25/05/2019, 00:10
La kunoichi quedó extrañada por el comportamiento de Etsu. La verdad, no era para menos. Pero bueno, al menos se lo tomó de buena gana, y aclaró lo que sucedía. Para ser más concreto, fue su propio clon quien lo aclaró, argumentando que era tan real como la propia Ayame, y que el nombre de la técnica era Kage Bunshin. No conforme con esa información, la auténtica concluyó con que todo lo que su clon averiguase, también lo sabría ella.
«Ostras...¿en serio?»
—Entiendo... —aunque en realidad no lo entendía del todo.
Pero como bien decía su abuelo siempre, el tiempo es oro. Puto oro. Ayame lanzó la acometida, preguntando si continuaban con su labor. Etsu confirmó con un gesto rudo de cabeza en vertical, y comenzó a avanzar directo hacia la joyería de la derecha. Tanto él como la kunoichi se dirigieron hacia la joyería de tétrica apariencia. Mientras, el clon de Ayame se dispuso a entrar en la contraria.
Con paso firme y el mentón bien alto, Etsu golpeó un par de veces en la puerta antes de abrir. La susodicha puerta estaba abierta, y dentro nadie hizo apego de contestar. Por si acaso, el chico no dejó atrás los modales, pues debía fingir ser un tipo rico... y tenía un claro ejemplo en mente, su abuelo. Tan solo debía imitar su irritante comportamiento.
—¡Con permiso! —sentenció en lo que avanzaba, adentrándose en el habitáculo.
La joyería por dentro no lucía mucho mejor que por fuera. Era una sala oscura, de paredes color caoba y leves luces producidas por candelabros dispersos aleatoriamente por las paredes. Tres pilares aguantaban el techo, en una sala bastante amplia en comparación a lo que se podía intuir desde afuera. Los pilares parecían estar hechos de marfil, y formaban en fila con varios metros de distancia entre ellos, pareciendo colmillos de la propia sala. Todo el habitáculo estaba bordeado con vitrinas que contenían numerosas piezas de plata, oro, así como piedras preciosas. Eso si, todas ellas con un enfoque de lo mas tétrico, tal y como se podía deducir por la fachada. Al fondo, un mostrador y una caja registradora.
—¿Qué buscan aquí? —preguntó con descaro una mujer que se disponía tras el mostrador.
La susodicha tenía un rostro delicado como el de una muñeca, de curvas disimuladas y cabellera larga y negra como una noche de invierno. Vestía un kimono verde, de ostentosos bordes dorados así como numerosos detalles. Sin duda un kimono de lujo, no de esos baratuchos. Sus orbes eran rojos, como una puñalada Uchiha a Uchiha en busca de unos ojos nuevos.
Al otro lado de la calle, el hombre adinerado con perfilada barba se podría adentrar en la otra joyería. En ésta, la mayoría de las cosas ya se podían vislumbrar desde el exterior. Numerosos escaparates de joyas, todas realmente bonitas y elaboradas, con todo tipo de formas y colores. La estancia era de paredes color blanco, y un pilar central de mármol. En el mostrador había una anciana de cabellos níveos largos hasta el tobillo, con una blusa blanca y un pantalón azul cielo. La misma estaba atendiendo a un par de clientes, una pareja que vestía ostentosas prendas de color rojizo. El hombre de cabellera castaña y delgadez soberana, mientras que la mujer parecía haberse comido a toda la familia del hombre, e incluso a sus hijos. La mujer apenas cabía en el vestido, que para colmo era bien tallado, bueno... quizás lo había sido antes del atracón caníbal, pues ahora le quedaba algo más que justito. Su cabellera rojiza competía con el tono de su vestido, y unas pecas salteadas en su rostro la hacían ver más jovial de lo que realmente era.
—Hola joven, bienvenido. Por favor, espere mientras termino de atender a la pareja.
Y como bien anunció la señora, continuó mostrando a la pareja unos cuantos anillos de compromiso. Parecían dispuestos a dar el gran salto, pero la mujer no parecía conforme con ninguna de las elecciones por parte del hombre, así como tampoco parecía contenta con las sugerencias de la anciana. Fuere como fuere, tenían allí un gran catalogo de joyas, seguro que tarde o temprano encontraban alguna del agrado de la mujer.
