4/05/2019, 16:40
Y sin embargo, Datsue notaría que algo no andaba bien. No aceleraba, Bandō tampoco lo hacía. ¿Porqué entonces la distancia se estaba acortando? Era de forma imperceptible, de esa forma lenta y sutil en la que normalmente no te das cuenta hasta que ya es demasiado tarde. Fue en un instante que el bandido se desvió en diagonal a la derecha. ¿Porqué no estaba corriendo en línea recta en el terreno llano rumbo a la meta? En su lugar, había optado por ir a terreno ligeramente rocoso y no tan húmedo por la lluvia. Es ahí donde Datsue se podría percatar, de que no era que le persiguieran, sino que por instantes su camello desaceleraba.
El rubio dejó que galante descansara todo el tiempo que el río estuvo crecido, sabiendo que cuando bajara podía ir en línea recta. Siempre fue su estrategia mantener a su caballo con las reservas de energía lo más intactas posibles. Tanto, que la fiera estaba casi tan fresca cómo al inicio de la misma carrera. Casi, porque el peso de Homura era una carga extra que le generaba esfuerzo de más y era un contratiempo que la negra montura no llevaba muy bien.
Estaban ya casi a la par, separados de lado a lado por unos doscientos metros. Faltaban unos cincuenta metros para que Bandō le rebasara, pero no había signos de querer aumentar el paso.
Gritos, ovaciones, vitoreos. Mucho antes de divisar en pueblo en el horizonte, la multitud ya se había conglomerado para recibirlos en la línea de llegada. Unas dos mil personas entre locales y turistas, expectantes ante los héroes del desierto. Eran los últimos ochocientos metros antes del desenlace final de la carrera.
El rubio dejó que galante descansara todo el tiempo que el río estuvo crecido, sabiendo que cuando bajara podía ir en línea recta. Siempre fue su estrategia mantener a su caballo con las reservas de energía lo más intactas posibles. Tanto, que la fiera estaba casi tan fresca cómo al inicio de la misma carrera. Casi, porque el peso de Homura era una carga extra que le generaba esfuerzo de más y era un contratiempo que la negra montura no llevaba muy bien.
Estaban ya casi a la par, separados de lado a lado por unos doscientos metros. Faltaban unos cincuenta metros para que Bandō le rebasara, pero no había signos de querer aumentar el paso.
Gritos, ovaciones, vitoreos. Mucho antes de divisar en pueblo en el horizonte, la multitud ya se había conglomerado para recibirlos en la línea de llegada. Unas dos mil personas entre locales y turistas, expectantes ante los héroes del desierto. Eran los últimos ochocientos metros antes del desenlace final de la carrera.