5/05/2019, 00:33
Había algo, sí.
Un ambiente pesado, lúgubre, como de luto. La estancia inicial, aquella ataviada de bibliotecas de la materia que instruian a sus mejores pupilos en el dominio de las artes básicas de la Herrería, estaba vacía. Aunque, a diferencia de antes, lucía más pulcra y con menos viruta de acero adornando los pisos. Alguien estaba ocupándose de mantener el lugar limpio, y que la fragua no estuviese andando ayudaba bastante.
Luego, seguía un largo pasillo. Ese que daba a las otras tres salas contiguas, la calderería, la habitación donde se reunió con los otros herreros antes de partir a su misión en el País de la Tierra, y el cuarto de armas y diseño donde un tiempo atrás había compartido sus ideas innovadoras con su buen amigo Soroku. Ese amigo del que se olvidó totalmente una vez sintió el calor y la comodidad de su camilla de hospital allá en la seguridad de Uzushio.
Antes de que pudiera dar un paso más, y averiguar por él mismo si había alguien dentro; la menuda figura de una muchacha de quince años se asomó por una de las puertas. La mirada incrédula de... Urami.
Urami, esa hermosa chica de pelos castaños, cortos, que solía llevar detrás de las orejas y que resaltaba su sonrisa. Aunque esa vez no sonreía, dadas las circunstancias. Sus pestañas, largas y finas, resaltaban sus ojos pardos de tigre de bengala. Su mirada, una contenida entre la sorpresa y... la decepción. Una de dos.
Pero los músculos le carburaron por sí solos. Urami arrancó a correr, como si hubiera visto a un angel, y se unió a Datsue en un abrazo fraternal. Le apretó fuerte, muy fuerte, con el anhelo de una súbita esperanza encendiéndole su lúgubre corazón.
—D... datsue-kun...
Un ambiente pesado, lúgubre, como de luto. La estancia inicial, aquella ataviada de bibliotecas de la materia que instruian a sus mejores pupilos en el dominio de las artes básicas de la Herrería, estaba vacía. Aunque, a diferencia de antes, lucía más pulcra y con menos viruta de acero adornando los pisos. Alguien estaba ocupándose de mantener el lugar limpio, y que la fragua no estuviese andando ayudaba bastante.
Luego, seguía un largo pasillo. Ese que daba a las otras tres salas contiguas, la calderería, la habitación donde se reunió con los otros herreros antes de partir a su misión en el País de la Tierra, y el cuarto de armas y diseño donde un tiempo atrás había compartido sus ideas innovadoras con su buen amigo Soroku. Ese amigo del que se olvidó totalmente una vez sintió el calor y la comodidad de su camilla de hospital allá en la seguridad de Uzushio.
Antes de que pudiera dar un paso más, y averiguar por él mismo si había alguien dentro; la menuda figura de una muchacha de quince años se asomó por una de las puertas. La mirada incrédula de... Urami.
Urami, esa hermosa chica de pelos castaños, cortos, que solía llevar detrás de las orejas y que resaltaba su sonrisa. Aunque esa vez no sonreía, dadas las circunstancias. Sus pestañas, largas y finas, resaltaban sus ojos pardos de tigre de bengala. Su mirada, una contenida entre la sorpresa y... la decepción. Una de dos.
Pero los músculos le carburaron por sí solos. Urami arrancó a correr, como si hubiera visto a un angel, y se unió a Datsue en un abrazo fraternal. Le apretó fuerte, muy fuerte, con el anhelo de una súbita esperanza encendiéndole su lúgubre corazón.
—D... datsue-kun...