«Ostras...¿en serio?»
—Entiendo... —aunque en realidad no lo entendía del todo.
Pero como bien decía su abuelo siempre, el tiempo es oro. Puto oro. Ayame lanzó la acometida, preguntando si continuaban con su labor. Etsu confirmó con un gesto rudo de cabeza en vertical, y comenzó a avanzar directo hacia la joyería de la derecha. Tanto él como la kunoichi se dirigieron hacia la joyería de tétrica apariencia. Mientras, el clon de Ayame se dispuso a entrar en la contraria.
Con paso firme y el mentón bien alto, Etsu golpeó un par de veces en la puerta antes de abrir. La susodicha puerta estaba abierta, y dentro nadie hizo apego de contestar. Por si acaso, el chico no dejó atrás los modales, pues debía fingir ser un tipo rico... y tenía un claro ejemplo en mente, su abuelo. Tan solo debía imitar su irritante comportamiento.
—¡Con permiso! —sentenció en lo que avanzaba, adentrándose en el habitáculo.
La joyería por dentro no lucía mucho mejor que por fuera. Era una sala oscura, de paredes color caoba y leves luces producidas por candelabros dispersos aleatoriamente por las paredes. Tres pilares aguantaban el techo, en una sala bastante amplia en comparación a lo que se podía intuir desde afuera. Los pilares parecían estar hechos de marfil, y formaban en fila con varios metros de distancia entre ellos, pareciendo colmillos de la propia sala. Todo el habitáculo estaba bordeado con vitrinas que contenían numerosas piezas de plata, oro, así como piedras preciosas. Eso si, todas ellas con un enfoque de lo mas tétrico, tal y como se podía deducir por la fachada. Al fondo, un mostrador y una caja registradora.
—¿Qué buscan aquí? —preguntó con descaro una mujer que se disponía tras el mostrador.
La susodicha tenía un rostro delicado como el de una muñeca, de curvas disimuladas y cabellera larga y negra como una noche de invierno. Vestía un kimono verde, de ostentosos bordes dorados así como numerosos detalles. Sin duda un kimono de lujo, no de esos baratuchos. Sus orbes eran rojos, como una puñalada Uchiha a Uchiha en busca de unos ojos nuevos.
[...]
Al otro lado de la calle, el hombre adinerado con perfilada barba se podría adentrar en la otra joyería. En ésta, la mayoría de las cosas ya se podían vislumbrar desde el exterior. Numerosos escaparates de joyas, todas realmente bonitas y elaboradas, con todo tipo de formas y colores. La estancia era de paredes color blanco, y un pilar central de mármol. En el mostrador había una anciana de cabellos níveos largos hasta el tobillo, con una blusa blanca y un pantalón azul cielo. La misma estaba atendiendo a un par de clientes, una pareja que vestía ostentosas prendas de color rojizo. El hombre de cabellera castaña y delgadez soberana, mientras que la mujer parecía haberse comido a toda la familia del hombre, e incluso a sus hijos. La mujer apenas cabía en el vestido, que para colmo era bien tallado, bueno... quizás lo había sido antes del atracón caníbal, pues ahora le quedaba algo más que justito. Su cabellera rojiza competía con el tono de su vestido, y unas pecas salteadas en su rostro la hacían ver más jovial de lo que realmente era.
—Hola joven, bienvenido. Por favor, espere mientras termino de atender a la pareja.
Y como bien anunció la señora, continuó mostrando a la pareja unos cuantos anillos de compromiso. Parecían dispuestos a dar el gran salto, pero la mujer no parecía conforme con ninguna de las elecciones por parte del hombre, así como tampoco parecía contenta con las sugerencias de la anciana. Fuere como fuere, tenían allí un gran catalogo de joyas, seguro que tarde o temprano encontraban alguna del agrado de la mujer.
~ No muerdas lo que no piensas comerte ~