Fecha fijada indefinidamente con la siguiente ambientación: Los ninjas de las Tres Grandes siguen luchando contra el ejército de Kurama allá donde encuentran un bastión sin conquistar. Debido a las recientes provocaciones del Nueve Colas, los shinobi y kunoichi atacan con fiereza en nombre de la victoria. Kurama y sus generales se encuentran acorralados en las Tierras Nevadas del Norte, en el País de la Tormenta. Pero el invierno está cerca e impide que cualquiera de los dos bandos avance, dejando Oonindo en una situación de guerra fría, con pequeñas operaciones aquí y allá. Las villas requieren de financiación tras la pérdida de efectivos en la guerra, y los criminales siguen actuando sobre terreno salpicado por la sangre de aliados y enemigos, por lo que los ninjas también son enviados a misiones de todo tipo por el resto del mundo, especialmente aquellos que no están preparados para enfrentarse a las terribles fuerzas del Kyuubi.
Ayame saltó un pilar derrumbado y aterrizó con suavidad sobre un lecho de hojas que la recibieron con un ligero crujido. Acalorada, la kunoichi levantó el antebrazo y se limpió el sudor que comenzaba a perlar su frente antes de pegarle tres buenos tragos a la cantimplora que llevaba consigo. El agua comenzaba a calentarse, pero poco le importó en aquellos instantes. El calor del verano comenzaba a resultar asfixiante, aún más tan lejos de su país natal y en aquel lugar tan húmedo y lleno de vegetación, donde se pegaba a la piel y la obligaba a sudar sin ningún tipo de compasión.
—Después de esto voy a necesitar un buen baño... —resopló, antes de volver a colgarse la cantimplora y echar a caminar de nuevo.
La luz del sol se filtraba entre delicados haces que sorteaban las ramas altas de los árboles del bosque y los arcos de piedra semiderruídos que se extendían por encima de su cabeza. Bajo sus pies, las hojas y las hierbas se entremezclaban con adoquines sueltos y tierra desmenuzada. Escombros, paredes prácticamente derrumbadas y columnas tumbadas complementaban el escenario. Lo que en antaño debía haber sido un esplendoroso templo, ahora no quedaba de él más que unas tristes ruinas que la naturaleza no había tardado en reclamar como suyas. Incluso las hiedras habían colonizado las pocas piedras que habían logrado sobrevivir y seguían alzándose victoriosas y ahora las habían esclavizado para utilizarlas como escalas para ascender a lo más alto, buscando aquella preciada luz que necesitaban para sobrevivir.
Ayame se adelantó, evitando varios obstáculos por el camino y se plantó frente a la pared del fondo, detrás de un altar de piedra resquebrajado. Milagrosamente, una buena parte de ella había sobrevivido al paso del tiempo y aún se adivinaba entre sus cimientos los trazos de unos dibujos tan antiguos como misteriosos: LO que parecían ser unos extraños animales desfigurados le devolvieron una emborronada mirada.
—¿Crees que son...?
«Si lo son, esos humanos no tenían ningún sentido de lo artístico.»
Respondió la voz de Kokuō desde su interior. Y Ayame ladeó la cabeza, estudiando con cuidado aquellos extraños garabatos, en los que las formas quedaban desdibujadas y los rasgos completamente irreconocibles.
Aquel día de verano hacia un calor de lo más insoportable. Desde luego que se podía decir que ya era temporada alta para sitios como aquel que, en algún que otro momento sería explotado como reclamo turístico. cuando se supiese qué diantres eran aquellas ruinas olvidadas de la mano de Dios. La humedad propia no ayudaba, sino que acentuaba aquella sensación de estar entre las mismísimas llamas del Yomi, provocando regueros de sudor en la piel de los que osaban adentrarse a aquel lugar.
Uno de aquellos osados era yo, que solía frecuentar aquel lugar cuando me apetecía hacer uno de mis pequeños retiros de meditación.El lugar era perfecto, apenas estaba transitado y para mí era acogedor. Tenía el culo depositado sobre una de esas piedras de mármol que a su vez tenía algo de vegetación por encima. Piernas cruzadas y manos sobre las rodillas, ojos cerrados y el intento de dejar la mente en blanco para que fuese transportado a un lugar entre lo real y lo irreal.
—¿Crees que son...?
