14/05/2019, 16:42
Datsue estaba acostumbrado a forjar katanas. De hoja flexible, filo por ambos lados y punta afilada. No obstante, aquel día tenía pensado otra cosa.
Un okunai. De hoja mucho más curva y gruesa, menos flexible, y con un solo filo. Un solo filo, sí, pero eso le permitía afilarlo más gracias a la consistencia que le daba el mune —el contrafilo—. Un arma poco útil para lanzar estocadas, pero que cortaba miembros como mantequillas.
Fuego. Acero fundido. Moldes. Todo lo que había aprendido de Nahana lo puso en práctica. Su eficiencia en cada movimiento. Su precisión de cirujana. Su metódico trabajo, siempre asegurándose de que los tiempos eran los correctos, de que la calidad del fundido era el adecuado, de que se dejaba enfriar lo justo y necesario. Pero cuando llegó la hora de afilar el filo, entonces, recurrió a Soroku.
Recordó cómo le había enseñado a permitir respirar el acero. Recordó cómo le había enseñado a golpearlo con contundencia. Con cada martillazo contra el yunque, Datsue pensaba en él. En el triste destino que había tenido por su culpa. En la celda mugrosa en la que se estaba pudriendo. O en la fosa común en la que su cadáver era pasto de los gusanos. Pensó en Soroku, y pensó en el hilo del destino que los dioses habían tejido para él. Pensó en cortarlo.
¡Pam, pam, pam!
Cortarlo… Cortarlo… Cortarlo…
¡Pam, pam, pam!
Cortarlo… ¡Cortarlo…! ¡Cortarlo!
¡PAM, PAM, PAMMMM!
Encharcado en su propio sudor, el Uchiha blandió el okunai por primera vez. Comprobó su equilibrio, la suavidad de la hoja, su flexibilidad y hasta qué tan afilado tenía el filo. Le bastó con rozarlo con la yema de un dedo para que una gota de sangre lo humedeciese.
Sonrió, y se la ofreció a Nahana.
—¿Qué opinas?
Un okunai. De hoja mucho más curva y gruesa, menos flexible, y con un solo filo. Un solo filo, sí, pero eso le permitía afilarlo más gracias a la consistencia que le daba el mune —el contrafilo—. Un arma poco útil para lanzar estocadas, pero que cortaba miembros como mantequillas.
Fuego. Acero fundido. Moldes. Todo lo que había aprendido de Nahana lo puso en práctica. Su eficiencia en cada movimiento. Su precisión de cirujana. Su metódico trabajo, siempre asegurándose de que los tiempos eran los correctos, de que la calidad del fundido era el adecuado, de que se dejaba enfriar lo justo y necesario. Pero cuando llegó la hora de afilar el filo, entonces, recurrió a Soroku.
Recordó cómo le había enseñado a permitir respirar el acero. Recordó cómo le había enseñado a golpearlo con contundencia. Con cada martillazo contra el yunque, Datsue pensaba en él. En el triste destino que había tenido por su culpa. En la celda mugrosa en la que se estaba pudriendo. O en la fosa común en la que su cadáver era pasto de los gusanos. Pensó en Soroku, y pensó en el hilo del destino que los dioses habían tejido para él. Pensó en cortarlo.
¡Pam, pam, pam!
Cortarlo… Cortarlo… Cortarlo…
¡Pam, pam, pam!
Cortarlo… ¡Cortarlo…! ¡Cortarlo!
¡PAM, PAM, PAMMMM!
Encharcado en su propio sudor, el Uchiha blandió el okunai por primera vez. Comprobó su equilibrio, la suavidad de la hoja, su flexibilidad y hasta qué tan afilado tenía el filo. Le bastó con rozarlo con la yema de un dedo para que una gota de sangre lo humedeciese.
Sonrió, y se la ofreció a Nahana.
—¿Qué opinas?
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado