20/05/2019, 14:22
—Pero tira, Samidare-kun, ¡tira, hombre! Que a este paso se nos va a caer al suelo y si se golpea en la cabeza, seguro que se queda peor todavía de lo que ya está —insistía Ebisu, tratando por todos los medios de equilibrar el peso entre ambos ninjas.
Para mala fortuna de la pareja, Raitaro era bastante pesado —que fuese un genin de diecisiete años no ayudaba—, y la diferencia entre la fuerza del sensei y el joven alumno prodigio era más un factor desequilibrante que la disparidad entre alturas. Ebisu trataba de mantener al vegetal Raitaro erguido, pero inevitablemente Samidare era demasiado débil físicamente como para que el enorme corpachón de su compañero no le cayera encima, haciendo que se le doblasen las rodillas y le doliese la espalda. Sin embargo, para suerte de los tres muchachos, alguien más estaba a punto de entrar en escena.
Ebisu giró ligeramente el cuello para ver al muchacho que les interpelaba por encima del inerte Raitaro. Parecía bastante mayor que Samidare, aparentando unos catorce o quince años, de ojos claros y pelo oscuro. Con tono amable se ofreció a ayudarles, y el sensei no pudo sino aceptar con la mayor prontitud de la que fue capaz.
—¡Por las lágrimas de Amenokami, por fin un buen samaritano nos ofrece su ayuda! Todavía queda gente con modales en esta Aldea —dijo en voz alta y con sentida retranca contra el resto de los comensales de la cafetería, quienes no se habían dignado a echarles una mano—. Venga, socio, ayuda a Samidare antes de que se parta como una ramita de junco. Este compañero vuestro ha tenido la decencia de presentarse a su primera misión al borde del ictus, todo un detalle. Hay que llevarlo al hospital, ¡y te digo más! —agregó Ebisu, que si era bueno en algo, era en improvisar para ahorrarse molestias—. Si desmuestras que tienes dos pelotas para cargar con este chaval hasta la clínica, ¡te concederé el honor de ser su reemplazo en nuestro recién fundado equipo! Piénsalo, ¿eh? No más chupar banquillo, no más dejar que los otros se lleven el honor, la gloria y la fama de rescatar gatitos de los árboles. ¡Hoy es tu día de suerte, eh, esto...! ¿Cómo era tu nombre?
Para mala fortuna de la pareja, Raitaro era bastante pesado —que fuese un genin de diecisiete años no ayudaba—, y la diferencia entre la fuerza del sensei y el joven alumno prodigio era más un factor desequilibrante que la disparidad entre alturas. Ebisu trataba de mantener al vegetal Raitaro erguido, pero inevitablemente Samidare era demasiado débil físicamente como para que el enorme corpachón de su compañero no le cayera encima, haciendo que se le doblasen las rodillas y le doliese la espalda. Sin embargo, para suerte de los tres muchachos, alguien más estaba a punto de entrar en escena.
Ebisu giró ligeramente el cuello para ver al muchacho que les interpelaba por encima del inerte Raitaro. Parecía bastante mayor que Samidare, aparentando unos catorce o quince años, de ojos claros y pelo oscuro. Con tono amable se ofreció a ayudarles, y el sensei no pudo sino aceptar con la mayor prontitud de la que fue capaz.
—¡Por las lágrimas de Amenokami, por fin un buen samaritano nos ofrece su ayuda! Todavía queda gente con modales en esta Aldea —dijo en voz alta y con sentida retranca contra el resto de los comensales de la cafetería, quienes no se habían dignado a echarles una mano—. Venga, socio, ayuda a Samidare antes de que se parta como una ramita de junco. Este compañero vuestro ha tenido la decencia de presentarse a su primera misión al borde del ictus, todo un detalle. Hay que llevarlo al hospital, ¡y te digo más! —agregó Ebisu, que si era bueno en algo, era en improvisar para ahorrarse molestias—. Si desmuestras que tienes dos pelotas para cargar con este chaval hasta la clínica, ¡te concederé el honor de ser su reemplazo en nuestro recién fundado equipo! Piénsalo, ¿eh? No más chupar banquillo, no más dejar que los otros se lleven el honor, la gloria y la fama de rescatar gatitos de los árboles. ¡Hoy es tu día de suerte, eh, esto...! ¿Cómo era tu nombre?