Pero la inquietud de Kumopansa sobre mi cabeza y la presencia de alguien que me resultaba familiar, aunque no terminaba de ubicar me sacaron de todo posible trance.
«Está bien, está bien, ya lo he captado»
Puse mi mano derecha sobre la superficie en la que estaba asentado y poco a poco me fui levantando. Miraba a lado y lado pero no vi a nadie.
— Venga, no me jodas, tu también lo has oído, Kumopansa, ¿verdad?
Obviamente me refería a la voz que habíamos escuchado previamente, aunque empezaba a tener mis dudas. Igual la meditación estaba empezando a dar sus frutos.
— No sé, tío, la verdad es que todo esto es aburrido, ¿por qué seguimos haciendo estos viajes de meditación? Son una pérdida de tiempo, colega
Supongo que era pedir demasiado que el arácnido respetase todo aquello. Ella no era así, ella era de lanzarse a pelear ante la mínima oportunidad. Le iba la adrenalina, creo que hasta la ponía cachonda, pero la meditación y ese tipo de cosas que ella calificaba de aburridas también formaban parte del jornal de un ninja.
Pero ahora quería saber quién mierdas andaba por ahí.
— ¡¿Quién anda ahí?!
Kumopansa escaló uno de los muros de piedra medio derruida para ver si podía visualizar algo.
Una voz repentina la sobresaltó, y Ayame se apartó de la pared como si le hubiese dado calambre. Miró a su alrededor, buscando el origen del sonido, pero no vio a absolutamente nadie que pudiera haberle hablado. Rocas y vegetación eran su única compañía. La muchacha lanzó una mirada cargada de extrañeza al mural y se llevó una mano al pecho, dubitativa.
—Esto... ¿Eres una pared que habla? —preguntó, sintiéndose estúpida al instante. Aunque... en un mundo donde los animales podían hablar y utilizar NInjutsu, aquello no era lo más raro que podía encontrarse... ¿No...?—. ¡Lo siento mucho, señora pared, sólo estaba de paso!
Mi cuerpo actuó más lento que mi cerebro y Kumopansa se me adelantó y pronto lamentariamos aquel hecho.
— ¡Hostias, Yota, Yota, es la jinchuriki —vociferaba el animal desde lo alto de aquel muro en ruinas desde el que observaba a la amejin conversando con lo que quedaba de pared.
¡Lo siento mucho, señora pared, sólo estaba de paso!
— Mierda, no chilles, gilipollas
Di la vuelta a la pared lo más rápido que pude antes de que a Ayame le diese por hacerse araña a la parrilla para cenar aquel día. La muy gilipollas de la araña habçia alertado a potenciales generales que deambulasen por la zona. Y yo no tendría más narices que defender a la kunoichi y ayudarla de la forma que fuera. Putas alianzas.
— Te ruego que la perdones, Ayame-san —dije al mismo tiempo que recuperaba el aliento de aquel sprint, una vez había llegado hasta donde estaba Ayame— Simplemente no sabe usar el cerebro
«Si es que realmente tiene algo parecido a un cerebro, claro»
Fue un acto reflejo, Ayame levantó la manó hacia el origen de la voz con el dedo índice y pulgar extendidos a modo de pistola y un violento estallido liberó una bala de agua que se dirigió a toda velocidad hacia su objetivo... y terminó impactando a apenas unos centímetros por debajo de su cuerpo, creando un bonito agujero en la piedra antigua.
En realidad, Ayame no había fallado. En el último segundo se había dado cuenta de a quien estaba apuntando y apenas había conseguido desviar la trayectoria del proyectil: una araña parlanchina que ya conocía muy bien.
—Ay, ¡lo siento! —exclamó, con las mejillas encendidas.
—Mierda, no chilles, gilipollas —Yota se estaba acercando a ella entre largas zancadas—. Te ruego que la perdones, Ayame-san. Simplemente no sabe usar el cerebro.
—Lo siento yo por el ataque... —murmuró ella—. Pero según como están las cosas últimamente no podéis ir gritando por ahí que soy la jinchuuriki, ¡creía que eráis uno de esos malditos Generales!
»Además... mi nombre es Ayame, no jinchuuriki —añadió, ligeramente irritada.
Decir que aquel chorretazo a presión no le había dado por uno de los pelos del culo que le faltaban a aquel arácnido era quedarse corto. Puede incluso que el disparo le hubiese rozado. Aquel había sido su día de suerte.
—Ay, ¡lo siento!
— ¡Joder, puta loca del coño, casi me mata!
Estaba empezando a ponerme más nervioso de lo que debería. Y encima el jodido animal no dejaba de chillar como si estuviera en un concierto de su cantante favorito.
—Lo siento yo por el ataque... —murmuró ella—. Pero según como están las cosas últimamente no podéis ir gritando por ahí que soy la jinchuuriki, ¡creía que eráis uno de esos malditos Generales!
»Además... mi nombre es Ayame, no jinchuuriki
— Ya lo sé, ya lo sé —dije a medida que trataba de calmarme— Pero la puta araña esta del demonio aún no ha entendido que hay unos locos atrapabijuus que quieren dominar el mundo
No era tan difícil. Tan solo había que ser un poco discretos y no ir por allí llamando la atención a cada paso que uno daba. Por muy remoto que fuera aquel lugar, toda precaución era poca. Más cuando hablábamos de esas bestias con exceso de chakra y poder destructor capaces de destruir aldeas enteros con un simple bufido.
— Bueno, bueno, venga, no importa, ¿Cómo está mi jinchuriki preferida? —dijo el animal como si nada hubiese pasado, saltando al pecho de Ayame.
—Ya lo sé, ya lo sé —respondió Yota, intentando recobrar la calma perdida—. Pero la puta araña esta del demonio aún no ha entendido que hay unos locos atrapabijuus que quieren dominar el mundo.
Ayame lanzó un largo y prolongado suspiro. Sin embargo, si creían que la tormenta ya había pasado, estaban todos muy equivocados. Incluida la araña, que no tuvo otra idea que la de saltar repentinamente desde su posición hasta el pecho de Ayame. La muchacha, que se había quedado rígida como una tabla y pálida como la luna, ni siquiera pudo responder a las últimas palabras de Kumopansa, ni de reprenderla porque la hubiese vuelto a llamar jinchuuriki. Ella no le tenía miedo a los bichos como otras personas, era cierto, pero aquella araña seguía midiendo sus generosos treinta centímetros. Una araña con ocho patas, armadura de dura quitina y ojos compuestos que parecían seguirte allá donde miraras. Una araña que distaba mucho de ser un perrito pese a querer comportarse como tal. Con los pelos de punta, Ayame dio un paso hacia atrás y su cuerpo chocó contra el altar casi derrumbado, que pareció hundirse aún más en el suelo.
Click.
—¿Has o...?
Pero la pregunta no llegó a ser formulada. El suelo se había abierto bajo sus pies, y antes de que pudieran comprender qué era lo que estaba pasando, la gravedad tiró de ellos hacia abajo y la tierra se los tragó. Y cayeron. Ayame gritó presa del pánico. Bajo sus pies una luz anaranjada ondulaba sutilmente y la muchacha cayó y preparó su cuerpo para el impacto.
CHOOOOOOOOOOOOOOOOOFFFFF
El agua la engulló, y ella se hizo una con ella. No tardó en recuperar su forma corpórea, sin embargo, y pataleó y braceó hasta subir a la superficie.
—¡¿Yota?! ¿¡Arañita!? —gritó, y su voz se hizo eco entre las rocas de la caverna en la que habían caído—. ¿Estáis bien?
Un lago en miniatura había sido lo que había frenado su caída, pero si miraban hacia arriba se darían cuenta de que el mismo agujero por el que habían caído, allá a una decena de metros por encima de sus cabezas, se había vuelto a sellar en cuestión de segundos con una nueva trampilla de tierra. Ahora se encontraban en una especie de pozo de paredes verticales de roca con una única salida: un pasillo que serpenteaba más allá del agua, iluminado por varias toscas antorchas que pendían de las paredes.
No pude ser capaz de detener aquello, ni siquiera de terminar la frase. Había tratado de evitar que Kumopansa siguiera molestando a aquella pobre kunoichi a la que el arácnido solo reconocía como la jinchuriki. Pero algo sucedió puesto eue el suelo que estábamos pisando se abrió de par en par y los 3 caímos al vacío esperando una caída fatal.
No obstante, pensábamos que nuestras piernas iban a partirse al impactar con el suelo...
¡¡¡CHOOOOF!!!
De pronto nos vimos completamente sumergidos en una masa de agua. Aquel debía de haber sido un guiño de los dioses que nos acababan de perdonar la vida. Al menos de forma momentánea. Patalee y me dispuse a sacar la cabeza del agua para poder dar una fuerte bocanada de aire.
— ¡MIERDA, ME AHOGO, SOCORRO!
Como siempre, Kumopansa con su toque dramático era única en su especie.
—¡¿Yota?! ¿¡Arañita!? —gritó, y su voz se hizo eco entre las rocas de la caverna en la que habían caído—. ¿Estáis bien?
Cogí la araña del pescuezo mientras buscaba la manera de poner los pies en tierra firme.
— Pues... si no hemos muerto y esto no es el cielo... Sí, creo que estamos bien
Después de darle un par de vueltas, creí que era mejor tomarse aquello con un cierto humor. A pesar de que no me gustaba nada el haber caído en lo que parecía ser una trampa.
Pero antes de que Ayame pudiera acudir a socorrerla, Yota salió también a la superficie, la cogió por la hendidura que separa su cabeza de su abdomen, y la arrastró a tierra firme: a la única orilla que se apreciaba en aquel pozo de roca y tierra y que daba directamente al pasillo iluminado por antorchas.
—Pues... si no hemos muerto y esto no es el cielo... Sí, creo que estamos bien —respondió el de Kusagakure.
—Si esto es el cielo, no es precisamente el paraíso que muchos prometen —dijo Ayame, antes de apoyar sendas manos en el suelo e impulsarse para salir del agua.
—¿Cómo diantres salimos de aquí?
Ella, sin preocuparse por escurrir sus cabellos o sus ropas, expulsó el aire por la nariz y miró a su alrededor.
—Pues no tenemos muchas opciones... Hacia arriba, no —El agujero por el que habían caído había vuelto a sellarse—; por el agua, lo dudo —Si el agua estaba estacada, muy difícilmente iba a haber una salida hacia el exterior—; así que sólo nos queda... —Señaló hacia delante. Hacia el pasillo que se extendía frente a sus ojos y que llevaba a lo desconocido.
Era un corredor elaborado a partir de bloques de piedra lisa, lo suficientemente ancho para que ambos pudieran caminar al lado del otro y lo suficientemente alto para que no tuvieran que encorvarse para avanzar. Varias antorchas colgaban de las paredes, iluminando el camino con llamas danzarinas, pero, lo que más llamaba la atención eran los muros: a la altura de la cabeza de ambos se habían dibujado, una y otra vez y de forma seriada, las mismas siluetas monstruosas de rasgos indefinidos que Ayame había visto arriba.
—Yota... ¿Qué crees que son? —preguntó en voz alta, acercándose a los grabados—. También estaban arriba, ¿pero por qué? Este de aquí parece un animal de cuatro patas y de color azul... Este tiene una forma extraña, alargada y de color blanco, no sé muy bien qué puede ser... Y todas estas formas sinuosas entre ellos...
—Si esto es el cielo, no es precisamente el paraíso que muchos prometen
Se me escapó la risa ante la reflexión de la kunoichi con la que no iba a tener más remedio que colaborar si queríamos salir vivos de aquel lugar. Aunque, la verdad, mejor con ello que con un perfecto desconocido. Al menos... Bueno, nos conocíamos.
No obstante, mientras Ayame, barajaba las opciones que teníamos, viendo claro que por arriba, por la trampilla por la que caímos iba a ser imposible ya que, no solo era inalcanzable, sino que se había cerrado de nuevo. Bajo el agua no sabíamos que mierdas había y, sinceramente, sabiendo que Kumopansa no sabía nadar, para mí no era una opción.
«¿Quién mierdas nos quiere aquí abajo?»
—Yota... ¿Qué crees que son? —preguntó en voz alta, acercándose a los grabados—. También estaban arriba, ¿pero por qué? Este de aquí parece un animal de cuatro patas y de color azul... Este tiene una forma extraña, alargada y de color blanco, no sé muy bien qué puede ser... Y todas estas formas sinuosas entre ellos...
Me removí para tratar de sacar algo de agua encima, la ropa se sentía bastante pesada por momentos. Pero la amejin seguía distraída con aquellos dibujos. Como si tratase de buscarles alguna explicación o algún tipo de vínculo al porque estábamos nosotros abajo. Para ella debía tener sentido. al parecer los vio también arriba, en las ruinas.Pero a mi seguía preocupándome más quién nos quería allí abajo y, especialmente, buscar la manera de salir de aquel lugar. si es que había un modo de salir, claro.
