rápido, no era él más fuerte, no tenía el mejor chakra, no era el más listo. Ni siquiera era la mitad de encantador de lo que pregonaba ser. Pero algo era innegable.
Tenía el orgullo más grande del puto mundo, y por eso le daba igual el arma ya.
Nadie nunca había cometido la osadía de pasarle una jugarreta por encima.
Y Datsue no iba a ser el primero.
Un momento justo, cuando estaba a la mitad de la ejecución del jutsu y este no había caído aún para romper el suelo. No iba a arruinarlo con palabras, suficiente aviso eran los mil pájaros chillones en su mano. Esperaba que así como Datsue recordaba lo vivido por sus clones, recibiera en sus memorias lo que era ser atravesado de lado a lado por un chidori que el Yotsuki le dejaría de recuerdo. Allá en la última zona, a la mitad del último tramo de la carrera.
De lograrlo, iba a ser muy divertido regocijarse de al fin saciar toda la frustración contenida que se estuvo guardando bajo las cadenas de la paciencia.
—Tienes razón, ¿para qué me preocupo por lo que le pase a un clon?— Sabía que daba igual que desapareciera, pero ese clon en específico no se esfumó al tener la misión cumplida. Eso, sólo le confirmó lo que siempre pensó de él.
En lugar de ir a la puerta, se dio la vuelta, quedando a unos dos pasos del clon que soltó una lenta pero potente técnica de suiton.
Lo sospechó, en un inicio. Lo dudó, en el momento en el que confesó sus intenciones allá en la barra del bar, pero no era nada que no tuviese contemplado. "Es un error creer que puedes merodear en el terreno del lobo acechante y faltarle el respeto." Podía ser un vagabundo, un carpintero, el propio Rikudo si quería. Iba a pelarle tres hectáreas de verga. Cuando se mentalizó el alejar el arma de todos los posibles enemigos, ese todos incluía a Datsue en la ecuación. Le daba igual que él parase bijuudamas con los ojos, o que soltara katones de destrucción masiva.
Rōga no era el más rápido, no era él más fuerte, no tenía el mejor chakra, no era el más listo. Ni siquiera era la mitad de encantador de lo que pregonaba ser. Pero algo era innegable.
Tenía el orgullo más grande del puto mundo, y por eso le daba igual el arma ya.
Nadie nunca había cometido la osadía de pasarle una jugarreta por encima.
Y Datsue no iba a ser el primero.
Un momento justo, cuando estaba a la mitad de la ejecución del jutsu y este no había caído aún para romper el suelo. No iba a arruinarlo con palabras, suficiente aviso eran los mil pájaros chillones en su mano. Esperaba que así como Datsue recordaba lo vivido por sus clones, recibiera en sus memorias lo que era ser atravesado de lado a lado por un chidori que el Yotsuki le dejaría de recuerdo. Allá en la última zona, a la mitad del último tramo de la carrera.
De lograrlo, iba a ser muy divertido regocijarse de al fin saciar toda la frustración contenida que se estuvo guardando bajo las cadenas de la paciencia.