28/05/2019, 13:37
Eventualmente, un nuevo día llegaría. Día en el que tendría que ir a ganarse el pan como un shinobi honrado y trabajador.
A la hora acordada, Mogura se presentaría en el lugar acordado para encontrarse con la gente acordada. La última vez que había salido en una misión el transporte fue todo menos algo típico, y parecía que aquel día no sería la excepción. No porque el caballo que unido a aquel carro fuese de alguna clase de caramelo o vaya a saber que otra cosa. Sino que simplemente parecía que le habían metido demasiados asteroides.
La pálida cochera saludaría al médico con un gesto de su cabeza. No podría estar mas satisfecho con la elección de palabras que tuvo.
—Buenos días, Kurogane-dono.
Correspondería el saludo con una reverencia.
—¿Antes del anochecer?
No pudo evitar preguntar, mirando a la mujer a los ojos y luego llevando su mirada al corcel que iba a tirar del carro con tres personas.
—Si eso es posible, no perdamos tiempo.
Exclamó con un cierto tono de emoción y dispuesto a subirse al vehículo. Pero antes de que pudiese si quiera aproximarse a la puerta del carro, un muchacho emergería de un lado de este. Alto, quizás tan alto como él o un poco más, sin duda mas robusto pero posiblemente igual de pálido. Chuunin, también. Mirada llena de vida, contraria a la seria expresión que solía tener.
Correspondió el saludo del muchacho sintiendo que algo en su corazón se volvía a romper cuando lo saludaban de manera tan informal.
—Buenos días, Kaguya-san.
Diría con su tono habitual. Antes de poder hacer comentario alguno sobre aquello de que había escuchado muchas cosas de él, la cochera los apuró para que se montasen en el carro.
—Así es. — concedió con una leve sonrisa—. Solo ruinas y cuentos de viaje. Bandidos oportunistas como mucho.
Abriría la puerta del carro y se procuraría un cómodo lugar.
—Aun así, mientras antes estemos en Hokubu, mejor para todos. Ya me comentaras en el viaje que has escuchado de mi, Kaguya-san. No perdamos tiempo.
A la hora acordada, Mogura se presentaría en el lugar acordado para encontrarse con la gente acordada. La última vez que había salido en una misión el transporte fue todo menos algo típico, y parecía que aquel día no sería la excepción. No porque el caballo que unido a aquel carro fuese de alguna clase de caramelo o vaya a saber que otra cosa. Sino que simplemente parecía que le habían metido demasiados asteroides.
La pálida cochera saludaría al médico con un gesto de su cabeza. No podría estar mas satisfecho con la elección de palabras que tuvo.
—Buenos días, Kurogane-dono.
Correspondería el saludo con una reverencia.
—¿Antes del anochecer?
No pudo evitar preguntar, mirando a la mujer a los ojos y luego llevando su mirada al corcel que iba a tirar del carro con tres personas.
—Si eso es posible, no perdamos tiempo.
Exclamó con un cierto tono de emoción y dispuesto a subirse al vehículo. Pero antes de que pudiese si quiera aproximarse a la puerta del carro, un muchacho emergería de un lado de este. Alto, quizás tan alto como él o un poco más, sin duda mas robusto pero posiblemente igual de pálido. Chuunin, también. Mirada llena de vida, contraria a la seria expresión que solía tener.
Correspondió el saludo del muchacho sintiendo que algo en su corazón se volvía a romper cuando lo saludaban de manera tan informal.
—Buenos días, Kaguya-san.
Diría con su tono habitual. Antes de poder hacer comentario alguno sobre aquello de que había escuchado muchas cosas de él, la cochera los apuró para que se montasen en el carro.
—Así es. — concedió con una leve sonrisa—. Solo ruinas y cuentos de viaje. Bandidos oportunistas como mucho.
Abriría la puerta del carro y se procuraría un cómodo lugar.
—Aun así, mientras antes estemos en Hokubu, mejor para todos. Ya me comentaras en el viaje que has escuchado de mi, Kaguya-san. No perdamos tiempo.
Hablo - Pienso