— No lo sé, Ayame. Probablemente solo sean eso, dibujos
Estaba demasiado inmiscuido en lo mío como para prestar atención a aquellos dibujos. Encaré el pasillo dando un par de pasos al frente, me paré para observar y al cabo de unos segundos...
— ¡¿Quién anda ahí?! —pregunté chillando al vacío— ¡¿Qué quieres de nosotros?!
— Mierda, Yota, tronco... Me vas a dejar sorda
El animal saltó y buscó un nuevo acomodo, por lo que escaló el cuerpo de Ayame y cuando llegó a la altura de su hombro, asomo su cabeza en busca de los ojos de la kunoichi.
—No lo sé, Ayame —respondió Yota, mientras escurría sus ropas, buscando quitarse algo de agua de encima—. Probablemente solo sean eso, dibujos.
Pero ella no estaba tan convencida. Sentía que había algo que se le estaba escapando acerca de aquellos dibujos que se le hacían particularmente familiares, pero no terminaba de encontrar el origen de aquel sentimiento. Además, el hecho de que se repitieran tanto en el muro de la superficie como allí abajo, una y otra vez... Tenía que ser algo importante, estaba convencida de ello.
Aunque también era posible que no fueran más que unos antiguos jeroglíficos de una civilización anterior. Algo parecido a lo que algunos historiadores decían que había en algunas construcciones en ruinas del País del Viento.
— ¡¿Quién anda ahí?! —chilló Yota de repente, y Ayame sintió que se le helaba la sangre en las venas—. ¡¿Qué quieres de nosotros?!
—Mierda, Yota, tronco... Me vas a dejar sorda —La araña había saltado de nuevo al hombro de Ayame, pero en aquella ocasión ella ni siquiera pareció notarlo—. ¿Te importa que me suba aquí?
Pero ella, lejos de responderle, se había quedado congelada en el sitio, escuchando atentamente. Pasaron los segundos, y nada rara sucedió ni nadie respondió a la llamada de Yota. Al final, terminó por acercarse al de Kusagakure:
—¡¿Pero qué haces?! ¡¿Estás loco?! —exclamó, en un ahogado hilo de voz—. ¡Si de verdad hay alguien aquí abajo nos acabas de condenar a los tres, idiota! ¡Y raro será que no lo haya, no creo que todas estas antorchas estén aquí por pura casualidad! Jobar... Salgamos de aquí antes de que alguien nos encuentre de verdad...
Resopló, antes de echar a caminar en línea recta, siguiendo el único camino que tenían enfrente de sí.
—¡¿Pero qué haces?! ¡¿Estás loco?! —exclamó, en un ahogado hilo de voz—. ¡Si de verdad hay alguien aquí abajo nos acabas de condenar a los tres, idiota! ¡Y raro será que no lo haya, no creo que todas estas antorchas estén aquí por pura casualidad! Jobar... Salgamos de aquí antes de que alguien nos encuentre de verdad...
Solo le había faltado agarrarme del pescuezo y zarandearme con rabia. Pero vamos, que el mensaje había quedado bastante clarito.
— Eco, eco... —dijo el arácnido, todavía agarrada en la chepa de la chica que la había ignorado completamente.
— Si, tienes razón, las antorchas... ¿Pero sabes qué? —dije con mi mano diestra apoyada en la empuñadura de mi ninjato— Aquí abajo hay alguien y ya sabía que estábamos aquí antes de gritar
Igual mi comentario sacaría todavía más de quicio a la muchacha. Esa sería la reacción ante alguien sin dos dedos de frente. Pero, por si acaso la sacaría de dudas y le expondría la situación.
— Lo sabe desde que accionó la trampilla que nos hizo caer y que, a su vez provocó que cayéramos al agua, causando bastante más ruido que con mis gritos
Al menos eso era lo que yo pensaba. Osea, era imposible que aquella trampilla se activase cada cierto tiempo de forma periódica, ¿no? Sacudí la cabeza negándome a pensar eso. Alguien estaba a los mandos y debíamos estar preparados para el combate. extraje la espada y miré hasta el fondo del pasillo. Vamos, lo que lograba disipar desde allí.
