15/05/2019, 19:47
—Si, tienes razón, las antorchas... ¿Pero sabes qué? —replicó Yota, apoyando la mano en la empuñadura de su ninjato en un más que sugerente gesto—. Aquí abajo hay alguien y ya sabía que estábamos aquí antes de gritar.
—¿Pero cómo iba a saber nadie que nos...?
—Lo sabe desde que accionó la trampilla que nos hizo caer y que, a su vez provocó que cayéramos al agua, causando bastante más ruido que con mis gritos —rebatió el de Kusagakure, cortando las protestas de Ayame. Tenía que admitirlo, esa hipótesis tenía mucho sentido.
Aunque su mutis no duró demasiado tiempo.
—Y, poniendo que lo que dices sea cierto y tengamos a un loco maniático aquí abajo esperándonos, no se te ha ocurrido algo mejor que tirarte a la boca del lobo gritando y con la katana por delante. El sigilo no entraba dentro de tus planes, ¿verdad?
La kunoichi terminó por lanzar un profundo suspiro lleno de hastío.
—Anda, será mejor que avancemos antes de que sea él el que decida mover ficha...
—Sí... es lo mejor que podemos hacer...
Echaron a andar por el único camino que se presentaba ante sus pies. Ayame no volvió a protestar sobre la presencia de Kumopansa sobre su hombro por lo que debía haber terminado por aceptarla, o quizás se había olvidado de su presencia. De hecho, estaba más pendiente de los dibujos que no dejaban de repetirse en las paredes.
—Oye, y según tu elaborada deducción, ¿qué tipo de persona estaría aquí abajo, enterrada a varias decenas de metros debajo de tierra, en unas ruinas semiderruidas, a la espera de una pobre presa en la superficie?
Apenas había terminado de hablar cuando ambos lo escucharon. Una especie de zumbido que provenía del fondo de aquel extraño corredor y que se hacía más y más fuerte conforme pasaban los segundos.
—¿Oyes... eso...? —preguntó Ayame, que se había quedado paralizada en el sitio, pálida como la cera.
El suelo y las paredes comenzaron a vibrar.
—¿Pero cómo iba a saber nadie que nos...?
—Lo sabe desde que accionó la trampilla que nos hizo caer y que, a su vez provocó que cayéramos al agua, causando bastante más ruido que con mis gritos —rebatió el de Kusagakure, cortando las protestas de Ayame. Tenía que admitirlo, esa hipótesis tenía mucho sentido.
Aunque su mutis no duró demasiado tiempo.
—Y, poniendo que lo que dices sea cierto y tengamos a un loco maniático aquí abajo esperándonos, no se te ha ocurrido algo mejor que tirarte a la boca del lobo gritando y con la katana por delante. El sigilo no entraba dentro de tus planes, ¿verdad?
La kunoichi terminó por lanzar un profundo suspiro lleno de hastío.
—Anda, será mejor que avancemos antes de que sea él el que decida mover ficha...
—Sí... es lo mejor que podemos hacer...
Echaron a andar por el único camino que se presentaba ante sus pies. Ayame no volvió a protestar sobre la presencia de Kumopansa sobre su hombro por lo que debía haber terminado por aceptarla, o quizás se había olvidado de su presencia. De hecho, estaba más pendiente de los dibujos que no dejaban de repetirse en las paredes.
—Oye, y según tu elaborada deducción, ¿qué tipo de persona estaría aquí abajo, enterrada a varias decenas de metros debajo de tierra, en unas ruinas semiderruidas, a la espera de una pobre presa en la superficie?
Apenas había terminado de hablar cuando ambos lo escucharon. Una especie de zumbido que provenía del fondo de aquel extraño corredor y que se hacía más y más fuerte conforme pasaban los segundos.
—¿Oyes... eso...? —preguntó Ayame, que se había quedado paralizada en el sitio, pálida como la cera.
El suelo y las paredes comenzaron a vibrar.