6/11/2015, 11:30
(Última modificación: 6/11/2015, 11:31 por Uchiha Datsue.)
—Como te iba contando, aquel bellaco de La Ribera del Sur me engañó —decía Datsue a Uni, el hombre que estaba sentado a su lado y que llevaba las riendas del carromato. Lo cierto es que no se llamaba así, pero como ya había olvidado su nombre había decido ponerle aquél de manera provisional. Uni, de unicejo, pues aquel hombre debía pensar que depilarse las cejas estaba sobrevalorado.
—Debió de hacerlo... —le interrumpió—. Pero chico, ¿no sospechaste que caminabas en sentido totalmente contrario? ¡Ibas directo hacia el País del Bosque!
—Pues no… —reconoció Datsue—. No hasta que me di cuenta que aquel hombre pertenecía a La Ribera del Sur. Verás, por muy mala gente y rufianes que sean, hay que reconocerles que son unos tipos astutos, sobre todo cuando se trata de engañar. Pero te diré algo sobre ellos, no hacen otra cosa que mentir. ¡Incluso cuando dicen la verdad están mintiendo! —exclamó Datsue, que de tan sólo pensar en alguno de aquellos malnacidos se ponía rojo por la ira.
A Uni, en cambio, parecía hacerle gracia su advertencia.
—Dioses… —dijo entre risas—. Nunca terminaré de entender ese odio que existe entre el norte y el sur.
Datsue agradeció a Uni haberle acercado hasta el Puente Tenchi y se despidió de él. Un buen tipo, tenía que reconocer. “Pero demasiado ingenuo” pensó Datsue, que había hecho todo lo posible por abrirle los ojos respecto a los habitantes de la Ribera del Sur. No hubo manera, aquel tipo se tomaba todo a broma. “Ya veremos cuánto se ríe cuando se la metan doblada”.
—Bien, hora de hacer negocios —se dijo, situándose al inicio del puente y abriendo la mochila.
Había tenido una idea magnífica antes de iniciar aquel viaje a Shinogi-to: vender a los turistas ingenuos que recién entraban en su país alguna baratija, haciéndola pasar por algo valioso. ¿Y qué mejor lugar que aquel para su propósito?
“Ninguno” pensó.
Así pues, improvisó una mesa con un par de tablones sueltos y colocó los tres objetos que había traído consigo encima. Una simple maceta con una rosa, un pequeño frasco con agua dentro, y una figura tallada por su madre, cuya idea era que representase al Baku, aunque lo cierto era que hasta al propio Datsue le costaba ver tal cosa en aquel amasijo de madera. Eso era todo.
A simple vista todo parecía muy cutre —y lo era—, pero Datsue pensaba darle su pequeño toque personal.
—¡Señoras, señores! ¡Vengan y vean las maravillas de Takigakure! —gritó a pleno pulmón—. ¡Agua proveniente del mismísimo Río de la Cascada recogida en Año Nuevo! —informó—. ¡Una flor arrancada del Árbol Ságrado! —continuó, señalando la maceta—. ¡Y una figura del Baku tallada con la madera del Árbol Ságrado! ¡Todos con propiedades mágicas únicas e irrepetibles! ¡No dejen pasar esta oportunidad!
Las pocas personas que pasaban por el puente no parecieron hacerle mucho caso. Sólo algunas se sobresaltaron, más por el susto que les dio al ponerse a gritar de pronto que por el interés que tenían en su improvisado puesto.
Datsue miró al cielo, plagado de nubarrones oscuros. Todavía le quedaba una hora larga hasta que empezase a anochecer, y no pensaba continuar con su camino hacia Shinogi-to hasta que vendiese al menos un objeto.
“A no ser que se ponga a llover, claro”
—Debió de hacerlo... —le interrumpió—. Pero chico, ¿no sospechaste que caminabas en sentido totalmente contrario? ¡Ibas directo hacia el País del Bosque!
—Pues no… —reconoció Datsue—. No hasta que me di cuenta que aquel hombre pertenecía a La Ribera del Sur. Verás, por muy mala gente y rufianes que sean, hay que reconocerles que son unos tipos astutos, sobre todo cuando se trata de engañar. Pero te diré algo sobre ellos, no hacen otra cosa que mentir. ¡Incluso cuando dicen la verdad están mintiendo! —exclamó Datsue, que de tan sólo pensar en alguno de aquellos malnacidos se ponía rojo por la ira.
A Uni, en cambio, parecía hacerle gracia su advertencia.
—Dioses… —dijo entre risas—. Nunca terminaré de entender ese odio que existe entre el norte y el sur.
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Datsue agradeció a Uni haberle acercado hasta el Puente Tenchi y se despidió de él. Un buen tipo, tenía que reconocer. “Pero demasiado ingenuo” pensó Datsue, que había hecho todo lo posible por abrirle los ojos respecto a los habitantes de la Ribera del Sur. No hubo manera, aquel tipo se tomaba todo a broma. “Ya veremos cuánto se ríe cuando se la metan doblada”.
—Bien, hora de hacer negocios —se dijo, situándose al inicio del puente y abriendo la mochila.
Había tenido una idea magnífica antes de iniciar aquel viaje a Shinogi-to: vender a los turistas ingenuos que recién entraban en su país alguna baratija, haciéndola pasar por algo valioso. ¿Y qué mejor lugar que aquel para su propósito?
“Ninguno” pensó.
Así pues, improvisó una mesa con un par de tablones sueltos y colocó los tres objetos que había traído consigo encima. Una simple maceta con una rosa, un pequeño frasco con agua dentro, y una figura tallada por su madre, cuya idea era que representase al Baku, aunque lo cierto era que hasta al propio Datsue le costaba ver tal cosa en aquel amasijo de madera. Eso era todo.
A simple vista todo parecía muy cutre —y lo era—, pero Datsue pensaba darle su pequeño toque personal.
—¡Señoras, señores! ¡Vengan y vean las maravillas de Takigakure! —gritó a pleno pulmón—. ¡Agua proveniente del mismísimo Río de la Cascada recogida en Año Nuevo! —informó—. ¡Una flor arrancada del Árbol Ságrado! —continuó, señalando la maceta—. ¡Y una figura del Baku tallada con la madera del Árbol Ságrado! ¡Todos con propiedades mágicas únicas e irrepetibles! ¡No dejen pasar esta oportunidad!
Las pocas personas que pasaban por el puente no parecieron hacerle mucho caso. Sólo algunas se sobresaltaron, más por el susto que les dio al ponerse a gritar de pronto que por el interés que tenían en su improvisado puesto.
Datsue miró al cielo, plagado de nubarrones oscuros. Todavía le quedaba una hora larga hasta que empezase a anochecer, y no pensaba continuar con su camino hacia Shinogi-to hasta que vendiese al menos un objeto.
“A no ser que se ponga a llover, claro”