— Anda, será mejor que avancemos antes de que sea él el que decida mover ficha..
—Si, tienes razón, las antorchas... ¿Pero sabes qué? —replicó Yota, apoyando la mano en la empuñadura de su ninjato en un más que sugerente gesto—. Aquí abajo hay alguien y ya sabía que estábamos aquí antes de gritar.
—¿Pero cómo iba a saber nadie que nos...?
—Lo sabe desde que accionó la trampilla que nos hizo caer y que, a su vez provocó que cayéramos al agua, causando bastante más ruido que con mis gritos —rebatió el de Kusagakure, cortando las protestas de Ayame. Tenía que admitirlo, esa hipótesis tenía mucho sentido.
Aunque su mutis no duró demasiado tiempo.
—Y, poniendo que lo que dices sea cierto y tengamos a un loco maniático aquí abajo esperándonos, no se te ha ocurrido algo mejor que tirarte a la boca del lobo gritando y con la katana por delante. El sigilo no entraba dentro de tus planes, ¿verdad?
La kunoichi terminó por lanzar un profundo suspiro lleno de hastío.
—Anda, será mejor que avancemos antes de que sea él el que decida mover ficha...
—Sí... es lo mejor que podemos hacer...
Echaron a andar por el único camino que se presentaba ante sus pies. Ayame no volvió a protestar sobre la presencia de Kumopansa sobre su hombro por lo que debía haber terminado por aceptarla, o quizás se había olvidado de su presencia. De hecho, estaba más pendiente de los dibujos que no dejaban de repetirse en las paredes.
—Oye, y según tu elaborada deducción, ¿qué tipo de persona estaría aquí abajo, enterrada a varias decenas de metros debajo de tierra, en unas ruinas semiderruidas, a la espera de una pobre presa en la superficie?
Apenas había terminado de hablar cuando ambos lo escucharon. Una especie de zumbido que provenía del fondo de aquel extraño corredor y que se hacía más y más fuerte conforme pasaban los segundos.
—¿Oyes... eso...? —preguntó Ayame, que se había quedado paralizada en el sitio, pálida como la cera.
En cuanto expuse mi teoría, la muchacha pareció entenderlo todo. Al menos eso es lo que decía su silencio. Momento que sería interrumpido a los pocos segundos. Fue entonces cuando la jinchuriki siguió con su cometido. Al parecer era más importante seguir regañandome y cuestionando mi actuación anterior que tratar de buscar una salida que no fuese morir allí abajo.
—Y, poniendo que lo que dices sea cierto y tengamos a un loco maniático aquí abajo esperándonos, no se te ha ocurrido algo mejor que tirarte a la boca del lobo gritando y con la katana por delante. El sigilo no entraba dentro de tus planes, ¿verdad?
Simplemente no respondí, resople desviando mi mirada hasta el suelo con pesadez. No pude evitar mostrarme de aquella manera. Lo cierto es que temía que la paciencia se me agotase.
—Sí... es lo mejor que podemos hacer...
Al parecer había entrado en razón. No me lo pensaría dos veces y avanzaría por aquel pasillo junto a Ayame. Tenía miedo. No solo por lo que fuera lo que nos quisiera allí abajo, sino por no conocerme, ni por puro asomo aquel lugar de mala muerte. Tampoco había que olvidar que Ayame podría sentirse igual o peor. Amenazada incluso. Y que esos sentimientos provocasen un nuevo descontrol del bijuu que custodiaba en su interior. Aquello sería un gran problema del cual yo no tendría la solución.
—Oye, y según tu elaborada deducción, ¿qué tipo de persona estaría aquí abajo, enterrada a varias decenas de metros debajo de tierra, en unas ruinas semiderruidas, a la espera de una pobre presa en la superficie?
— Pues...
No me vi capaz de terminar en cuanto oí aquel zumbido que hizo que me encogiera. ¿Qué diantres fue aquello? Empezaba a temerme lo peor.
—¿Oyes... eso...?
Joder, claro que lo oía. como para no oír el aviso de que íbamos a morir allí abajo sin que nada ni nadie pudiese remediarlo. Mis manos anudaron con más fuerza la bandana que lucía en la frente.
— Claro que lo oigo. —hice una breve pausa para coger fuerzas— Vale, muy bien, si quieres hostias las tendrás
¿De dónde diantres salían esas fuerzas? Ojalá lo supiese para devolverlas al pozo de donde habían venido. Pero de algún modo sentí que podía hacer frente a lo que fuese que hacia aquella y que ahora hacia vibrar las paredes. Avanzaba con cierta firmeza.
— ¿Qué mierdas vas a hacer...?
Incluso la araña veía que aquello era una estupidez de tamaño estratosférico.
—Claro que lo oigo —respondió Yota, que hizo una pequeña pausa para tomar carrerilla y añadir—: Vale, muy bien, si quieres hostias las tendrás
—¿Qué mierdas vas a hacer...? —preguntó el arácnido, mientras el de Kusagakure comenzaba a avanzar.
Quizás un acto de lo más temerario, teniendo en cuenta que las paredes y el suelo habían comenzado a vibrar sin control con aquel zumbido que ya se había convertido en un rugido ensordecedor.
—Yo... Yota...
Quizás un acto suicida, teniendo en cuenta la inmensa sombra rodante que se vislumbraba entre las titilantes llamas de las antorchas al final del corredor.
—¡Yota!
Porque desde luego, si Yota quería hostias, las iba a tener. Al menos una. Una grande, inmensa, colosal. La enorme bola de piedra que rodaba hacia ellos se encargaría de ello: de dejarlos planos como un folio.
—¡CORRE, CORRE, CORRE! ¡No te preocupes por mí! —aulló Ayame, cogiendo a Kumopansa y lanzándola contra su dueño.
Ella no se movió del sitio. Echarse a un lado no era una solución, ni siquiera intentar trepar al techo: la bola rodante ocupaba prácticamente todo el espacio del pasillo, tanto por arriba como por los lados. Y estaban en un pasillo completamente recto, sin bifurcaciones que les hubiera permitido esconderse. Sólo podían moverse hacia delante o hacia atrás... Pero, al contrario que Yota, ella no necesitaba esquivar la roca para sobrevivir.
¡¡CHOFF!!
Su cuerpo estalló en miles de gotitas de agua antes de que la esfera de roca la aplastara. Gotas de agua que cayeron al suelo y formaron un charco.
¿Pero qué haría Yota para sobrevivir a la primera de las trampas del Templo Abandonado?
¤ Suika no Jutsu ¤ Técnica de la Hidratación - Tipo: Apoyo - Rango: A - Requisitos: Hōzuki 10 - Gastos:
0'4 * daño a bloquear CK (mínimo 6)
6 CK para otros usos (divide regen. de chakra) (ver descripción)
- Daños: - - Efectos adicionales:
Convierte el cuerpo del usuario en agua líquida para otorgarle ciertas características (ver descripción).
(Hōzuki 10) Permite reducir el daño por Taijutsu, armas y otros golpes físicos hasta en un 25%.
(Hōzuki 25) Permite reducir el daño por Taijutsu, armas y otros golpes físicos hasta en un 50%, y además, el daño de técnicas hasta en un 20%.
(Hōzuki 60) Permite reducir el daño por Taijutsu, armas y otros golpes físicos hasta en un 100%, y además, el daño de técnicas hasta en un 30%.
Técnica insignia del clan Hōzuki. Los miembros del clan son capaces de licuar cualquier parte de su cuerpo, desde un simple pelo hasta convertirse por completo en agua. Esto les permite reducir el daño de ataques físicos enemigos, evitar heridas mortales, infiltrarse en una estructura o mezclarse con una superficie acuática para lanzar un ataque sorpresa. De esta técnica se derivan muchas otras, fruto de la capacidad del Hōzuki para modificar cualquier parte de su cuerpo a voluntad. Cuando un usuario de la técnica se desmaya mientras la utiliza, se transforma en una especie de masa gelatinosa.
El jutsu es muy versátil, no obstante, tiene dos grandes puntos débiles: el primero es que el usuario debe ser capaz de prevenir que va a recibir un golpe para absorberlo, o transformarse nada más recibirlo, por lo que queda vulnerable a ataques a los que no pueda reaccionar (de sigilo y por la espalda). El segundo es que si una técnica de Raiton impacta en el usuario mientras está utilizando esta o cualquier técnica que requiera el Suika como requisito, éste recibirá un 50% más de daño por parte de dicha técnica.
El uso de soporte no puede utilizarse para esquivar un ataque en el momento en el que se lo lanzan al usuario.